El adelanto electoral en Cataluña no le ha pillado por sorpresa a Pedro Sánchez. Más bien es el resultado de un acuerdo entre ERC y el PSC para dejar fuera de juego a Puigdemont. No sacar adelante los presupuestos no es razón suficiente como para provocar un adelanto electoral. ¡Que se lo digan al presidente del Gobierno, que ha dado por fracasada la negociación para los presupuestos del Estado, sin ni siquiera intentar negociarlos, y se ha quedado tan pancho!

Pero que el adelanto haya sido fruto de un acuerdo no quiere decir que esté exento de riesgo. Ambos partidos han jugado con el calendario: la ley de amnistía no estará en vigor hasta después del 12 de mayo, ergo Puigdemont no podría hacer campaña porque sobre él pesa una orden de detención. Grave equivocación. Es precisamente la eventualidad de su detención lo que anima al ex president a presentarse en España en plena campaña electoral. Ya lo apunté en mi artículo del pasado jueves y el viernes lo confirmó Gonzalo Boye, abogado del prófugo. ¡Qué mejor campaña que aparecer como víctima de la justicia española!

El jueves, en el comité ejecutivo de Junts, los dos hombres a través de los que habla Puigdemont (que no interviene directamente en el máximo órgano de su partido desde el verano de 2022), Toni Comín y Jordi Turull, anunciaron que la decisión estaba tomada: Puigdemont será candidato. Al mismo tiempo dejaron la puerta abierta a que pudiera volver a España, incluso antes de que la amnistía estuviera en vigor. Nadie puso peros. Puigdemont tiene a su favor la épica del fugado, del hombre que no sólo ha mantenido su posición sin moverse un milímetro, sino que, además, ha conseguido el mayor éxito político frente al gobierno, la amnistía. Todo se hará paso a paso, de forma calculada: el foco ya está sobre el huido.

Bien, ahora ya sabemos que Puigdemont vendrá, probablemente en plena campaña electoral, y que jugará sus baza como líder natural del soberanismo. La portavoz oficiosa del ex presidente, Pilar Rahola, afirma -en entrevista a Iva Anguera- que las del 12-M no serán unas elecciones autonómicas normales, sino "un plebiscito" en el que los catalanes van a refrendar (o no) la vía unilateral y la legitimidad de Puigdemont para retornar a su posición como presidente de los catalanes.

En efecto, tanto ERC como Junts se juegan mucho en el envite, pero el que más se juega es el PSC.

Hacía mucho tiempo que los socialistas catalanes no tenía un candidato tan sólido como Salvador Illa. Con él no sólo ganó las catalanas hace tres años, sino que, según la última encuesta del CEO (el CIS catalán, pero más serio) publicada el pasado mes de noviembre, obtendría 42 escaños, 10 más que los independentistas republicanos y el doble que a Junts.

El regreso de Puigdemont añade sal y pimienta al 12-M. El riesgo para Sánchez es que, tras culminar la amnistía, le retire su apoyo en Madrid

Illa puede tener cierto desgaste porque algunos votantes socialistas no están de acuerdo con la amnistía y también por las derivadas del caso Koldo. Sin embargo, todo apunta a que puede repetir la victoria de 2021, aunque tal vez con menor margen.

ERC va a jugar la baza del independentismo sensato, pactista, frente a su competidor, echado al monte de la mano del resucitado Puigdemont. Aquí las apuestas están más ajustadas. Es verdad que en la sociedad catalana ya no hay la pulsión rupturista que hubo en 2017, ni siquiera en 2019. La independencia, incluso para los independentistas irredentos, se ve como una meta más o menos lejana. Sin embargo, el peso que puede tener la imagen de la vuelta de Puigdemont en el electorado soberanista es una incógnita. Nadie se atreve a vaticinar si ese golpe de efecto será suficiente como para que Junts supere a ERC, o bien suceda lo contrario y, finalmente, lo que provoque el regreso del fugado sea el de movilizar el llamado voto unionista. Recordemos que en plena efervescencia independentista y con el 155 en vigor, en diciembre de 2017 quien ganó fue Ciudadanos.

Por cierto, siete años después, Ciudadanos está a punto de desaparecer absorbido por el PP, que podría tener un resultado histórico en Cataluña, aunque nunca suficiente como para ser relevante.

Volvamos a la pugna de cabeza en el 12-M. La ecuación que no sale, en principio, es que los independentistas sumen mayoría absoluta, es decir, que juntos alcancen 68 escaños. Si nos basamos en la encuesta antes citada, ERC y Junts sumarían 53 escaños, a los que el añadido de la CUP dejaría por debajo de los 60 votos en el Parlament.

La opción que distintas fuentes apuntan como más probable es la de un PSC ganador en solitario, y un práctico empate de ERC y Junts. En ese caso, el Gobierno de la Generalitat quedaría en manos de un bipartito (PSC+ERC) liderado por Illa, con Junts en la oposición.

Ese escenario, en teoría, sería el mejor para Pedro Sánchez. Pero sólo en apariencia.

Fuentes de Junts apuntan a que, una vez culminada la amnistía, el partido de Puigdemont no tendrá ya ningún aliciente para apoyar al gobierno en Madrid.

Es decir, que, de un plumazo, desaparecerían siete votos del llamado bloque de investidura. En definitiva, que Sánchez no tendría mayoría suficiente para gobernar. El presidente ha caído él solito en la trampa catalana.