Hay tres sistemas que me fascinan cómo funcionan, por su precisión, organización y, sobre todo, por el poco margen al error y su resistencia a la frustración: un submarino (como paradigma del funcionamiento de la Armada), un equipo de Fórmula 1 (como paradigma del deporte del motor) y un restaurante (como paradigma de un negocio de cercanía).

Cualquiera de los tres requiere una organización que haya medido al milímetro sus operaciones: aprovisionamientos, tiempos, diseño de procesos, agenda… todo tiene que estar medido de cara a no fracasar, no hablemos ya de tener éxito.

En un submarino, el marinero o el oficial que entra en un puesto conoce a la perfección su perímetro y sabe, con pocas explicaciones, dónde ha dejado su tarea el marinero al que releva. En un equipo de Fórmula 1 hay que tener en semanas listo un coche que sea competitivo y no se deja de innovar, aparte, claro, de saber mover toda una organización alrededor del globo.

Finalmente en un restaurante, tan importante es tener los platos de todos los clientes en su momento y que disfruten con lo que comen, como tener un equipo organizado que se mueva por la sala casi como si flotaran: rápido como para no hacer esperar y cuidadoso como para transmitir atención. 

En la búsqueda de la operatividad y la eficiencia, hay cosas de ciertas democracias que también me interesan mucho, porque un país no para ante un cambio de gobierno. De hecho, una de las máximas en una gestión de crisis es que un país o una organización siga funcionando mientras gestiona a la crisis.

Obvio la pandemia, que seguro que genera muchos vértices, pero piensen en Gran Bretaña en 1939 ante la guerra contra el Reich, o EE.UU. a partir del 7 de diciembre de 1941. El Reich (no me gusta llamar a aquello Alemania por motivos obvios), por el contrario, llevaba años transformando su economía en virtud de una guerra.

Partamos de la base de que el sistema más completo me parece (imagino su sorpresa) que es el americano, pero es fácil de explicar: el presidente se elige en una elección distinta a la del legislativo y, de éste, la Cámara Baja sale a elección cada 2 años (los 435 asientos) y, en el Senado, cada dos años sale a elección un tercio de los 100 asientos, también en papeletas distintas.

Los congresistas son elegidos a ganador / perdedor por cada uno de los distritos: si por el 5º de Texas (TX) se presentan 3 candidatos, gana el que más votos tenga. Y punto. Congresistas y senadores, suelen estar adscritos a un partido, pero no hay disciplina de voto. Si el congresista por el 5º de TX (Lance Gooden, por cierto) ha de votar, puede que muchas veces vote con el partido, pero si la votación va en contra de su electorado… posiblemente el partido se quede esa vez esperando.

Por último el Poder Judicial tiene dos vertientes: jueces que son votados como en cualquier otra elección (reminiscencias de las comunidades de pioneros y colonos) o el estilo federal, en la que el juez es nominado por el ejecutivo y confirmado por el legislativo. En casos los puestos son vitalicios sí que, una vez confirmado, un juez sólo se debe a su conciencia, porque el presidente pasará, pero él se mantendrá hasta que decida.

El sistema no se detiene, ni siquiera porque una panda de mamarrachos tome por asalto el Capitolio pensando (y el verbo es ya aventurar mucho) que con eso defienden una República.

Digo esto porque hay modelos desarrollados por el hombre que funcionan y funcionan para garantizar la pervivencia tanto del propio sistema como de la gente que depende de él: un submarino garantiza la defensa de un país, bien por la vía resolutiva (entrar en combate), como por la vía disuasoria (su existencia ya supone una declaración de fuerza ante el riesgo de una amenaza). Un restaurante por motivos obvios y un equipo de Fórmula 1, bueno, puede parecer innecesario, pero lleva adherida la innovación y no sólo en neumáticos y motores que, qué duda cabe también ayudan.

Las democracias más avanzadas aspiran a los mejores resultados. No se trata de tener una ley para todo, sino que los propios responsables reconozcan los límites éticos o morales

Con la democracia de un país pasa lo mismo: las democracias más avanzadas aspiran a los mejores resultados. No se trata de tener una ley para todo, sino que los propios responsables reconozcan los límites éticos o morales, aunque no haya nada escrito si consensuado. Un país no es mejor por tener más leyes. De hecho debería ser mejor al tener menos, porque implicaría que su gente sabe autorregularse, sabe respetar, sabe gobernarse sin excesivo control.

Es una utopía, claro, un aspiracional en el mejor de los casos, pero (y no quiero llevarlo más lejos) es preocupante que un Ministro y, por tanto, miembro de un ejecutivo, perteneciente a un grupo parlamentario en el Legislativo que tampoco es mayoritario, les diga a los jueces, que mejor gestionan ellos la amnistía y así les ahorra trabajo, porque no tiene sentido juzgar a quien va a ser indultado.

El gobierno parece querer administrar una medida de gracia, algo excepcional, como gestiona los Reales Decretos, que también deberían ser excepcionales. La gente de Sánchez no distingue conveniencia de ideología, ni ideología de partido, ni partido de gobierno, ni gobierno de Estado, lo que implica que ponen al Estado al servicio de su conveniencia.

Lo triste es evitar que esto se repita, visto el escenario actual, sólo se hace con una ley que lo impida en adelante y eso refleja una democracia, no imperfecta (porque la perfección no existe), pero sí dolida.