¿Está seguro el presidente de que con esa fórmula iniciada ayer -que tiene un aroma inevitablemente viejuno que recuerda a aquellos tiempos en que los políticos necesitaron ser conocidos por el electorado dado que eran unos sujetos perfectamente ajenos para el personal- va a remontar en las encuestas?

Es verdad que la fórmula está empezando a ser aplicada pero acudir a Pino Montano, uno de los poquísimos enclaves en el que el PSOE resistió en Sevilla la avalancha “azul”, no parece un monumento a la improvisación sino un tanteo a ver qué tal va la cosa en un recinto seguro. Lo que transmite es miedo.

Y repetir la hazaña en el recinto aún más cerrado de La Moncloa, como va a suceder hoy, donde los asistentes habrán pasado un “casting” y se les habrán adjudicado los turnos de media docena de preguntas -aquí este señor con una pregunta más comprometida, aquí esta señora con una pregunta más complaciente- de modo que quede un conjunto presentable para el público general, que es el destinatario último del montaje insisto en que transmite el temor a salir a la calle a cara descubierta. 

Cosa lógica porque para un gobernante en el último tramo de una legislatura como la que estamos viviendo no es la mejor fórmula la de salir a la calle sin la protección -o más bien el escudo- de un intermediario que le haga las preguntas sobre todo si éstas van dirigidas a ensalzar la acción del Gobierno y a denostar la acción de la oposición.

Para eso sería mejor dejar las cosas como están y luchar con los instrumentos que le da la posesión del BOE. El problema de Sánchez es que ni con el BOE en su mano está pudiendo  remontar en las encuestas que ayer mismo le daban otro varapalo considerable. 

Ni los insultos a coro de Consejo de Ministros contra el líder de la oposición parecen haber logrado la remontada en las encuestas que perseguían esas descalificaciones que al final se han vuelto en contra del propio Gobierno por lo trucado que acabó resultando el fenómeno de todo un Ejecutivo -esta vez sólo la parte socialista- descalificando de ese modo tan artificial a quien no se puede de ninguna manera comparar con Donald Trump sin caer inmediatamente en el ridículo. 

Lo que sucede es que no es posible para una sociedad medianamente informada -y la nuestra de algún modo lo está aunque sea por cauces que se nos escapan en muchas ocasiones- rodearse en los primeros dos años de apertura del curso de lo más granado del IBEX 35  -Fainé, Pallete, Botín, Bogas, Galán, Brufau, Florentino, Entrecanales o Marta Álvarez- y de los dos grandes sindicatos para dos años después calificar a esos mismos señores y señoras de individuos con puro e intereses oscuros -otra frase viejuna que remite a Forges y a Chumi Chúmez o incluso a Serafín- confabulando contra los intereses de La Gente que es como se hace llamar ahora este Gobierno, el Gobierno de la Gente.

Porque o eran necesarios antes para sacar adelante al país o lo que llevó a cabo el presidente durante dos años seguidos fue una mascarada injustificable. Naturalmente, es la primera opción la que se ajusta a la realidad y lo que no responde más que a un populismo de ínfima calidad es ese refugiarse en los tópicos de una izquierda trasnochada más propio de las dictaduras bolivarianas.

Y ese movimiento hacia la izquierda es interpretado por la opinión pública de nuestro país como algo condicionado por los socios de investidura que le mantienen aherrojado a posiciones incompatibles con los planteamientos iniciales que hablaban, o así lo quisimos ver muchos, de que se produjera en el país, para beneficio de todos, la necesaria colaboración del sector público y el sector privado.

Ahora, además de haberle robado a Podemos su viejo eslogan que ya había utilizado Izquierda Unida para su campaña de 2014 para las elecciones europeas, el giro a la izquierda es evidente desde el momento en que su incompatibilidad no se produce hacia los partidos de la ultraizquierda, Podemos, ERC, Bildu, sino hacia la única formación que está en condiciones de ser la alternativa de Gobierno, el Partido Popular.

Por eso hemos pasado a los intereses oscuros, a la derecha política confabulada con esos intereses inconfesables a la que sin embargo piratea algunas de sus propuestas sin mencionar su autoría y sin reconocer que, por lo menos en eso, tiene razón, y todos ellos llevados de la mano de una derecha mediática a la que, no en vano, el presidente del Gobierno no concede jamás una entrevista.

Y eso es imposible que para alguien situado en el centro, centro izquierda, centro derecha del esquema de posiciones políticas, tenga algún viso de credibilidad.  El problema de Sánchez y de sus asesores es que se está produciendo un movimiento de deslizamiento de gran parte de la población hacia esas posiciones de centro, más a la izquierda más a la derecha, que el presidente del Gobierno ha abandonado en favor de las tesis más izquierdistas de Podemos y de sus socios de investidura.

Y eso es lo que le está pasando factura, además del hecho de que poco a poco, el presidente va incorporando, como acabo de decir, a su programa parte de las propuestas que le ha hecho el líder de la oposición y que fueron inmediatamente descalificadas por sus ministros y por él mismo hasta el instante en que él las ha hecho suyas.

Y entonces, sí, entonces es cuando han cuadrado. Eso se llama trilerismo político y dice muy poco de la seriedad de los planteamientos políticos de fondo del Gobierno. El presidente está por eso desacreditado, lo que le está pasando factura de momento. Ya veremos en el futuro.

Pero la gente, esa gente a la que dice representar el Gobierno, lo va sabiendo.