Nadie se resiste a la paguita, que cae del Estado o del Cielo como una bendición angelical, igual para pastorcillos que para reyes. Ni los que la llaman “paguita” con más o menos razón o más o menos desprecio, con cierta pelusa en la palabra como en la lengua y gran escándalo de despilfarro; ni los que creen que el trabajo del Gobierno es ir repartiendo dinero como el trabajo del cartero es ir repartiendo cartas, con gran justicia, ecuanimidad y jolgorio de niños y perros; ninguno de ellos se queja mucho si el evidente despilfarro o la evidente injusticia acaban en su cuenta. El PSOE y Más Madrid habían acusado al vicepresidente madrileño, Enrique Ossorio, de cobrar el bono social térmico, que suena a abrigo de la beneficencia, muy dado la vuelta de inviernos y de hospicios, pero la propia Mónica García también lo había cobrado. De repente, la paguita indecente de uno se había convertido en su derecho inalienable y la justicia social de la otra se había convertido en despiste, error y vergüenza. Casi parece más creíble lo de Ossorio, que se le ve truhan con su estilo Los del Río.

El bono social térmico viene de otro bono social eléctrico, como una reacción en cadena entre lo socialista y lo termodinámico, y en última instancia viene de esa colección de bonos, abonos, cheques, becas, ayudas, rebajas y mercedes de Pedro Sánchez. No es que el Estado no deba dar ayudas ni subvenciones, pero la política económica, más en una crisis, más con nuestra deuda, nuestro paro y nuestra inflación, no puede ser el buzoneo propagandístico de dinero al peso. Yo creo que Sánchez ha perdido la cuenta, ha perdido los papeles y ha perdido las ganas de justificar, documentar y calcular el tamaño y la gracia de sus dones.

Aquí, como en tantos otros casos, nos encontramos con un problema de control del dinero público y otro problema de poca vergüenza y de pillería

Sánchez ha dejado el piloto automático (uno como el de Aterriza como puedas, me imagino, que hasta se parece al presidente), ha dejado la espita abierta como el que se deja a veces abierta la bragueta, y el dinero sanchista, que yo creo que lleva impresa su faz romana o su faz alimenticia, como un dinero patrocinado por La Bella Easo, va llegando pródigo, indiscriminado, espléndido y marchoso, tanto al que lo necesita como al que no. El caso es que se le vea su patrocinio de España como ese patrocinio de sobaos, que Sánchez no es tanto un presidente de Gobierno sino un patrocinador de españoles, como si el español fuera ese enclenque gregario de la Vuelta, siempre matasellado o acribillado de marcas y servidumbre.

Aquí, como en tantos otros casos, nos encontramos con un problema de control del dinero público y otro problema de poca vergüenza y de pillería, que se han ido retroalimentando con el tiempo, la costumbre y la literatura. Por eso tuvimos a Juan Guerra y a Roldán, los ERE o la Gürtel, y no nos sale ningún Churchill sino muchos titos Berni, que son como nuestros umpa-lumpas de la política, siempre atareados, coloradotes, grotescos y corcovados. Aquí no sabemos casi nunca adónde va el dinero público, pero no es que lo hayamos descubierto ahora con Sánchez ni lo haya descubierto la misión del Parlamento Europeo, que los pobres guiris venían buscando cuentas y sólo encontraban discursos, y claro, no entendían nada. Es cierto que con Sánchez parece que la cosa consiste, sobre todo, en que se vea dinero fluir, salir de la boca del presidente, no tanto como dinero real sino como sellos conmemorativos. Presupuestar, asignar, anunciar, nombrar (volvemos a la política performativa), que salga en los titulares la millonada con peso de tonelaje, eso es lo más importante, que luego el dinero llegará o no llegará, o llegará a Ossorio, con un sueldo de más de 112.000 euros, para que se lo gaste en los toros. Pero es que, recuerden, éste es el país en el que “el dinero público no es de nadie” (Carmen Calvo dixit).

Ossorio recibió su bono térmico, que es como si un señor que cobra cien mil eurazos se fuera a recoger la sopa de fideos y los calcetines de la parroquia, y ya se le olvidó todo eso de la paguita, el socialcomunismo y las “pitas, pitas”, aunque eso lo decía Esperanza Aguirre. Ossorio argumenta que es su derecho por ser familia numerosa, un derecho que acaba de admitir que se basa no en la justicia ni en la necesidad sino en el mero legalismo, que él llama “ético”, así que no sé cómo va a seguir criticando todo el surtido de bonos, abonos y confitería sanchista, que desde luego legales son. Hasta Ayuso, nuestra Thatcher patria, siquiera una Thatcher soltada por el camión de reparto de la Mahou, ha replicado que ese dinero cobrado por su vicepresidente “no se lo quitas a nadie”, que vuelve a ser, lo que son las cosas, el argumento delirante o cínico de Carmen Calvo. Es asombroso cómo vuelan el liberalismo espumado y la libertad empanadillera de los Madriles apenas te ingresan unos cientos de euros. En cuanto a Mónica García, o al marido, también de familia numerosa y despistada, creo que es tan anticapitalista que no sabe qué son esos números y signos, un poco como aztecas, que salen en su cuenta corriente sin duda por azar.

Sí, nadie se resiste a la paguita, ni los que la ven de justicia aunque a ellos no les haga falta, ni los que la ven mendrugo y despilfarro pero se la encuentran un día, como un billete de cinco euros en la acera, que ya no es el dinero sino el buen augurio y la alegría que te dejan. Ni Enrique Ossorio, que ya dijo que no veía pobres en Madrid y a lo mejor por eso pilla la paguita sin remordimiento; ni Mónica García, que no le presta atención al dinero y por eso acusó a los demás de lo mismo que hacía ella; ninguno de los dos, en fin, era vulnerable. Ni tampoco creíble, claro. Sólo eran españoles de paguita, que a lo mejor todos los españoles somos de paguita en el fondo. Ése es nuestro sueño español, la paguita del Estado o el Gordo del mesón, lo mismo para derechas y para izquierdas, para ricos y pobres, para reyes y pastorcillos. Sánchez, como ese niño de San Ildefonso con traje berenjena que es, sólo intenta que su premio sea muy repartido y sonoro. Y, más que gobernar, nos desea suerte a todos.