Sudán es hoy la crónica de un fuego anunciado. Los enfrentamientos comenzaron el 15 de abril tras un recorrido preparado por las facciones y que se extendió rápidamente desde la capital al resto de las principales ciudades del país. 

Es un mortífero fuego anunciado porque cristaliza dos hechos que han sido determinantes en la historia del país. En primer lugar, la peligrosa eficacia de la estrategia de mantenimiento del poder del exdirigente Omar al Bashir, derrocado en 2019, basada en el divide y vencerás: su desconfianza en el ejército se tradujo en la fragmentación de las fuerzas de seguridad en pequeños centros de poder que compiten sin enfrentarse directamente a él. 

En segundo lugar, la inestabilidad de la asociación entre Burhan y Hemedti, las dos partes en el conflicto, que depusieron al gobierno civil en un golpe de estado conjunto en octubre de 2021. Una amistad improbable que fue agrietándose en el vaivén de desconfianzas mutuas y artimañas para ganarse un apoyo amplio- o al menos suficiente- en el país que se había levantado contra Al Bashir.

El acuerdo de diciembre del pasado año no hizo sino acentuar esta rivalidad que se ha incrementado en los últimos meses con una intensa competencia entre el ejército y las Fuerzas de Apoyo Rápido de Hemedti para reclutar nuevos miembros en todo Sudán y particularmente en Darfur, su bastión histórico.

Hoy, con más de 300 civiles asesinados, la población de Sudán - la misma que arriesgó su vida en las protestas de 2019 para derrocar a Al-Bashir- sigue aguardando dolorosamente una transición; un anhelo ahora desesperado por un alto al fuego, pero también una solución a la tensión y violencia constantes ya instaladas y dominadas por las élites. 

En ciudades como Jartum, más de cinco millones de personas buscan sobrevivir escondiéndose en sus hogares del rugido de los aviones de combate, a cuarenta grados de temperatura, entre cortes constantes de agua y electricidad y con un cada vez más extendido saqueo de alimentos que anticipa una escasez de graves consecuencias. 

Solo en Darfur, según datos de ACNUR, habría un éxodo de entre 10.000 y 20.000 personas que se han dirigido hacia el este de Chad, zona en la que ya viven más de 400.000 refugiados de Sudán. 

Mientras las partes siguen instando al alto al fuego, se estudia la posible vinculación de actores internacionales en lo que ocurre. Y, en el caso de Sudán, todas las miradas se dirigen hacia Rusia.

Apenas unos meses después de la toma de control de nuevas minas de oro en Darfur por parte de las fuerzas de Hemedti en 2017 aterrizaba en Sudán Yevgeny Prigozhin, el conocido oligarca ruso que pasó del inocente apelativo de "el chef de Putin" a ser la cabeza de los mercenarios rusos en tanto que propietario del Grupo Wagner. Se iniciaba así una incursión africana que, aunque tiene su cara más visible en la República Centroafricana, también ha estado muy presente en Sudán, donde el despliegue de mercenarios rusos está lejos de identificarse tan sólo con la figura clásica del soldado de a pie. Según investigaciones independientes, el acuerdo con Wagner incluiría no sólo la cooperación en armamento o tropas para la represión, sino también en tácticas más sofisticadas como la persecución online y la desinformación. A cambio, Rusia busca el oro

A lo largo de los años, Moscú ha intensificado sus esfuerzos para aumentar sus reservas de oro en respuesta a las sanciones tras la invasión de Crimea en 2014. Previamente a la invasión de Ucrania, Rusia era probablemente el quinto mayor propietario de oro del mundo.

Sudán es el tercer productor de oro del continente africano, con una explotación que se incrementó tras la independencia de Sudán de Sur en 2011 y la búsqueda de alternativas después de la consiguiente pérdida de gran parte de sus exportaciones petrolíferas. Tras la caída de Al Bashir en 2019, el sector del oro sería responsabilidad del Ministerio de Minería y sus agencias asociadas. Sin embargo, la realidad es que, entre otros factores, la militarización del sector ha propiciado su control por parte del ejército o grupo armados entre los que destaca las Fuerzas de Apoyo Rápido lideradas por Hemedti, el emperador de la explotación de oro.

En palabras del Alto Representante para la Política Exterior y de Seguridad Josep Borrell, Wagner se ha convertido en África en la guardia pretoriana de las dictaduras militares. Así, mientras el pasado 13 de abril la UE y la Troika (EE UU, Noruega y Reino Unido) emitían un comunicado expresando su preocupación por el claro incremento de las hostilidades en Sudán, el Consejo Europeo completaba el llamado paquete Wagner, sancionando al grupo ruso - o a las "fuerzas mercenarias afiliadas a Rusia", como les llama la UE- en tanto que entidad. Esta medida se unía al resto de sanciones individuales establecidas desde finales de 2021 sobre organizaciones e individuos vinculados a Wagner, partiendo del contexto de Mali. 

Previamente, la UE había castigado a Aleksandr Kuznetsov, figura clave en las operaciones mineras de oro ejecutadas por Wagner en Sudán. Más en concreto, el 25 de febrero de 2023, la UE sancionó a la empresa subsidiaria de Wagner en Sudán, Meroe Gold, "por graves violaciones de derechos humanos, como tortura y ejecuciones y homicidios extrajudiciales, sumarios o arbitrarios, en varios países, incluyendo Sudán". 

¿Qué más podemos hacer frente al avance de los mercenarios? ¿Cómo responder a la doble incursión rusa -privada y estatal- en el continente en el que se unen peligrosamente la explotación de los recursos naturales con el mantenimiento de autocracias y dictaduras? 

Es el momento de que la UE actué de forma autónoma en África, porque ahora mismo no tenemos pie ni presencia económica en el continente

La actividad de la UE en Sudán ha estado marcada por una especie de procrastinación acicalada con comunicados reiterativos y buenas intenciones. A menudo, cuando hablamos de África, nuestro foco sigue estando en el análisis de la actividad de China- y, de forma, creciente, de Rusia- en el continente. Pero ya no es el momento de centrarnos en lo que hacen otros, sino de actuar de forma autónoma, porque ahora mismo no tenemos pie ni presencia económica en el continente

La complejidad de las relaciones UE-África volvió la mesa tras la renovación del partenariado en 2021, y regresó en el contexto de la iniciativa de la UE para conseguir una condena internacional unánime en foros internacionales a la invasión de Putin en Ucrania. El éxito fue moderado con los socios africanos, y es pueril pensar que la distancia con la UE no se corresponde con un acercamiento a otros actores. 

Más allá de la narrativa del enfrentamiento entre potencias, tan manida como peligrosa, lo cierto es que la UE no tiene presencia en África no porque otros terceros actores nos hayan desplazado, sino muy especialmente por la incapacidad de estar y renovar nuestras relaciones; por una falta de interés de buscar otros modelos que no sean los coloniales, no sólo en la interacción declarada con los socios africanos, sino en el tipo de colaboración per se. Una colaboración que pueda, de veras, responder a los valores que decimos defender.


Soraya Rodríguez es eurodiputada del Parlamento Europeo en la delegación de Ciudadanos