En 1998, el difunto rey Abdullah (entonces príncipe) de Arabia Saudí visitaba el palacio de Balmoral, en Escocia, para saludar a la reina Isabel II. Ella quiso recibirlo allí, porque era -según sus propias palabras- el sitio del mundo donde era más feliz. La reina le ofreció un paseo por sus tierras y él obviamente aceptó. Bajaron al jardín y allí había dos Land Rover. El príncipe heredero se subió al asiento delantero del primero, con su intérprete en el asiento de atrás. Para su sorpresa, en vez de un chófer, fue la reina quien subió al asiento del conductor, encendió el motor y arrancó.

Las mujeres no estaban autorizadas a conducir en Arabia Saudí, y obviamente Abdullah no estaba acostumbrado a que una mujer fuera al volante, y mucho menos que fuese una reina. Su nerviosismo aumentó cuando ella, que había sido conductora del ejército en tiempos de guerra, aceleró el Land Rover por las estrechas carreteras escocesas, sin dejar de hablarle todo el tiempo. A través de su intérprete, el príncipe heredero imploró a la Reina que redujera la velocidad y se concentrara en la carretera. Así era Isabel II. Y por eso era tan querida. 

Generaciones de británicos crecieron escuchando historias como esta de sus padres y madres, de abuelos y abuelas. Hoy, la gran mayoría de británicos y, probablemente, de ciudadanos del mundo, solo han conocido una reina en el Reino Unido. Para esos súbditos, y para los de los otros 14 reinos de la Commonwealth, la Reina Isabel II es la única monarca que han tenido. 

La Reina fue más que una Reina, un símbolo. El de la tradición, la historia, y lo que unía a diferentes generaciones con una sola certidumbre: la Reina estaba allí"

Reinar en una sociedad como la británica significa también tener al lado a los medios, y un aparato propagandístico enorme. La comunicación política es más sencilla cuando hay pocas críticas, por supuesto, pero hay que hacerla. Y hay algo que a menudo se olvida cuando se enlaza comunicación y política, y es que la comunicación no puede maquillar durante demasiado tiempo a un mal gobernante. Es imposible.

La comunicación política no puede, a medio o largo plazo, manipular, ni inventar, sino que su objetivo es maximizar el talento de esa persona en el poder. La política se soluciona con política, no con comunicación. Por ello, sin una reina que ha sido buen ejemplo durante generaciones, ninguna comunicación podría haber hecho que fuera tan querida como lo ha sido Isabel II. 

La reina fue más que una reina, un símbolo. El de la tradición, el de la historia, y lo que unía a diferentes generaciones con una sola certidumbre: la reina estaba allí. Y esa tradición se va a exacerbar estas semanas con los preparativos para su funeral y con el exhaustivo plan que se viene preparando desde 1960, que mostrará al mundo un protocolo que está medido a la perfección. Todo preparado. Todo ideado al milímetro para comunicar historia. Porque la tradición es lo que une a un país y lo que iguala a las generaciones. Eso lo saben bien los gobiernos, y lo sabe muy bien, desde hace siglos, la monarquía británica. 

Las próximas semanas veremos una comunicación constante y orquestada, que nos hará sentirnos -incluso desde fuera- como miembros de esa sociedad británica que querían a su reina, como la querían sus padres y sus abuelos. En estos momentos, para el Reino Unido, la comunicación política es comunicar la tradición. Porque es la tradición la que une, simbólica y emocionalmente, el presente, el pasado y el futuro. No hay mejor comunicación para decir: "La reina ha muerto, pero la nación continúa".


Xavier Peytibi es consultor político en Ideograma, politólogo y autor de Las campañas conectadas: Comunicación política en campaña electoral.