Un problema lingüístico es la construcción pasiva del perfecto transitivo. Lo que ocurre cuando las leyes no se cumplen, los derechos de los ciudadanos no se respetan y las decisiones de los tribunales no se obedecen, o sea lo que ocurre en Cataluña, eso es un problema de orden público y de subversión. Con esto de la escuela de Canet, el niño de Canet, que es como un niño cisquero de viñeta cisquera de El Roto, un niño simbólico como un niño con mosca o metralleta de Unicef, la gente tiende a ponerse abuelona. El niño solo y acosado, llorando sin amiguitos, con su peluche descuartizado, es una imagen que no deja sitio para nada más. Por eso habría que olvidar al niño de Canet. Hay quien también se pone pedagógico e involucra graves dinámicas de sectas de profesores de jersey flojo sobre la mejor enseñanza. O quien piensa que es un asunto de AMPA, como si se tratara de organizar la excursión a un acuario. Todo esto hay que olvidarlo, el niño, la escuela y los idiomas. Lo que pasa en Cataluña es que no hay ley.

“El Ejecutivo trabaja para que el Govern autonómico ejecute las sentencias de los tribunales”, ha dicho el portavoz del PSOE, Héctor Gómez, así muy lenta y fatigosamente, como si eso de que las sentencias se cumplan requiriera levantar sinuosos campos de molinos o inmensos imperios fluviales. Ver al niño de Canet finalmente con su profesor y su burbuja, con su 25% de español como si fuera una medicación de niño enfermito; verlo en su escuela sin jaula y hasta con amiguitos, ése no es el objetivo. Las sentencias no hay que cumplirlas porque afecten a un chiquillo de cinco años con deditos de chicle y miedo a los monstruos de los percheros. Las sentencias no hay que cumplirlas porque se consiga reunir a las madres helicóptero y a los profesores de comisariado político y se llegue a una solución como para cuadrar el horario de extraescolares. Las sentencias no hay que cumplirlas porque se ha convencido a la Generalitat a base de palmaditas o prebendas o de llevar a Rufián de karaoke. Las sentencias hay que cumplirlas porque son sentencias.

Hay que olvidarse del niño, que los niños siempre lo manchan todo de la sentimentalidad, la ternura y el chocolate de sus manitas. Hay que olvidarse para que no creamos que la solución al niño es la solución al problema. La solución no es buscarle su pupitre más o menos esquinado, ni su profesor con malas ganas, ni su español con cuchicheos por detrás, porque esa solución significaría que los derechos son concesiones o gracias particulares. También hay que olvidarse en este momento de la escuela, de su modelo de escuela, con sus inmersiones en una lengua o en otra, en una historia o en otra, cuando aún no ha cuajado siquiera un modelo de sociedad civilizada, esa en la que, fíjense qué audacia, las leyes deben cumplirse. Yo me olvidaría en este punto hasta de las lenguas, que son de los hablantes y no de los políticos, que se transforman para el uso y se mueren cuando no sirven, como viejos imperios; me olvidaría salvo para señalar que son los ciudadanos los que tienen derecho a usar las lenguas, no las lenguas las que tienen derecho a poseer en exclusiva a los ciudadanos.

De lo que se trata es de que las leyes no se cumplen, los derechos de los ciudadanos no se respetan y las decisiones de los tribunales no se obedecen

El niño de Canet, la escuela de Canet, son anécdotas si se solucionan anecdóticamente, o sea arreglando simplemente lo del niño de Canet o la escuela de Canet. A eso me refiero cuando digo que hay que olvidarlo, a que hay que olvidar la anécdota y enfocarse en el sistema perverso que la permite. En Cataluña llora un niño pero no se trata de que el niño llore, alguien habla o no habla catalán pero no se trata de que hable o no hable catalán, alguien se va de Cataluña pero no se trata de irse de Cataluña. De lo que se trata es de que las leyes no se cumplen, los derechos de los ciudadanos no se respetan y las decisiones de los tribunales no se obedecen. Pasa en las escuelas y pasa en cualquier espacio público. Ni siquiera hay ya espacio público, en realidad.

Cataluña entera está fuera de la ley, y se permite que esté fuera de la ley. El Gobierno incluso va a votar en contra de una moción que pide simplemente que se cumpla la legalidad en Cataluña. Eso significa que el Gobierno admite que la ley ya no importa en España, que lo que pasa en Cataluña se podría permitir en el País Vasco o en Teruel si eso conviniera. Cumplir la ley ya no es una obviedad, es sólo una posibilidad más. El Gobierno ve como un trabajo político, diplomático u hortelano conseguir que se vayan ejecutando algunas sentencias, como si se fueran colocando algunos pupitres o perdonando a algunos herejes. Trabajo por el que se felicita, heroico.

Hay que olvidar al niño de Canet, que es como un reclamo impúdico de limosnero o de pitonisa. Hay que olvidar el problema anecdótico, idiomático, pedagógico y folclórico porque lo que hay es un problema democrático y de orden público. En Cataluña la ley es opinable, negociable, postergable, adaptable, o sea que no hay ley. De sus autoridades rebeldes se espera, con gran paciencia, no que cumplan las leyes sino que decidan cumplirlas cuando les convenzan o les convenga. El bueno de Casado pide una ley de inspección educativa y hasta un 155 también educativo, pero eso es otra solución anecdótica. La solución no anecdótica la tuvo Rajoy, ese 155 hecho como sólo con carteros y que aun así apagó toda la valentía revolucionaria independentista. Pero no duró lo suficiente y ahora nos conformaremos con que ese niño tenga su pupitre y su recreo más o menos tranquilos. Hasta que venga otro niño, o un concejalillo, o un catedrático, o una turba, y tengamos que volver a negociar los derechos de todos como si fuera el horario de pretecnología.

Un problema lingüístico es la construcción pasiva del perfecto transitivo. Lo que ocurre cuando las leyes no se cumplen, los derechos de los ciudadanos no se respetan y las decisiones de los tribunales no se obedecen, o sea lo que ocurre en Cataluña, eso es un problema de orden público y de subversión. Con esto de la escuela de Canet, el niño de Canet, que es como un niño cisquero de viñeta cisquera de El Roto, un niño simbólico como un niño con mosca o metralleta de Unicef, la gente tiende a ponerse abuelona. El niño solo y acosado, llorando sin amiguitos, con su peluche descuartizado, es una imagen que no deja sitio para nada más. Por eso habría que olvidar al niño de Canet. Hay quien también se pone pedagógico e involucra graves dinámicas de sectas de profesores de jersey flojo sobre la mejor enseñanza. O quien piensa que es un asunto de AMPA, como si se tratara de organizar la excursión a un acuario. Todo esto hay que olvidarlo, el niño, la escuela y los idiomas. Lo que pasa en Cataluña es que no hay ley.

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