El colmo de las leyes de memoria democrática, con sus pájaros de piedra en la cabeza y sus muertos fundidos a partir de cañones, es que las defienda gente que ni tiene memoria ni es demócrata. O sea, justo lo que nos ocurre. Habla de memoria democrática Otegi, con nitrato y sangre en las manos, y habla un defensor del chavismo como Errejón (qué diríamos de Zapatero). Habla Pablo Iglesias, el estalinista hijo de frapero, y por supuesto habla Sánchez, que perdió la memoria y la noción de la democracia como un calcetín en la cama redonda de la Moncloa, dulce y salada de vicio o necesidad. Esto es lo peor, no tanto que la ley sea incompleta, o partidista, o bizca, o que con ella venga todo un temario de oposiciones a historiador de campanarios, sino que, sobre todo, sea un sarcasmo. Ojalá hubiera memoria democrática, en las cabezas, en los papeles y en las cornisas, porque eso significaría que aquí tenemos memoria (los políticos y los ciudadanos) y sabemos qué es la democracia (los políticos y los ciudadanos). Pero no es el caso, así que sólo tenemos metralla de arena, hachas de hueso y poetas de feria o de velatorio.

Los gobiernos autonómicos de PP y Vox están dándole la vuelta a la ley de memoria democrática, aunque a uno le parece como darle la vuelta a alguna de esas rotondas con aviador o escolapio ambiguo pero ideologizante para acabar en el mismo sitio o en el sitio contrario. Lo digo sobre todo por Vox, cuya vuelta en sidecar por la historia no puede acabar sino en el manual lleno de tachones y asteriscos, en la biblia incrustada de balas y en la estatua con cañón volando las palomas de la estatua del poeta rojo de enfrente. El PP, necesitado, le sigue el juego con malas excusas. Ha dicho Borja Sémper que sus leyes “pretenden ensanchar y ampliar la consideración de víctimas”, y lo ha dicho abriendo sus manos como un cura bendiciendo. Sin embargo, siguen dando temario histórico y hasta literario, como un liceo (recomendaba Sémper leer a Julián Marías, Chaves Nogales o Clara Campoamor, aunque se le olvidaron Ortega y Unamuno). La cosa es que unos y otros hacen de maestrillo con librillo, mientras la ciudadanía queda como un párvulo.

Yo diría que Zapatero inventó el concepto de memoria histórica no para hacer pedagogía ni reparar injusticias, ni para vender lacrimatorios y columbarios, sino para señalar como herederos del franquismo a sus rivales políticos

Yo diría que Zapatero inventó el concepto de memoria histórica no para hacer pedagogía ni reparar injusticias, ni para vender lacrimatorios y columbarios, sino para señalar como herederos del franquismo a sus rivales políticos. Y hasta cierto punto lo consiguió. Sólo había que mover un escudo ruidosa y lentamente, como una piedra de molino, o desmochar un águila empenachada, o sacar a un falangista del letrero de su calle entre cuatro, como a un torero de una tasca con azulejos de gaseosa, para que el PP protestara a cuenta de la preservación de la historia, el caos de la reescritura de los mapas de los taxistas como si fueran mapas celestes, y las carnes abiertas, vivas y eternas de las dos Españas.

La verdad es que uno piensa que eso de reabrir las heridas es lo que menos sentido tiene, que sería en todo caso abrirles heridas de polvo a los muertos. Como la “concordia” con la que se titulan estas contraleyes de la derecha, que sería también concordia de polvo entre muertos a menos que te reconozcas heredero de uno de los bandos, que es lo que pretendía Zapatero que hiciera la derecha y lo que sigue haciendo la derecha. No se trata de concordia, sino de pedagogía, reconocimiento y reparación. Pero Zapatero había inventado la polarización y la proyectaba sobre todo hacia el pasado, donde nada se puede hacer. La derecha aún insiste en querer dictar la contrahistoria de la izquierda, o sea insiste en asumir su lado, en vez de reclamar que los políticos dejen de dictar historia. Bueno, seguramente el PP no quería tanto como Vox, que vive de lo que dejan las estatuas y las cornisas, como las palomas.

El ministro Ángel Víctor Torres amenaza con llevar estas contraleyes del PP y Vox al Constitucional y lo que parece es que quiere llevarlas más bien a un tribunal complutense o salmantino de la historia para que decida qué visión de la II República debe quedar en la legislación, o si al franquismo hay que ponerle epítetos cansinos como hacía Homero. Incluso el PP se enfrenta al asunto como una cuestión académica, que ya hemos visto a Sémper con la bibliografía de profe guay. La verdad es que los políticos no deben escribirnos la historia con su redondilla, pero tampoco pueden negar la realidad histórica, por ejemplo no llamar dictaduras a las dictaduras, que es lo que evita hacer esta contraley con el franquismo. Se pueden decir muchas cosas de la II República española, como de la república de Weimar en Alemania, pero no podemos enfocarnos en ella para no mirar al fascismo, ese fascismo meapilas que fue el franquismo. Ni Alemania ni España podrían contarse ahora entre las naciones civilizadas sin reconocer esta evidencia y sin desmochar las águilas más negras de su pasado, por mucho que Sémper quiera expandir sus manos y sus bienaventurados.

El franquismo sigue interesando más a los izquierdistas que a los franquistas, que son cuatro en un mesón dándose friegas en los brazaletes y en los bigotes. Y la II República sigue interesando más a la derecha que a los verdaderos republicanos, que también son cuatro en su casa, espantados de todos esos republicanos de boquilla y mecherito que no saben qué es la res publica, ni el imperio de la ley, ni saben distinguir la democracia de sus marabuntas callejeras, sus fetichismos de altarcito o sus rencillas de trapero. Lo peor no es que cada partido quiera escribir la historia con cañones derretidos o con hollín de muerto para dársela como purgante al pueblo. Lo peor de la memoria democrática es que se ha demostrado que ni tenemos memoria ni sabemos qué es la democracia. Todavía señalan más a las momias que a ETA, más al barullo que a la libertad, más a la mitología que a las leyes, más al oscuro pasado que al oscuro presente. Todavía resuenan la historia, los ideales y las palabras más como sarcasmo que incluso como venganza.