Era ella, Yolanda Díaz, nuestra vicepresidenta, vestida de blanco transfiguración, subida al atril del Gobierno como a un algarrobo luminiscente por su presencia: “No juguemos con las cosas de comer. Dejemos la política al margen”, decía sobre el jaleo de la reforma laboral. Yolanda Díaz, nuestra vicepresidenta, resulta que no hace política. Lo suyo es otra cosa, algo así como ciencia, una ciencia de bata y piruleta sentimentales como la de Fernando Simón; una ciencia aplicada a la cocina de puchero de la gente como Ferrán Adriá la aplica a esferificar las flatulencias futuras. A Yolanda Díaz la vimos derritiéndose sobre ella misma en Salvados, que ella se mueve así, derritiendo el trineo de azúcar en el que va, pero ya sabíamos que era cursi y afectada como el ángel con peto de Autopista hacia el cielo. Sin embargo, más importante es lo peligrosa que es esta gente que dice que hay que superar la política para obedecer sólo a lo que le susurran a ella los pajaritos, la Virgen o “la sociedad”.

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