Estamos otra vez con lo del pañuelo, religioso o quizá sólo típico, como el de doña Rogelia, y parece que es como hablar del pantalón de campana o de Sor Citroën, pero no es así. Ponerse en la cabeza un pañuelo, una chistera, una cresta, un fedora o un colador, o no ponerse nada, puede parecer poco problema teológico o moral, si acaso un problema estético, una especie de tonto dilema de boda para ociosos y presumidos, ese dilema entre el rosa y el turquesa o entre el merengue y la nata. Pero los problemas son teológicos cuando algún dios los reclama, y son morales cuando alguna moral los reclama. Nuestra cabeza abrigada o desabrigada, salvaje o adornada, parece el más tonto de los problemas. Pero si te juegas la vida con ella, la ropita puede ser lo más serio del mundo. En este caso, los ociosos y los presumidos son los que le quitan importancia, como si el hiyab fuera una pamela.
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