En la feria los señoritos son tiesos, los tiesos son señoritos, los toreros se tienen por poetas y los políticos se tienen por aristocracia. Los políticos siguen yendo a la feria con capote de paseo y búcaro del pueblo, fingiendo ser pueblo sin serlo, con el casticismo de las marquesas que se rozan con flamencos y costureras enseñando la canilla blanca y las sandalias de esparto.

La feria es un escaparate de los valores de una sociedad preindustrial (extiendo el concepto de Fernando Ruiz Vergara en su documental maldito, Rocío), porque ésos siguen siendo los valores de la sociedad andaluza después de haber pasado el franquismo, los socialistas, los del cambio y los que vengan. Por eso ni los tiesos, ni los señoritos, ni los toreros, ni los poetas ni los políticos deberían preguntar nunca “por qué” en la feria cuando alguien los llama muertos de hambre, sosos, ladrones, cagones, gorrones, agradaores o traidores, que corren el riesgo de que les suelten una conferencia. Pero si eres vicepresidenta de Sánchez, los porqués, además, son tu peor enemigo, que para Sánchez son siempre, y sencillamente, porque le da la gana. 

El riesgo de irte a la calle o a la feria es que alguien de repente te pregunte por qué estás ahí de socialista sin serlo

A María Jesús Montero la han llamado “traidora” en la Feria de Sevilla y ella se ha revuelto entre pucheros: “¿por qué, por qué?”, como si le pidiera al espontáneo un piadoso descabello. Quizá en la feria y en el sanchismo todo se mantiene porque nadie se pregunta por qué, por qué siguen los caballos con boñigón heráldico o por qué el socialismo puede ser ahora cualquier cosa, incluso lo contrario de lo que fue hace años o hace meses, todo por agradar a un señor con clavel en el ojal o en el culo y borrachera de rebujitos y de espejos.

El riesgo de irte a la calle o a la feria no es tanto que te hagan el retrato o la colonoscopia con un ripio, como a Sánchez en Asturias, sino que alguien de repente te pregunte por qué estás ahí de socialista sin serlo, igual que está el currito vestido de bodeguero sin serlo. Montero tendría que haber invitado a gambas, dejando en el aire su verdadera clase y sus verdaderas intenciones, que es lo que se suele hacer, pero nunca preguntar por qué, que en política es una idiotez y en Sevilla un sacrilegio.

Montero hacía de socialista sin ser socialista, de obrera sin ser obrera, de española sin hablar de España y de miembro de un partido sin que exista ya ni siquiera el partido, que todo el PSOE desdentado de sus letras es ya sólo la Moncloa, como esas señoras de la feria que son todo flor en la cabeza y parecen, escaroladas en el traje de flamenca, sólo una planta caníbal. Pero en la feria ya digo que todo es así, que hasta Moreno Bonilla y Page, ahí cantando como Los del Río, podrían ser socialistas, peperos, tiesos, marqueses o chinos con rosa o diadema led. En eso consiste el roneo de la feria, en no saber, en suponer, en aparentar, que la feria tiene más de ópera de la corte que de fiesta popular. En la feria uno nunca está seguro de si te están convidando o gorroneando, de si te están ofreciendo un negocio o la ruina, de si estás hablando con el bodeguero o con el mecánico, de si estás ligando con una chavala o con su madre, pero uno lo que no puede hacer nunca es preguntar por qué, o ya tienes la bronca montada.

María Jesús Montero, ministrísima y vicepresidenta de Sánchez después de haber sido consejerísima y cajera del chavismo y el poschavismo, del condenado Chaves, del condenado Griñán y de la sucesora Susana Díaz, era la sombra con candelabro de aquel socialismo andaluz que mantenía a la gente en la pobreza sólo para tener clientela, y de ahí ya le podemos ir sacando el pedigrí felón.

Montero preguntaba, pujando de soberbia o de rebujito, por qué

El socialismo andaluz heredó del antiguo señorito no sólo la sociedad organizada en cortijo sino hasta la fiesta organizada en gitanerías, así que su sitio en la feria es también sagrado y es una torpeza preguntar por qué, que es una invitación a que te tiren del caballo. Ya digo que Montero tiene pedigrí, pero claro, ascendida al sanchismo, que es como la Giralda de la mentira y el postureo, la mentira y el postureo flamígeros, bizantinos y bailones de siete velos, lo de Montero ya es como la gloria trianera de la cosa. Montero ya podría ser traidora a todas las letras de su partido y a casi todas sus palabras del presente y del pasado. Eso sin contar la connivencia con las traiciones de Sánchez, no a ninguna patria semanasantera, ni siquiera a unos intereses objetivos del país, sino a su palabra, a sus promesas, a sus propios votantes y a sus propias convicciones que, claro, nunca fueron votantes sino panolis y nunca fueron convicciones sino paripé.

Ni en la feria ni en el sanchismo se puede preguntar por qué, que así uno puede acabar con todo como prendiendo el pico de una caseta, provocando que todo el tinglado arda como una capilla de torero. La gente quiere llegar a caballo y quiere mear en el albero, quiere jamón sin poder y quiere bailar sin saber, quiere pimientos fritos en arena y quiere claveles fritos en escotes, quiere coger la papa y quiere atusarse el pañuelo, y uno no puede preguntar por qué, que sería una descortesía y una blasfemia. Igual, en el sanchismo se diría que la gente quiere progreso y tribalismo, derechos y arbitrariedad, igualdad sagrada y privilegios intocables, solidaridad regional y fiscalidades especiales, parar a la ultraderecha y aupar al carlismo, memoria de la dictadura y borrado del terrorismo, así todo y todo a la vez. Y tampoco se puede preguntar por qué.

Sí, las ferias reflejan los valores de una sociedad preindustrial, tierra y ganado, carruajes y monturas, convites y reverencias, apellidos y banderizos, jerarquía y buen paño, asumidos por la nueva aristocracia política y burocrática y, sobre todo, por sus damnificados, que sólo piensan en imitarla. Para explicar por qué pasa eso tendríamos que remontarnos quizá a la primera vez que en el sur nos encontramos con vírgenes góticas de tocón y señores de todo lo que alcanzaba la vista. Montero preguntaba, pujando de soberbia o de rebujito, por qué, pero para explicar el éxito de este sanchismo de feria no sé a qué traumas ni prehistorias tendríamos que llegar.