Yolanda Díaz no quiere ser presidenta, ni líder mundial, pero le ha tocado. No lo digo yo, sino que lo dijo Ada Colau, que está en su plataforma revolucionaria-maternal como la que está dentro de las aguas del río Jordán hasta las pantorrillas, entre bautista y gondolera. Díaz tampoco querrá ser santa, pero a lo mejor también le toca. Colau la bautizó como líder mundial con agüita de gambas de la Barceloneta, pero otro vendrá más poderoso y la bautizará con Espíritu Santo y fuego: el mismísimo papa, Francisco, Bergoglio, papa negro (por jesuita) o papa rojo (por rojo), con quien tiene audiencia este sábado. Yolanda Díaz se deja llevar, no quiere nada pero sus fieles la van conduciendo al martirio de ser presidenta de la izquierda chaise longue o de ser santa de Francisco o de Almodóvar. Ella sigue pidiendo que, si es posible, aparten de ella ese cáliz, pero el cáliz se le pega como un plisadito, a ver.

Yolanda Díaz va a ir al Vaticano, ese lugar que es como el cenicerito de recuerdo de Dios, y va a ser recibida por el papa, que va a santificarla ya a partir de ese momento como izquierda ecuménica, izquierda calcutense, izquierda andina, izquierda de cristo obrero y por ahí de ese palo. La Iglesia siempre ha tenido ese batallón de reserva de la izquierda, para poder estar a la vez con la señora de orzuelo de pedrería y con el pobre de parroquia de cemento y cartón, todos con el mismo dogma, el mismo consuelo y la misma bienaventuranza (si no te glorifica el hambre, te glorifica el trabajo en el banco). Del otro lado, la izquierda siempre ha tenido fantasías con la clientela de un cristianismo comunista, que siempre había alguien del sindicato que te decía eso de que Jesús fue el primer comunista, afiliándolo. El propio Bergoglio ya dijo que, en todo caso, sería que los comunistas piensan como Jesús. Una distinción sin importancia.

La Iglesia siempre ha tenido ese batallón de reserva de la izquierda, para poder estar a la vez con la señora de orzuelo de pedrería y con el pobre de parroquia de cemento y cartón

Todos quieren ensanchar sus bases. La Iglesia, que no es tonta, también cuenta más pobres que ricos, exactamente como la izquierda. Y la izquierda, que tampoco es tonta, también cuenta más dinero en los ricos que en los pobres, exactamente como la Iglesia, de manera que Roures o Wyoming son como su Domund o su padre Ángel inversos. Los ricos pueden pasar por el ojo de la aguja o por la camaradería revolucionaria, si es preciso, y los pobres hacen siempre más bulto, más ejército y más juicio final. La Iglesia y la izquierda hasta coinciden en esa especie de Cielo de trigales y pan de obrador, más el Infierno metalúrgico para los herejes, claro. O sea, que va viendo uno que la reunión de estos líderes mundiales o espirituales tiene mucho sentido, como una cumbre de los dos papados más poderosos de la historia.

Yolanda Díaz se va pues al Vaticano, empujada por una confluencia de sindicalistas crísticos, curas de polígono, teólogos de la liberación y monjas indepes, supone uno, porque digo yo que para vencer su natural modestia hacen falta muchas legiones de ángeles anunciadores, más Colau como una pastorcita de villancico, con zurrón y medio queso. Lo que no pudo conseguir Pablo Iglesias, que le echaba al papa Francisco unos piropos así como porteños, lo va a conseguir Díaz. Es que ella no quería, y ésa es la diferencia. Ella no quería ser ministra, ni quiere ser presidenta, ni quiere ser la nueva Mesías de la izquierda con broche de espadín en el corazón y mangas de fritura de encaje, como una dolorosa. Ella no quería, como aquel papa bueno de Anthony Quinn (Las sandalias del pescador) no quería ser papa, y por eso ella es la más digna, o la única digna. La papisa de nuestra Matria.

Yolanda Díaz en el Vaticano, Maracaná de Dios donde hay una camiseta de Maradona en una vitrina, como si fuera el Grial; Xanadú de todos los dioses estatuados o escombrados, donde el emperador Claudio parece Superman pero la Piedad de Miguel Ángel parece sólo una pequeña fuentecita de pájaros... Yolanda Díaz en el Vaticano es una estampita de consagración, expiación y coronación tan afectada que yo creo que le pega a Iván Redondo. Hay mucha guasa con eso de que Redondo ya trabaja para ella, pero yo no lo descarto. En La Vanguardia Redondo parece que escribe horóscopos y así no va a llegar lejos; tampoco encuentra trabajo en el Ibex, no sé si por presiones de la Moncloa o porque el negocio de verdad no funciona con juegos de manos de piezas de ajedrez ni con frases de galletita de la suerte. Pero si de Sánchez quiso hacer un Kennedy de Empresariales, puede querer hacer de Díaz una Teresa de Calcuta de la izquierda, y por ahí va la cosa. Yolanda Díaz se va al Vaticano, Suiza de Dios, a tratar “retos comunes” con el papa Francisco, especie de Gorrión Supremo para la izquierda. La izquierda transversal (o quizá sólo el cameraman de Iván Redondo, que a lo mejor es el de Sorrentino) también puede o necesita llegar hasta el Cielo o hasta sus cucuruchos, allí en el Vaticano. Yo creo que la vicepresidenta quiere, simplemente, aprender. Díaz dice que se va a limitar a escuchar al pueblo, que es lo que hace Dios con su oreja de ala de ángel o de celosía de confesionario, oreja más bien sorda, por cierto. Lo que pasa es que escuchar peticiones de la gente (toda la gente pide lo mismo, para ella) no es hacer política, sólo es conceder gracias. Puede que ése sea su plan: sin partidos, sin ideología, sin política, sin resultados siquiera, sólo confesionario sordo, sonrisas, bendiciones y lavatorios de pies. Su ambicioso papado abrumado de modestia. Sin duda le inspirará ver y besar, tan cercano, el anillo del Pescador, el anillo de Pedro, el otro Pedro.