Tiene cierto sentido que la política se haya convertido en una actividad melodramática porque la realidad es histriónica en nuestros días. Todo es viral e instagrameable. Clickable, de consumo carnívoro o digno de ser tendencia. Así que la actividad de los gobernantes se ha enfocado -todavía más- a conseguir esas reacciones, lo que hace necesario que en cada partido haya un Javier Milei, un Óscar Puente o un guionista de Netflix para que redacte, por ejemplo, una carta en la que confesarse profundamente enamorado. Porque, ya se sabe, en la sociedad del trending topic y la estupidez supina, hay quien es consciente de que estos trucos sirven para convencer de que alguien cuyas actividades apestan es inocente.

La última payasada comunicativa de esta naturaleza no comenzó este fin de semana, cuando el presidente de Argentina concluyó que era buena idea aterrizar en otro lugar del mundo para despotricar de la esposa de su presidente, en la mejor tradición de quienes aprovechan las visitas para sacar pegas al vino al que les invitan y a la elección de los muebles. En este caso, la polémica la inició el ministro español de Transportes hace unas semanas, cuando aseguró en un acto público que a lo mejor Milei consumía sustancias.

Puente era un cadáver político hace un año. Lo rescataron por y para algo. Él sabrá el peaje que pagará por ello, pero, desde luego, su actitud repugna en cualquier ciudadano medianamente inteligente que reclame nivel y buenas formas a sus gobernantes. El caso es que el Gobierno argentino entró al trapo y respondió con una carta que era excesiva a todas luces, a lo que José Manuel Albares -Exteriores- y toda la prensa progubernamental reaccionaron con suma indignación. En casos como el de El País, omitiendo directamente en el titular que la misiva era la consecuencia de algo, no el pecado original.

"Tiene la mujer corrupta"

Era evidente que Milei iba a aprovechar su visita a España para ahondar en el contenido de la citada carta. Así lo hizo. Aprovechó un acto organizado por Vox -producción televisiva a la norteamericana, discurso populachero- para hablar de Begoña Gómez. “Tiene la mujer corrupta y se toma cinco días para pensarlo”, afirmó sobre Pedro Sánchez.

Sus palabras cayeron como agua de mayo en Moncloa -nunca mejor dicho-, donde saben que se aproximan las elecciones europeas y donde buscan dramas propagandísticos para remontar en las encuestas, al igual que sucedió el pasado julio, cuando alfombraron la campaña electoral con mensajes sobre Pablo Motos y Ana Rosa Quintana; y sobre los franquistas de la derecha.

A la vista de que era posible emplear la misma táctica en este momento, rápidamente citaron a una reunión a la embajadora de Argentina, a la que han exigido una disculpa de su presidente. En caso contrario, Albares amenaza con romper relaciones con ese Gobierno. El resultado es evidente: Vox y el PSOE se han vuelto a utilizar para hacer ruido antes de un período electoral, en una maniobra de 'pinza' que implica bajar al barro y recurrir a la intoxicación. Ya decía algún periodista esta mañana que “así actúan los herederos del franquismo”. Otra vez, vienen con el miedo a la regresión y demás monsergas insufribles.

Vox y el PSOE se han vuelto a utilizar para hacer ruido antes de un período electoral, en una maniobra de 'pinza' que implica bajar al barro y recurrir a la intoxicación

Sobra decir que el peronismo recalcitrante también ha contagiado a España, donde se llegó a imprimir la fotografía de una navaja en un folio DIN A3 para que Reyes Maroto intentara ganar las elecciones de Madrid; y donde ahora se intentan utilizar una causa judicial y varias publicaciones sobre Begoña Gómez para apelar a la teoría de la persecución y -evidentemente- ganar votos.

Las instituciones son suyas

En este caso, suceden dos cosas patéticas. La primera es parte del paisaje y a muchos ya ni les sorprende. Es la que lleva a Pedro Sánchez a mezclar las cuestiones institucionales con las partidistas, hasta tal punto que ya no es posible distinguir Moncloa de Ferraz. Es decir, lo que es cosa del partido y lo que pertenece al ámbito del Gobierno, lo cual debería ser un escándalo en cualquier democracia liberal, por autoritario, pero aquí se consiente.

Lo segundo que llama la atención es que se haya adoptado una decisión diplomática por una cuestión que no está relacionada con alguien del Ejecutivo, sino con un pariente. Lejos estoy de defender al disparatado Milei, pero, ¿merecen sus palabras que se convoque a un embajador? ¿Ostenta Gómez algún cargo de representación oficial que desconocemos? ¿Qué sucedería si el primo de un ministro sufre el típico abuso de autoridad en un aeropuerto durante sus vacaciones? ¿Se tomará una medida similar?

Es comprensible que nadie se haga estas preguntas en un momento en el que se ha renunciado a las formas, porque pertenecen a la 'antigua política', más aburrida y funcionarial; y menos apta en esta sociedad histérica e instagrameable. Pero si se analizan este tipo de acontecimientos, cualquiera con cierto juicio podría llevarse las manos a la cabeza. Porque en uno y otro lado del Atlántico han antepuesto en este caso sus intereses personales al rigor que exigen la diplomacia y la gestión interna.

Una vez más, la indignación se propagará en unas zonas, pero no llegará a otras. La ofensa siempre se distribuye a gusto del consumidor en las sociedades tan fariseas. Ese problema es político, pero también 'del pueblo', convertido en algunas partes en una banda de hooligans. Los cuales, por cierto, votan a estos histriones.