La Cataluña pacificada, reconciliada, desdentada, embolada, la Cataluña descrita y propiciada por Pedro Sánchez, de la que a él le gusta hablar como si fuera su cocodrilo mascota, como un cocodrilo de Sergio Ramos, resulta que ahora mismo exige fin de la “represión” y amnistía (impunidad, vamos), referéndum de independencia, fiscalidad con champanera y gogós, y a ver qué más. Y es que cuando uno cree que la paz se consigue simplemente aflojando pasta, aflojando leyes o aflojando esfínteres, está condenado a aflojar cada vez más pasta, más leyes y más esfínteres. La cosa va a salir más cara que la última vez, nos avisan los independentistas, que resulta que en Cataluña todavía mandan los independentistas, que no se han convertido todos de repente en mañicos ni en pedrettes, que diría Chapu Apaolaza. En realidad, lo que nos sale caro no es la paz, ni esa Cataluña como un cocodrilo con patucos. Lo que nos sale caro es Pedro Sánchez. 

Pere Aragonès seguía ahí, no se había metido a monje de Montserrat con gafita de alambre y bolsillón marsupial en la cogulla, ni se había hecho periquito, ni le había dejado el castillo a Salvador Illa, que gana elecciones sólo para santificar aún más el dominio independentista, que es natural, no electoral. Illa, como Sánchez, es otro macabro proveedor de disimulos, propiciando que pensemos que el independentismo está vencido, convencido, superado o domesticado, mientras sigue mandando, exigiendo y afilándose todas esas sucesivas filas de dientes que van del dinero a la raza, pasando por la institucionalidad y la santidad. Cómo será la cosa que la mitad del voto de Esquerra se ha ido en estas elecciones al PSOE, o sea que ven a Sánchez más útil para el republicanismo independentista que la propia Esquerra.

Ha salido también a pedir lo suyo Aragonès, al que habíamos olvidado un poco como al cocodrilo que aguarda en la orilla. También es que estábamos pendientes sobre todo de Puigdemont, que ha vuelto inesperada y espectacularmente entre fantasma de opereta y estrella del cine mudo (lo suyo es una especie de liderazgo artístico y tragicómico desfasado, como el último payaso blanco que quedara en el mundo). Aragonès no ha olvidado el referéndum, la independencia que los ilumina y los guía como su estrella marinera, pero tampoco ha olvidado la pela, y ahí ha dejado la cosa, como siempre hacen ellos, entre la patria mitológica y el dinero alcanzadizo. El referéndum, la esencia indepe, no parece que haya sido afectado por el apaciguamiento de Sánchez ni por esos bailes con chistera que se hace Illa en el escaño más digno e inútil del Parlament. En cuanto a la pela, eso sí que no se apacigua nunca.

Cataluña sigue siendo una sociedad con apartheid ideológico. Claro que esto no es importante para los indepes ni para Sánchez, que llama paz a la segregación como los cocodrilos llaman comida al bañista

Lo que dice Aragonès del “fin del déficit fiscal” no es sino una manera de llamar a la fiscalidad del señorito, que lo suyo es suyo y lo de los demás a lo mejor también. Aragonès ni siquiera piensa sentarse a discutir la financiación autonómica con gente como Page y Ayuso, esos plebeyos mil leches. Y es que no se trata de buscar la solución justa, sino de reclamar el privilegio bien peleado y bien ganado. La pela vuelve a pesar, pesa incluso más que antes, que en esta España de progreso que baila y avanza incluso ante el precipicio, el precio de las cosas sólo está en la necesidad de Sánchez. Lo que no sabemos es si la pela pesará más o menos que la sangre patria y el banderón atocinado, y en esto están confiando algunos, en que la pela baste para ganar otra paz, al menos esa breve paz del cocodrilo que espera. Yo creo que no va a bastar porque el propio Sánchez les ha demostrado que nada con él es imposible.

Aragonès no ve necesariamente inconstitucional su referéndum, y es así porque sabe que la ley puede ser muy plástica en manos de un Sánchez necesitado o crecido. Sánchez, tocado por el Espíritu, quizá pueda hacer una interpretación nueva de la Constitución como se hace una nueva interpretación de la Biblia, más para salvar al obispo de Constantinopla que para salvar la fe. Estoy convencido de que el truco estará en el referéndum consultivo, no vinculante, que a los indepes les bastará para sentirse legitimados. Aunque pierdan, lo repetirán hasta ganar, que ya se encargarán ellos de destinar recursos a la causa, incluidos, o sobre todo, los públicos. A partir de ahí, hemos visto cosas más raras, precipitadas e irreversibles en esta Europa que aún no ha entendido la vileza de todos los nacionalismos.

Aragonés y Puigdemont esperan lo suyo, y lo tendrán. No creo que esa pugna interna por el liderazgo del procés entre Junts y Esquerra impida que expriman a Sánchez, es decir a España, a la Constitución y a la ciudadanía catalana. Olvidamos frecuentemente eso, que no sólo se trata de escarmentar y ordeñar franquistas acharolados, fachas ayusers o toreros extremeños, sino que, sobre todo, Cataluña sigue siendo una sociedad con apartheid ideológico. Claro que esto no es importante para los indepes ni para Sánchez, que llama paz a la segregación como los cocodrilos llaman comida al bañista. 

El cocodrilo con patucos se relame ahora, con su orilla llena de alegres bañistas del progreso y el antifascismo, y no va a dejar pasar una oportunidad que puede que no se repita. No, Junts y Esquerra no perdonarán a España ni salvarán a Feijóo de su fracaso ni de su corro de señoras del pueblo. Si algo sabemos es que cuando los extremismos compiten, gana el más radical. O sea que ganará el independentismo con pela y con referéndum, para que nos duela en el bolsillo y en el alma. El independentismo no va a dejar que Sánchez pueda parecer más indepe que ellos, o sea que apretará, y Sánchez no va a despreciar esta segunda vida de renacido que se le ha dado, o sea que concederá. Sí que va a salir caro todo esto. Aunque no precisamente a Sánchez, claro.