Suma y sigue. Y parece que no para, va y viene, vuelve sin haberse ido. Está aquí, en el WiZink Center ante miles de personas, que llevan su nombre en las entretelas del alma y, sobre todo, sus canciones. Joan Manuel Serrat, que aparece con esas canciones sabidas por todos, con su voz inconfundible, con una banda magnífica, y su incondicional Ricard Miralles.

Comienza con Dale que dale, porque quiere despedirse con la fuerza del corazón, y no pretende que nadie se apiade. Ya advierte desde el principio que no es su último concierto. Golpea sin hacer daño, pero no se calla que Ayer aprendí y que su abuelo, al que dedica El carrusel del Furo, fue fusilado en aciagos tiempos y aún, lamentablemente, lo están buscando.

Es insumiso, siempre lo fue, no va ahora a quedarse sentado en el banco de un parque. Se pasea de un lado al otro del escenario, mientras va desgranando las canciones de todos: Lucía, Señora; personajes, que como él mismo dice, no cumplen años, porque no son de verdad ni de mentira, simplemente son fantasías, como la del Romance del tablao del Lacio y de Curro el Palmo.

Se siente emocionado, Madrid siempre le ha querido y él quiere a Madrid, no hay más que constatarlo en el ambiente entregado. Este poeta, este trovador que musicó a Miguel Hernández, a Antonio Machado o a Mario Benedetti.

Quiere mostrarse tal cual es, Hoy por ti mañana por mí, dando la espalda a esos tipos que solo van buscando medrar a costa de otros y, por tanto, entre ellos y él, hay algo personal. Quiere romper el aire con su voz, evidenciar el instante del esfuerzo, ensalzar a quien lucha por la libertad y la vida. Nanas de la cebolla y Para la libertad, consiguen arrancar alguna lágrima que otra y un nudo en la garganta que no se deshace porque después canta una canción de cuna para su madre, y vuelve a la fantasía con De cartón piedra.

Todos los que estamos allí no hacemos Otra cosa que pensar en ti, porque te quiero a ti, porque te quiero, y vamos sintiendo los huesos y vamos estando cada vez más emocionados.

Una maravillosa interpretación de Fue sin querer con Úrsula Amargos, que le acompaña durante todo el concierto con su viola, nos pone los pelos de punta y el silencio en un ¡ay!

El vicio de cantar no es un pecado, al contrario, es una redención, es asumir que tenemos un cantautor que, aparte de ser Doctor Honoris Causa de muchas universidades y ostentar la Gran Cruz de Alfonso X el Sabio, es la voz del optimismo, Hoy puede ser un gran día, es la voz de nuestro Mediterráneo, pero también de Aquellas pequeñas cosas, del caminante que hace camino al andar, cantando.

Irradia luz y nos ilustra su concierto con imágenes divertidas, crudas, simbólicas. Un sonido perfecto y un suspiro porque quisiéramos que fuera eterno.

Salimos sonámbulos del concierto, como en un sueño, tarareando y recordando, queriendo estar a su lado.

Sus canciones son las letras que todos nos sabemos, pensando, cuando llegue a casa vuelvo a poner sus discos, mañana, para creer que aún estoy disfrutando.
Mientras Joan Manuel Serrat cante, es que aún hay motivo de emoción para todos nosotros.