Francina Armengol, un poco asustada además de ser ya como asustadiza, con sobredorado de susto y ojos cuádruples y picassianos de angustia, compareció sin decir mucho ni explicar nada. Ella es la siguiente pieza a abatir, allí en su silla alta y endeble, necesaria pero sustituible, como si fuera más un árbitro de voleibol que la presidenta del Congreso, que para eso sirve casi cualquiera. Es la siguiente no porque le toque en un orden de piezas de ajedrez, sino porque es la que se está atragantando ahora con su inocencia, su honradez, su sorpresa y sus desconocimientos, igual que se atragantaba antes Ábalos. Armengol no puede explicar por qué se contrató con la trama marisquera, ni por qué esas mascarillas que llamaban “gilimascarillas” se dieron por buenas sin serlo y luego se abandonaron en esos almacenes siniestramente, como sillas de ruedas, ataúdes o maletas de ventrílocuo abandonados. Con Armengol volvemos a ver que la inocencia y el desconocimiento son muy difíciles de explicar en política, donde casi nadie es inocente y se suele saber casi todo. 

A lo mejor Armengol, incluso en una emergencia mundial, también presidía Baleares desde una silla alta y endeble de vigilante de playa o de obra, sin más que recitar fórmulas rituales y fingir una mirada de sentencia y avizor. Lo de las mascarillas, por ejemplo, nos dice que quedaba en manos de los técnicos de Salud, como si estuvieran en manos de esos celadores de brazo gordo que llevan ancianas en volandas a hacerse la radiografía de la cadera, que luego les queda como la foto de un yacimiento fenicio. Lo que ocurre es que ni el técnico gris ni el funcionario con zuecos suelen manejar los millones así en palés ni a discreción. Ellos sólo manejan los papeles que vienen antes y después de la decisión de los jefes, de la decisión política, que las decisiones políticas suelen ser, más que nada, decisiones sobre en qué o en quién se gasta el dinero. O sea, que eso del técnico suena como si el celador hubiera operado él mismo, y con puñal, la cadera o el riñón de la anciana fenicia.

Armengol, presidenta de una autonomía en medio del apocalipsis, parece que no se preocupó mucho por el origen, la calidad ni el destino de las mascarillas salvadoras

Armengol, presidenta de una autonomía en medio del apocalipsis, parece que no se preocupó mucho por el origen, la calidad ni el destino de las mascarillas salvadoras, que no sabe uno qué podría merecer más su atención en aquellos momentos. Parece que lo razonable era delegar la responsabilidad de la supervivencia o de la catástrofe en esos técnicos que eligen acetatos o tornillos para huesos. Pero es que tampoco nos ha enseñado Armengol qué técnico con razones técnicas y poderío técnico para mover esos millones con ruedines tomó la extraña decisión de contratar un material inservible con una gente sospechosa pero recomendada. Otras comunidades, siguiendo también criterios y pesajes técnicos, decidieron más bien que la cosa olía regular y pasaron. A lo mejor en Baleares tuvieron mala suerte eligiendo a sus técnicos, igual que Ábalos tuvo mala suerte eligiendo a sus gorilas o gorrillas, o sus restaurantes con acuario, armadura y palillero.

Armengol, con susto, escándalo y quizá un poco de hipo, no es capaz de explicarnos la cosa mejor, o al menos mejor de lo que la explica el sentido común. Lo que ocurre con la honra y el desconocimiento es que el personal sabe que no suele ser la primera defensa del inocente (la primera defensa del inocente es la explicación), sino de los culpables. Es normal que Armengol se defienda con lo que pueda, como es normal que el PP pida dimisiones, trofeos y recortes de periódico, que ahora ellos están como decorando también su propia marisquería. Pero lo que vemos es que Armengol no tiene mucho con lo que defenderse, salvo las gafas y dientes de la Pantoja que decía yo el otro día. Lo que pide el ciudadano es diferente a lo que pide la oposición y a lo que piden o pedirán, llegado el caso, el juez o la Fiscalía Europea, que ya está investigando en los tristes y dignos cajones de Armengol como en los cajones de doña Rosita la soltera. Lo que pide el ciudadano es una explicación, pero lo que nos encontramos en nuestros políticos no es ya que parezcan más culpables o inocentes de delitos sino, sobre todo, que no tienen explicación para que este tipo de corrupción resulte tan fácil en sus administraciones y a la vez tan lejana de sus altas responsabilidades, que parece que el celador ha robado millones en folios o acetatos o tornillos.

Armengol se defiende mal y, claro, nos recuerda a Ábalos defendiéndose mal, con su indigestión de sorpresa y sus ojos de ver la cuenta de la marisquería. Cuando uno se defiende mal, con explicaciones increíbles u oscuras, suele ser porque las explicaciones creíbles o claras no le servirían como defensa. Quizá, simplemente, no hay mejor explicación que la evidente, como en la amnistía. El PSOE, que se puede permitir un cabeza de turco como Ábalos, con sauna turca incluida, pero no una implosión, cierra filas ahora con Armengol. Armengol no está imputada, todavía, pero tampoco Ábalos lo estaba ni lo está. Incluso se puede pensar que Armengol está más cerca de la voluptuosidad de los contratos y los millones que Ábalos, apenas voluptuoso en abrazos de compadre y copas panzudas. Aunque quizá lo más relevante es que Armengol no tiene manera de resultar creíble, no tiene más material para defenderse que lo increíble, como Ábalos. Armengol no resulta creíble, nada en esto resulta creíble, salvo lo más sencillo. Claro que siempre puede uno pensar que Armengol tuvo mala suerte con sus celadores, Ábalos con sus compañías y Sánchez con el redactor de su manual.