A lo mejor lo que pasa es que de la mujer, como de la rosa de Umberto Eco, o como del Gobierno, sólo nos queda el nombre. “Stat rosa pristina nomine, nomina nuda tenemus”, o sea, más o menos, “de la rosa primigenia queda el nombre, conservamos nombres desnudos” (y perdón por el doble kitsch del latinajo y de la cita manida). A la misma Irene Montero le preguntaron, en su acto particular y cerrado del 8-M, particular y cerrado como su feminismo, “qué es una mujer”, y ni siquiera ella pudo responder sin usar la tautología: una mujer trans también es mujer, aclaró, cosa que ya se adelantaba al decir “mujer trans”, por supuesto. Umberto Eco nos venía a decir que al final sólo tenemos el lenguaje, que lo que queda de las cosas pasadas, vividas, pensadas, sentidas o perdidas es el lenguaje. Y nuestro lenguaje, en este momento, es político. La definición de mujer, ahora, como la de pobre, como la de progreso, como la de verdad, sólo puede ser política. Nos hubiéramos ahorrado muchos disgustos, muchos cabreos y mucho latín sabiendo esto.

El feminismo, dividido, peleado, colorido, enfurecido, encendido y quizá desautorizado como nunca, aún se manifestaba preguntando o persiguiendo la idea de mujer, que parece perdida o robada desde el rapto de Europa o de las sibilas, rapto del macho en todo caso. Pero la definición más práctica de mujer no la da la biología, ni la historia, ni esa condición de ser sufriente y alado perseguido y sometido siempre por el macho. La mejor definición la da la necesidad política: la mujer es exactamente la necesidad política de mujer que tienen ahora dos facciones de la izquierda que intentan sobrevivir, el sanchismo y el podemismo. Por supuesto, la definición también es circular porque el concepto es circular. La mujer podemita es exactamente la mujer podemita, con unos dogmas y unas reglas tan claros como los de las ursulinas. Y la mujer sanchista también es exactamente la mujer sanchista, o sea la que haga falta. Las demás, la verdad, son almas en pena del feminismo, como Carmen Calvo, con su feminismo clásico o incluso antiguo, de minifalda, sindicato y uni, y que no saben ni en qué manifestación meterse.

La mujer podemita viene de la necesidad podemita de no desaparecer y, claro, no puede ser una mujer mainstream, ni siquiera una rebelde mainstream que se rebela en la oficina o en la cama pero no en la arena política. Tiene que ser radical porque ya no tienen otro espacio político al que apostar (los demás están copados y saturados), así que viene con llamativos conflictos históricos y tremebundas batallas alegóricas y físicas que se desarrollan en su entrepierna: la penetración como agresión, el satisfyer como liberación, el derecho al placer con sangrado menstrual como si aún se estuvieran rebelando contra la tribu de Leví, la hermandad con las vacas, víctimas también de ese patriarcado que les castiga las ubres, y otras idas de olla de secta de adoratrices de su reverendo coño o lo que tenga cada una. Por cierto, me pregunto si el pene de una mujer con pene podrá penetrar sin caer en ese pecado original del falo violento, violador y violáceo del hombre con pene. 

La mujer con las necesidades de mujer quizá sólo la veíamos entremetida, rara allí como un señor con bigote, o haciendo de coche escoba tras los otros pancartones mejor subvencionados

Por otro lado, la mujer sanchista viene de la necesidad sanchista, en este caso de escapar desesperadamente del desastre de la ley del ‘sólo sí es sí’, aunque no tanto de escapar de la ley Trans. Es, pues, una mezcla de feminismo clásico, feminismo de bolsito y taquimeca, como el de Calvo, más un poco de disimulo ante los problemas o aporías de la autodeterminación de sexo, o de género, o de pronombre o de lo que sea. Incluso un poco de disimulo ante el dilema filosófico de las diferentes calidades morales y espirituales del pene y la vagina según estén asociados a un género o a otro, o floten en un espacio vítreo sin sexo, como angelotes congestionados. El sanchismo es adaptativo y su concepto de feminismo también lo es. En realidad, para saber qué es el feminismo sanchista uno sólo puede preguntarle a Sánchez, que nos dirá su definición de mujer del momento como si nos dijera la cotización del yen o los resultados de una encuesta de Tezanos.

Estas son las ideas de mujer que están vigentes, las de las necesidades políticas, las que llenaron las principales cabeceras de las manifestaciones, enfrentadas, abanderadas y engalladas como si fueran hooligans de algún derby del pubis. Luego, la mujer con las necesidades de mujer quizá sólo la veíamos entremetida, rara allí como un señor con bigote, o haciendo de coche escoba tras los otros pancartones mejor subvencionados, pisando con resignación la propaganda política o genital que se había caído por el suelo, una cosa entre juguetería, peluquería y sex shop. Si se preguntan por otros conceptos de mujer, de igualdad o de feminismo que pueda haber a la derecha del PSOE, sepan que no se tienen en cuenta porque no vienen de una necesidad política. La necesidad política de la derecha se enfoca en otros conceptos, como esa libertad que puede caber incluso en un botellín, o el dinero como medida calvinista y brutal de la voluntad. Son conceptos menos identitarios y más adjetivos, donde la categoría de mujer se pierde en el ciudadano o se pierde en la contabilidad. Es decir, que no es útil.

De la mujer quizá sólo nos queda el nombre, nombre con el que unos te sacan una mujer mitológica, otros una mujer hinchable, otros una mujer amazónica y otros incluso una mujer piltrafa, toda miedo, temblor, lágrimas y opresión. Las mujeres son la mitad del planeta, o sea que son un colectivo aún más grande y ambicionable que los que puedan englobar la clase, el dinero o los pueblos, cómo no iban a querer los políticos apropiarse de ellas. Al final sólo queda el lenguaje, a veces lenguaje sin nada dentro, nombres desnudos, como sabe bien el posmarxismo con sus significantes vacíos, tan útiles sin embargo. Como nuestro lenguaje es ahora político, la única mujer que cuenta es la mujer que cuentan los políticos. Ésta será otra revolución que hacer, otra esclavitud de la que se tenga que librar la mujer, quizá la última o quizá la próxima.