Sánchez parece que vuelve siempre de Europa como un guapo vuelve de los casinos, ganador, satisfecho, enérgico, con esa pajarita deshecha de los trasnochadores elegantes y un as de corazones de carmín mojándole la oreja. Pero la verdad es que en Europa a Sánchez lo suelen revolcar, esta vez también, así que, más que un guapo que rindió a la suerte y acertó con una aceituna de martini en un escote rococó, él sería un banderillero fondón que regresa con cojera, una banderilla tronchada y un siete en el culo rosa como en una silla tapizada de comedor. No, Sánchez no logró lo que quería, su propuesta de desligar el gas del precio de la electricidad, y que además ya sabía que no saldría (bastaba con saber contar). Lo que ha logrado es que le dejen hacer lo que, básicamente, ya permitía la UE desde el 8 de marzo. ¿Qué ha hecho Sánchez todo este tiempo? Pues por lo visto ensayar cómo desanudarse la pajarita con una mano, como una pastorcita de égloga que se desata los lazos para el poeta.

España entera se ha parado por esa alfombra roja de Sánchez, de nuestro “Antonio” Sánchez, un Antonio Banderas entre Zorro y espía con clavel que tenía que salir de la cumbre entre tiros y tangos después de haber rendido a gobernadores, damiselas y potrillas. Sánchez no quiere tomar decisiones, por eso le inventaron la “cogobernanza”, la “unidad”, la “acción coordinada” y otras gateras. Prefiere ir a Europa como un donjuán de los dineros y la labia y decir que ha birlado perlas y honras después de una larga pero invencible seducción a la que no se puede resistir nadie, ni Ursula von der Leyen, con su cosa de monja de piel de leche. Gobernar, decidir cosas aquí, en tu Consejo de Ministros o en tu despacho de la Moncloa, después de cavilar o al menos hacer que cavilas mirando tus Mirós como si estuvieran bocabajo, eso es poco peliculero. No se puede ser el héroe de tus asesores, de tu sotanillo, de Félix Bolaños ofreciéndote la espalda para escribir con su pinta de cartero del pueblo o cabo furriel. Pero, ah, ser el héroe de Europa, como un Napoleón slim fit, eso es otra cosa.

La propuesta de España estaba condenada al fracaso, pero Sánchez sabía que aun así podría venderlo como un éxito

España ha estado parada mientras Sánchez planeaba ese Consejo Europeo como una solterona planea su boda. La propuesta de España estaba condenada al fracaso, pero Sánchez sabía que aun así podría venderlo como un éxito, ese éxito como de falso indiano que consiste en volver igual de tieso pero elegante y algo sudoroso, con vitola heráldica y sombrero de jipijapa. Como digo, Sánchez sólo ha conseguido volver al 8 de marzo, eso sí, acompañado de Von der Leyen, como de la manita de una monja. Von der Leyen, por supuesto, no va a salir a su lado, con su aureola de monja de Lourdes, para decir que Sánchez es un chufla, sino que le guarda un poco las espaldas. Pero ya, claro, lo que fue el 8 de marzo para los países que tomaron medidas se convierte en 26 de marzo para los que esperábamos la tintorería de Sánchez. 

Todo en España estaba parado mientras Sánchez buscaba su esmoquin de los Goya y el mechero de pistola para irse a Bruselas. No estaban paradas sólo las soluciones, sino las intenciones, que para los transportistas tiraban de la ultraderecha, ya un estribillo del Dúo Sacapuntas, y cuando Félix Bolaños se reunía con partidos y organizaciones sólo iba con su clarinete de niño cargante, sin más propuestas. Es que Sánchez tiene que venir de Europa como el profeta que viene de la montaña, necesita el sitio del milagro por ahí lejos, en lugares pintorescos y artúricos, no puede salir un día en el Telediario y arreglarlo todo, sin misterio, sin épica, sin adversario adragonado. Él no toma decisiones, pero consigue que Europa le dé lo que pide, que es un curioso caso de pereza y de perseverancia, o de perseverancia en la pereza. Europa, el enemigo, el castillo, la gloria y la solución, ahí tiene Sánchez todo lo que necesita, como un parque de atracciones de piratas. 

Sánchez sigue ahí, con la pajarita deshecha, con la oreja húmeda, recreándose en ese Consejo Europeo como el que se recrea en un coñá napoleónico. El 8 de marzo, la Comisión Europea tuiteó esto: “Los países de la UE podrán regular los precios y redistribuir los ingresos de [sic] procedentes del sector energético y del comercio de derechos de emisión a los consumidores”. Eso hicieron muchos otros gobernantes, pero claro, no tenían la clase, la percha y la suerte de nuestro presidente, que no necesita ni que rubias a lo Veronica Lake le soplen los dados con las pestañas. El 8 de marzo se convierte en nuestro 26 y ni aún así parece que están listas las medidas, que la cosa aún tardará un mes, ha dicho la ministra Teresa Ribera, ahora repentinamente atareada, como si hubiera sonado la campana del rancho o de la madre superiora. Las medidas, claro, tendrá que presentárselas a Europa, como todos, no es porque a Sánchez se lo permitan después de haberles vencido con florete de nardo o con canciones de tuno.

Sánchez ha vuelto de Europa como de Montecarlo, contando historias de la ruleta o del balcón gélido de Von der Leyen. En realidad llega como todos los demás, sólo que más tarde, pero dice eso de la isla energética y es como si llegara en hidroavión, aventurero, osado y aún más guapo por sudado. Sánchez se puede vestir de mago, se puede ir con zapatófono o con látigo a Bruselas, y puede venir con islas de multipropiedad o de minigolf, pero no, no es el héroe de Europa, no ha conseguido lo que quería, no ha ganado nada y ni siquiera tiene la suerte que dan las rubias o los desodorantes que te hacen ligón. Sánchez sólo ha conseguido perder tiempo y que todos le hayan visto dar la orden de parar el fin del mundo mientras él buscaba el liguero de calcetines.

Sánchez parece que vuelve siempre de Europa como un guapo vuelve de los casinos, ganador, satisfecho, enérgico, con esa pajarita deshecha de los trasnochadores elegantes y un as de corazones de carmín mojándole la oreja. Pero la verdad es que en Europa a Sánchez lo suelen revolcar, esta vez también, así que, más que un guapo que rindió a la suerte y acertó con una aceituna de martini en un escote rococó, él sería un banderillero fondón que regresa con cojera, una banderilla tronchada y un siete en el culo rosa como en una silla tapizada de comedor. No, Sánchez no logró lo que quería, su propuesta de desligar el gas del precio de la electricidad, y que además ya sabía que no saldría (bastaba con saber contar). Lo que ha logrado es que le dejen hacer lo que, básicamente, ya permitía la UE desde el 8 de marzo. ¿Qué ha hecho Sánchez todo este tiempo? Pues por lo visto ensayar cómo desanudarse la pajarita con una mano, como una pastorcita de égloga que se desata los lazos para el poeta.

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