Hoy, ocho de diciembre, recibe un principio casi bíblico la crónica de una muerte no anunciada. Decir “en aquel tiempo” sugiere referencias a las Sagradas Escrituras, y podría ser una de las acepciones. Sin ánimo de cometer herejía, el hombre que se reconoció “más famoso que Jesucristo” junto a otros tres “melenudos”, era básicamente un hombre bueno que fue perseguido y sacrificado.

Si bondad es evitar la violencia, su respuesta en la última época del grupo fue la de mediar, poner paz, y hasta desaparecer en los momentos más tensos, para no avivar la llama del rencor entre ellos. Menciono esto porque lo de la campaña por la paz global ya lo conocemos, y todo el mundo es capaz de tararear Give Peace a Chance.

Si bondad es ser generoso, John lo fue con todo aquel que transpiraba amor. Con los demás, no. Ayudaba a sus amigos en quiebra, y llegó a comprar a alguno de ellos, el ex-Quarrymen Pete Shotton, un supermercado para que saliera adelante. Cass Elliot, la fundadora de Mamas & The Papas, se despertó una mañana por sorpresa con su mano en la del genio, escuchando de su voz un “Cass, I love you”, mientras él la miraba tras sus gafas redondas. Ella había llorado con sus amigas asegurando que John, de quien estaba enamorada, nunca la querría por ser demasiado obesa. Se hicieron amigos.

Él fue quien dijo: “Cuando hagas algo noble y hermoso y nadie se de cuenta, no estés triste. El amanecer es un espectáculo hermoso y sin embargo la mayor parte de la audiencia duerme todavía.”

También es famosa su frase: “Vivimos en un mundo donde nos escondemos para hacer el amor, mientras la violencia se practica a plena luz del día.” Pues fue de noche.

¿Quién mató a John Lennon a las 23 horas del 8 de diciembre de 1980? Sí, el autor material ahí está, con sus datos: el recluso Mark David Chapman cumple condena de cadena perpetua en la prisión Wende Correctional Facility, en el Condado de Erie, Nueva York. Sí, la misma institución de máxima seguridad en la que acabó Epstein. Ya. Demasiado simple.

“En aquel tiempo” también habla de un 1980 neoyorquino lleno de violencia y barrios en los que la policía no podía ni siquiera entrar; de un Lennon que había sido perseguido antes por los esbirros de Nixon por pacifista, y de un terrible ejemplo de sincronía del Destino.

Nuestra mayor agresividad suele ser contra aquello que vemos en los demás y nos recuerda a lo que no queremos de nosotros mismos

No fue el batir de las alas de una mariposa la que generó uno de los huracanes más tristes de la cultura del siglo XX, sino que fue, por ejemplo, la sórdida mala calidad de una manguera de goma. La que usó el individuo que ahora pide clemencia para intentar suicidarse, años antes de que cometiera su crimen. Se estropeó por el calor al ser la del aspirador (además, torpe) y no introdujo el suficiente humo del tubo de escape en su coche. No tuvo tanto éxito en esta empresa. Otro batir de alas del “efecto mariposa” estaría en el curioso desliz que tuvo el asesino al ser infiel a su esposa. Probablemente cualquier otro lector del inocente y famoso libro juvenil El guardián entre el centeno se odiaría a sí mismo por mentir, y ya estaría. Pero este ser no tuvo bastante, y quiso probablemente acabar con alguien que encarnara la bondad pero que, para él, mintiera. Nuestra mayor agresividad suele ser contra aquello que vemos en los demás y nos recuerda a lo que no queremos de nosotros mismos. Por lo visto, y según el desequilibrado, ser buena persona no era compatible con vivir en el exclusivo edificio Dakota o tener chófer.

No debo interpretar, ya que es un ejercicio de grosería fuera de una terapia, pero tampoco lo haré porque en palabras del propio criminal, lo hizo sencillamente para dar la nota. De una forma zafia, burda y estúpida, pero lo consiguió. Entre otras cosas, porque otro de sus asesinos fue la verdadera bondad de John cuando pedía al conductor de su limusina que aparcara en la acera opuesta a la entrada de su casa en la calle 72. De esta forma podría saludar a los fans que se hallaban de guardia siempre en su puerta. Esos escasos metros de calzada y acera fueron el lecho de muerte para alguien que preguntó al propio Chapman si quería algo más cuando le firmó una copia de su disco “Double Fantasy” horas antes. Sí, quería ser famoso y de paso cargarse a alguien que representara la bondad.

Ocurrió la desgracia en un mundo que da visibilidad a los malvados, y en un país en el que alguien con un serio trastorno puede comprar un arma por algo más de 160 dólares. No hubo ninguna alerta. Ni siquiera por parte del amigo que proporcionó la munición, ante una excusa como la de querer defenderse en un Manhattan peligroso. Y tan peligroso.

Con la sangre derramada de John en el cruel asfalto de la metrópolis del centro del mundo se fue también un alma inspiradora que, seguramente, ahora estaría pidiendo la libertad de su propio asesino.