Era un debate desigual en su duración desde el mismísmo comienzo pero se hizo progresivamente evidente cuando comprobamos que el presidente del Gobierno no iba a desaprovechar la ocasión de intentar machacar sin límite de tiempo a quien no disponía más que de 15 minutos en su intervención inicial y de cinco minutos en su réplica, aunque luego la generosidad del presidente del Senado prolongó algo más ambas intervenciones. 

Pero a lo que iba Pedro Sánchez, aunque al comienzo de su intervención no lo pareciera, era a destrozar al líder de la oposición como una persona insolvente o, en su defecto, lleno de mala fe.

Al principio pareció que lo que el presidente del Gobierno pretendía era tranquilizar a los españoles a base de decirles que nuestra situación, aunque mala, es mejor que en otros países de Europa. Y que, solidaridades obligadas aparte, nosotros no íbamos a sufrir un invierno tan crudo como los alemanes o los austríacos. Eso vino adornado con loas constantes a los logros de su Gobierno. Nada que no hayamos visto en éste y en todos los gobernantes cuando tienen la ocasión de hablar de sí mismos y de su Ejecutivo.

El ataque de Sánchez fue un ataque tan grosero, tan burdo, tan vulgar, que el presidente quedó malamente retratado en cada invocación

Hasta ahí, todo normal. Pero las tornas empezaron a cambiar en cuanto habló Alberto Núñez Feijóo que, como es natural, hizo un retrato en negativo del dibujo que acababa de hacer el presidente.

Se vio en la réplica de Pedro Sánchez que, por un momento, pareció errática porque se veía que no quería entrar de lleno en la descalificación personal hasta que no estuviera entrada su intervención. Pero llegó el momento de entrar a matar con la letanía de la "insolvencia o mala fe" que traía escrita punto por punto, hasta desbordarse por completo.

Fue un ataque tan grosero, tan burdo, tan vulgar, que el presidente quedó malamente retratado en cada invocación. No es posible sostener que un señor que ha conseguido nada menos que cuatro mayorías absolutas en su tierra, donde por cierto, el Partido Socialista quedó como tercera y última fuerza, es un insolvente.

Y no se puede sostener por más que se quiera utilizar cualquier error como falta de solvencia. Sobre todo no se puede utilizar contraponiendo esa supuesta insolvencia a una supuesta mala fe.

Porque con esas acusaciones el presidente ofende a los partidarios del señor Feijóo y no convence a los suyos de nada. Es una pérdida de tiempo y los asesores que le han aconsejado, los mismos que supongo que están detrás del "arreglo" de La Moncloa del día anterior se han equivocado de medio a medio.

Ni Alberto Núñez Feijóo es una persona insolvente para millones de españoles ni tampoco es un epítome de lo que consideraríamos como el colmo de la mala fe.

Por lo tanto, quien quedó mal en ese incesante golpear el saco de la oposición en la persona de su líder fue Pedro Sánchez. Cosa que Feijóo supo aprovechar lamentándose de que nada menos que el presidente del Gobierno de España descienda hasta niveles propios de un ring de mala muerte.

Más serio y más grave fue que el señor Sánchez tratara de decir que la elección de Núñez Feijóo respondía a intereses de no se sabe qué poderes ocultos que nunca se atreve a señalar con claridad pero que deben residir en esos sujetos con puro que el año pasado le rodeaban a él en la Casa de América para inaugurar el curso político 2020-2021 y 2021-2022. 

Esa es una apelación que ya no se creen más que los muy convencidos o los muy ignorantes. Y, como dijo Feijóo, es un insulto, uno más a él, pero lo es sobre todo a los miles de militantes y a los millones de votantes del Partido Popular.

"Las poderosas fuerzas que a las que usted y su partido representan", llegó a afirmar Sánchez. Un populismo de la peor especie que si lo hubiera formulado el Pablo Iglesias de la primera época no nos extrañaría, pero oyéndolo de boca del presidente resulta no sólo chocante sino intolerable.

Si Pedro Sánchez se hubiera quedado en la primera intervención y no hubiera hecho esa réplica y esa dúplica lamentables, en las que al final y como un pegote añadido, le ha tendido la mano a Feijóo, habría quedado como lo que es, un gobernante orgulloso de lo realizado. 

Pero con esas dos addendas, el que ha quedado mal, pero muy mal, ha sido él.

Y Feijóo ha quedado como víctima de un político soberbio a pesar de lo cual él sigue empeñado en proponerle acuerdos.

A Sánchez se le ha ido muchísimo la mano intentando humillar a su oponente.