Soy una persona privilegiada. Tengo a mi alrededor gente excepcional. Gente brillante que complementa y enriquece y no sería capaz de prescindir de nadie.

Entre ellos está Ricardo Colomo que, como descripción perfecta, es mi amigo. Y es muy buen amigo. Es inteligente, trabajador, puede que pelo preocupado de más, pero así es como entiende el cariño y… ¿quién soy yo para cuestionar esto?

Además es ingenioso, con un elevado sentido de la exigencia y tiene una frase muy buena: “Sólo hay dos cosas que merecen la pena de una persona y es que sea generosa y buena… y si tuviera que prescindir de una cualidad, sería de la segunda”.

La propia frase tiene una estructura que la llena de esperanza a la vez que de cinismo y puede aplicarse a distintos ámbitos y, por supuesto, uno de ellos es el de la política: le pido a un político que sea sensato y honesto… y si tuviera que prescindir de una cualidad, que sea la segunda.

Ambas formulaciones tienen trampa, porque no se puede ser lo uno sin lo otro. Sí, ya sé, que si fuerzan un plano teórico me pueden sacar mil ejemplos, pero ahí fuera, en el mundo real, la esquizofrenia tiene que ser muy elevada para encontrar a alguien que sea generoso pero no bondadoso o sensato pero no honesto. … y si Ricardo y yo estamos equivocados, al menos no me saquen de mi error.

Ahora, puedo entender que en una realidad que me muestra a un gobierno que promueve la Ley del Sólo Sí es Sí, que convence a una mayoría del Legislativo para que la apruebe y sólo por demostrar que dos conceptos (“consentimiento” y “agresión”) pesan más que cualquier pena, lo que me enseña es que no ha habido nada en este proceso que suene a generosidad ni sensatez.

Aquí hay un tema que viene ya de atrás en la retórica de la izquierda: la apropiación de términos para usarlos, no ya como eslóganes, sino como políticas. “Agresión” es un término tan potente que nadie duda que deba estar penado y que, además, esas penas han de ser potentes.

Pero resulta que la ley no se alimenta de terminología, sino que discurre a través de ella y todo aquello que eran “agravantes” (término no tan impactante como “agresión”), desaparecía, pero, con ellos, los motivos para añadir meses a la condena.

Que el Gobierno cambie los números de caja no implica que se cree empleo

Así se advirtió y así ha quedado demostrado. Es más, la votación del jueves no para la cadencia de revisiones. Primero porque la reforma aún no está en el BOE y, segundo porque todas las revisiones que están ya presentadas, más todas la que se presenten de aquí a que se publique la reforma, seguirán cayendo bajo la ley de Irene Montero.

Pasa lo mismo con el empleo: que el Gobierno cambie los números de caja no implica que se cree empleo, que haya más puestos de trabajo. Los datos del SEPE son tercos, pero es que apenas nadie va al SEPE a mirar los datos.

Tenemos tres millones de parados, lo que implica un 13% de desempleo. Esto más que dobla el desempleo medio de la UE, esos que conforman lo que al Gobierno le gusta llamar “los países de nuestro entorno” y que tan comodines son a la hora de defender políticas sociales.

Pero es que, según la AIReF, hay más de otro millón adicional que se puede considerar población laboralmente infrautilizada, que quiere trabajar pero no puede acceder a un empleo.

Entre ellos estarían los desanimados o inactivos que no buscan trabajo porque creen que no lo van a encontrar o porque están en un proceso de ERE; los inactivos que no buscan trabajo por otros motivos, pero que desean trabajar; los ocupados subempleados por insuficiencia de horas, que tienen jornada parcial porque no encuentran un trabajo a tiempo completo. Finalmente los ocupados en paro parcial por razones técnicas o económicas.

Seguro que ustedes pensaban que todas esas modalidades ya estaban incluidas en las listas de desempleo… y resulta que así es. Se consideran “demandantes de empleo no parados, pero si sumamos esa infrautilización a los desempleados… sí, salen más de 4 millones.

Ustedes me dirán, pero cuando el Gobierno dice que el mercado de trabajo español es “robusto”, a mí me parece esa definición un puente muy lejano o, en el mejor de los casos, un nuevo ejemplo de cómo el Gobierno de Pedro Sánchez intenta interponerse ante la realidad con un mero término. 

Por supuesto, no quieran unir a ello lo que el Gobierno va desgranando / descubriendo de los fijos discontinuos.

Así que a veces me pongo a recordar una anécdota que Robert Rubin contaba sobre Bill Clinton. En 1996 el Presidente estaba preocupado por el déficit. Por pequeño que éste fuera, le creaba un problema de credibilidad. Le obsesionaba hasta el punto de que estaba obsesionado con presentar un Presupuesto equilibrado, no algo que generara aún más déficit.

Sus asesores (Rubin incluido) le dijeron que no era necesario, pero él se impuso afirmando: “si quiero que se me escuche en algo, primero he de presentar un presupuesto equilibrado. Luego podré hablar de políticas progresistas. Si no lo tengo, nadie va a escuchar nada sobre mis propuestas.”

Le costó dos “apagones” (cierre de la Administración), pero los republicanos liderados por Newt Gingrich cometieron dos errores: no entendieronn que el sacrificio ya estaba hecho y, encima, se atrevieron a amenazar diciendo que Clinton era quien debía decidir “cómo de grande quería que fuera la crisis”.

Ya ven… un gesto de sensatez en un político al que muchos no dan por honesto.