Madrid es una plaza muy golosa para todos los partidos, para todos los candidatos y para todos los aspirantes a serlo. Pero cuando se tiene la plaza ganada en términos absolutos, arrasadores de hecho, en el caso de la Comunidad, resulta del género suicida entrar a pelear por establecer quién o quienes deberán controlar el partido por dentro, es decir, enfrentarse por el control orgánico del partido.

Ya lo hemos explicado muchas veces, hasta cansarnos: si todos los presidentes autonómicos del PP son a su vez presidentes de la organización regional del partido, sería un escándalo que perjudicaría muy gravemente el prestigio de la dirección del PP el que se le discutiera a la señora Díaz Ayuso el mismo derecho que se le ha reconocido a todos los demás a ejercer el liderazgo orgánico de su partido

Por lo tanto, a la presidente de Madrid se le debe por lo menos el respeto y la consideración que se le tienen a los demás presidentes de los gobiernos autonómicos del PP. Y sería un error de libro provocar su justo enfado porque entonces sí que ella podría llegar a convertirse en un incordio para los planes de alcanzar el poder en las próximas elecciones generales que Pablo Casado alberga ayudado por los sondeos.

Una batalla interna en Madrid conllevaría un seguro castigo del electorado del PP

Se puede decir ahora mismo sin temor a equivocarse: una batalla interna en el PP de Madrid que tuviera como consecuencia el apartamiento de la señora Ayuso del liderazgo del PP regional sin su acuerdo, conllevaría un seguro castigo del electorado del PP a las pretensiones de Casado. No deben ni siquiera intentarlo a menos que, en términos electorales, se quieran autolesionar. 

La información que publica hoy aquí Ana Belén Ramos habla del temor de muchos dirigentes de segundo nivel a que el viejo eterno enfrentamiento entre el secretario general del PP Teodoro García Egea y Miguel Ángel Rodríguez, el director de gabinete de la señora Ayuso, envenenen tanto el clima político que pueda llegar a dar al traste con el imprescindible entendimiento y colaboración entre la presidenta madrileña y el presidente del partido.

Ese temor, constatado por la periodista, de lo que habla es de un muy preocupante infantilismo en grado extremo, y no parece ni medio serio que ese desencuentro entre dos  hombres con poderes tan desiguales -García Egea controla el partido en toda España y Rodríguez asesora a la presidente de Madrid- adquiera una dimensión tal que acabe dañando muy seriamente al PP y a sus proyectos de poder.

Debe haber un cierto grado de flexibilidad que permita espacios de autonomía

Es lógico que el secretario general se esfuerce por tener autoridad sobre todas las estructuras partidarias y quiere tener preparado para el futuro un poder territorial fuerte y afín a la nueva dirección. No solamente es lógico, es su obligación. Pero en ese  control debe haber también un cierto grado de flexibilidad que permita espacios de autonomía.

Isabel Díaz Ayuso anunció ya hace tiempo su deseo y su intención de ocupar la presidencia del PP de Madrid. Y lo hizo porque se teme que, a través de las gestoras municipales se vaya a alterar la estructura vigente y al final se manejen los hilos para acabar presentando un candidato alternativo a su figura. Eso no lo va a permitir y si acabaran imponiéndoselo, se podría llegar a convertir en un en una enemiga interna con gran capacidad de destrucción. Vaya negocio.

El viernes se verán las caras todos los peones que juegan en este tablero. Es de esperar que hablen a calzón quitado -es una expresión antigua, no vayan a interpretarlo por lo literal- y salgan de allí sabiendo la posición en que está cada uno.

Pero, eso sí, han de tener muy clarito que una guerra interna sostenida en el PP de Madrid será el anuncio de un fracaso seguro en las pretensiones de alcanzar el poder de Pablo Casado. Ellos verán lo que hacen.

Madrid es una plaza muy golosa para todos los partidos, para todos los candidatos y para todos los aspirantes a serlo. Pero cuando se tiene la plaza ganada en términos absolutos, arrasadores de hecho, en el caso de la Comunidad, resulta del género suicida entrar a pelear por establecer quién o quienes deberán controlar el partido por dentro, es decir, enfrentarse por el control orgánico del partido.

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