Si miramos las páginas económicas de cualquier periódico, observamos que todos los índices bursátiles están batiendo sus récords. El S&P 500, el índice más representativo del mercado americano, de lejos el mayor del mundo y al que siguen todos los demás mercados, sobrepasó la mágica cifra de 5.000 en febrero y sigue subiendo. El Nikkei 225 japonés por fin superó su máximo alcanzado en ¡1989! Incluso nuestro Ibex 35 lleva cinco meses seguidos en positivo.

Con un poco más de perspectiva, la pandemia fue un golpe importante, pero los mercados bursátiles se recuperaron en seguida, cerrando el 2020 en positivo. 2021 fue un muy buen año, no así 2022, en el que la inflación se mostró persistente y, en consecuencia, los tipos de interés subieron a un ritmo que no se veía en décadas. Al empezar 2023, los analistas pronosticaban una recesión casi mundial. Con el tiempo vimos que la economía se comportaba mucho mejor de lo esperado y los mercados volvieron a subir, recuperando con creces lo perdido en 2022, hasta llegar a esos récords antes mencionados. La pandemia y la inflación/tipos de interés han sido unos obstáculos fácilmente superados, que no han cortado una tendencia muy positiva, iniciada con el fin de la gran recesión. Así, un inversor que hubiese invertido 100$ en el S&P 500 el 2 de enero de 2010 hoy tendría 600$ (con reinversión de dividendos). Este caso no es aplicable a nuestro Ibex 35, ya que en esas mismas fechas tendríamos poco más de los 100€ invertidos.

Desde que existen mercados, aparecen agoreros que predicen grandes caídas. Con lo visto anteriormente no es difícil anticipar que la mayoría de los analistas están muy cautos. Nos tenemos que preguntar si la bolsa está cara. Para ello, el mejor indicador es el PER o relación entre cotización y beneficios netos por acción (beneficios después de impuestos de la compañía dividido por el número de acciones en circulación). En esta línea, el premio Nóbel Robert Shiller ha sofisticado esta ratio obteniendo la CAPE, que compara las cotizaciones con los beneficios de la última década ajustados por la inflación, suavizándose los efectos del ciclo económico. El máximo ha sido 44, que se alcanzó justo antes de estallar la burbuja puntocom en 2000. Con el crack de 1929 se había llegado a 31,5. Hoy está a 34,2, por lo que, claramente, la bolsa está cara.

Sacando la bola de cristal, puedo afirmar que la bolsa bajará. Lo que no está tan claro es cuándo y cuánto lo hará

Una de las razones que explican estas altas cotizaciones es la evolución de los beneficios empresariales en EEUU. Entre 1980 y 2010 los beneficios netos han subido a un ritmo del 2% anual, descontada la inflación. Desde 2010 el crecimiento ha sido de más del 4%, es decir, más del doble. Esto justifica las mejores valoraciones. Ahora bien, estos más de 14 años se han caracterizado por unos bajos tipos de interés, lo que ha reducido los gastos financieros de las empresas y por unos tipos del impuesto de sociedades extraordinariamente reducidos. Es más, algún analista afirma que ese paso del 2% al 4% se debe exclusivamente a estos dos factores. Si pensamos que los tipos absurdos del 0 no volverán y que, desde la pandemia, los gobiernos han aumentado el gasto público y la presión fiscal, muchos anticipan que la senda de crecimiento de los beneficios volverá al 2%, por lo que las valoraciones actuales no se justifican.

Frente a este planteamiento, hay analistas que afirman que estamos ante el comienzo de una nueva época, la de la Inteligencia Artificial (AI), que se traducirá en una mejora generalizada de la productividad, con lo que la evolución de los beneficios empresariales tiene buenas perspectivas. Ahora bien, también antes del estallido de la burbuja puntocom se afirmaba que internet iba a cambiar el mundo, lo que ha sido cierto, pero no por eso tuvimos tres años malísimos de bolsa. La IA acaba de empezar y es pronto para saber sus efectos.

Sacando la bola de cristal, puedo afirmar que la bolsa bajará. Lo que no está tan claro es cuándo y cuánto lo hará. En todas las teorías de gestión de carteras se sabe que jugar al timing lleva a más equivocaciones que aciertos. Pero eso será objeto de otro artículo.