Ursula von der Leyen, nuestra madrastra con tez de flor de té, no felicita a sus hijos, menos a Sánchez, hijo inclusero a quien sólo podría felicitar por el dudoso mérito de pedir. El Gobierno ha publicitado mucho una supuesta felicitación de la Comisión Europea por el trámite de los fondos de recuperación, que sería una felicitación del feliz gastar, digámoslo así, pero la propia Comisión ha tenido que aclarar que sólo era una carta de cortesía que en nada califica ni evalúa el gasto ni su repartimiento. El documento se limita a constatar, con ese lenguaje como de leve coquetería que usa la diplomacia, que España ha cumplido todos los requisitos. Por ello, está fuera de lugar que se use en el debate político, vienen a explicar los sorprendidos europeos. Sánchez no sólo espera que lo aplaudan por gastar el dinero ajeno con un clavel de casino en la solapa, sino que lo hagan por rellenar los formularios, por cumplir los plazos y por no equivocarse de póliza.

Ursula von der Leyen, o en general la Europa madrastra de tantos churumbeles mediterráneos, renegridos y pillos como pescadores de perlas, no felicita a sus hijos por hacer la o con un canuto o dibujar una familia de palotes, pero quizá se lo debería pensar con Sánchez. A Sánchez hay que aplaudirlo, motivarlo, felicitarlo, hacerle dar vueltas al ruedo con la taleguilla apretada de flores y cucuruchitos como un cesto de violetera, o se nos viene abajo. A Sánchez hay que achucharlo, mimarlo, piropearlo, dedicar relicarios a sus pestañas y a los trocitos de moqueta semanasantera que va pisando por el Congreso igual que una morena de copla, o se nos consume. A Sánchez hay que halagarlo, obsequiarlo, darle la razón y darle el balón como al señor marquesito en su comunión, o se nos enfada. A Sánchez hay que bajarle el tono, ese tono de siestecita que quiere él en el debate político, ideológico, económico o lógico, o se sobresalta. A Sánchez, ya saben, hay que arrimarle el hombro o se derrumba.

Sánchez no entiende la cortesía como no entiende, simplemente, la política

Ursula von der Leyen, y en general la Europa bárbara y norteña, no conoce bien a Sánchez y no conoce bien la España de Sánchez, que es un proyecto personal levantado sobre una paciencia, una tranquilidad y una confianza muy frágiles, como un barquito de botella o un circuito de dominó. Un Sánchez frustrado es una España condenada, un Sánchez descontento es una España en crisis, un Sánchez contrariado es una España hundida. Sánchez no es un presidente corriente, ni siquiera un mero presidentón de ésos autocondecorados hasta sobrecargar los discursos, los balcones y la patria como de pesada calderería. No, Sánchez es más como uno de esos dioses meteorológicos caprichosos y volubles, dioses de los mares o de las tormentas cuyos ánimos se transmiten a la tierra y a las gentes de manera puramente física. A Sánchez hay que halagarlo por supervivencia, o sea por la propia rutina de vivir.

Ursula von der Leyen, madrastra nuestra como de unos niños montañeses, no felicita a sus hijos porque ya los considera adultos, que entienden ya los protocolos, las evidentes mentiras y exageraciones de la diplomacia, que son como los de la galantería o, sin más, los de la vida. Lo que ocurre es que la cortesía deja de serlo cuando el halago es ley, que es lo que pasa con Sánchez o lo que pasa con los niños. Lo de la carta no ha sido un malentendido del Gobierno, pues, sino la acostumbrada sensación de que uno lo hace muy bien todo, o, en realidad, de que lo que está bien se define a partir de lo que uno hace. Si Sánchez piensa que el PP debería aplaudirle, disolverse como oposición y refundarse quizá como orfeón de sus glorias o cuerpo de baile alrededor de su chistera, cómo no pensar que te aplaude el organismo que te acaba de dar todo el dinero con el que estás fardando, y además una tarjeta firmada que parece de admirador de camerino. Sánchez no entiende la cortesía como no entiende, simplemente, la política.

Ursula von der Leyen, que parece una blanca molinera del dinero, no le estaba concediendo a Sánchez fondos europeos ni le estaba mandando un christmas de embajada, sino que le estaba dando, sencillamente, legitimidad y razón. Al menos, es lo que entiende Sánchez, que podría llamar negacionista a la Comisión Europea de lo contrario. La verdad es que Europa no puede saber cómo se están repartiendo aquí esos fondos porque no lo sabe nadie salvo Sánchez, así que difícilmente podría felicitar por eso la Comisión. Lo que sabemos es que Sánchez mandó los papeles con su cuidado de carboncillo y a cambio recibió un saquito de dinero como de diligencia que, dada la ausencia de auténticos baremos y requisitos objetivos, oficiales y públicos, tenemos que decir que está gastando como lo gastaría un buscador de oro.

Ursula von der Leyen no felicita a sus hijos, que ya no tienen edad para que les feliciten por dibujar caras de garabato o mandar una carta torcida a los Reyes Magos. Pero con Sánchez debería pensárselo, mandarle una carta verdaderamente rendida, zalamera y agradecida, una justa felicitación por eso de pedir y de gastar, o simplemente por existir. No se ha dado cuenta aún la presidenta de la Comisión Europea, como no se ha dado cuenta Casado, de que eso no es sólo lo mejor, sino lo único que se puede hacer en España.

Ursula von der Leyen, nuestra madrastra con tez de flor de té, no felicita a sus hijos, menos a Sánchez, hijo inclusero a quien sólo podría felicitar por el dudoso mérito de pedir. El Gobierno ha publicitado mucho una supuesta felicitación de la Comisión Europea por el trámite de los fondos de recuperación, que sería una felicitación del feliz gastar, digámoslo así, pero la propia Comisión ha tenido que aclarar que sólo era una carta de cortesía que en nada califica ni evalúa el gasto ni su repartimiento. El documento se limita a constatar, con ese lenguaje como de leve coquetería que usa la diplomacia, que España ha cumplido todos los requisitos. Por ello, está fuera de lugar que se use en el debate político, vienen a explicar los sorprendidos europeos. Sánchez no sólo espera que lo aplaudan por gastar el dinero ajeno con un clavel de casino en la solapa, sino que lo hagan por rellenar los formularios, por cumplir los plazos y por no equivocarse de póliza.

Contenido Exclusivo para suscriptores

Para poder acceder a este y otros contenidos debes ser suscriptor.

¿Ya estás suscrito? Identifícate aquí