Yolanda Díaz y Zapatero se reunieron ayer alrededor de un libro sobre la desigualdad como alrededor de una hoguera, algo entre mágico, doméstico y reconfortante (los grandes problemas del mundo, lejos de agobiarles, les reúnen como para hacer palomitas o dorar malvavisco, mientras cuentan historias y le chisporrotean sueños como estrellas o grillos). “La desigualdad en España” es un título de manual académico que pretende ser justo eso mismo, lo que pasa es que una obra científica aplaudida, celebrada y hasta soplada como un tazón de caldo dickensiano por políticos dickensianos, o sea con el oficio de hacer literatura sobre pobres, es ya sin duda una obra ideológica. Empezaba uno a sospechar, pues, que los autores seguramente también tenían el mismo oficio de hacer literatura sobre pobres. La verdad es que aquello no parecía una presentación de un libro, sino un bautizo con Yolanda y Zapatero como padrinos de lazo grueso y discurso igual de grueso.

En el bautizo del libro, rojo y rechoncho como un bebé con berrinche, hubo hasta ese calor de los bautizos, calor de leotardo y mantillón, calor españolísimo como esos calores de Paco Gandía. A Yolanda parece que la persigue el calor, con esa cosa de flor solanácea de la política que tiene ella, o al menos yo me acuerdo mucho de aquel sol proletario de ladrillo rojo y palada de carbón que casi nos mata en el Matadero de Madrid, cuando presentó Sumar. Ese Sumar que ahora, por cierto, se ha quedado sólo en el rayito de sol vicepresidencial de Yolanda, con esa cosa de Marisol de la política que también tiene ella. La gente se asaba (por seguridad de las autoridades políticas o bautismales, nos decían) a las puertas del Cine Estudio del Círculo de Bellas Artes, que tiene algo de platillo volante art déco, o sea de platillo volante inventado aquí, como un academicismo internacional inventado en las reboticas de nuestros partidos, que es lo que iba a ver yo pronto dentro. Y aquellos 35 grados de las traseras de la calle de Alcalá, aquel calor como de caldero de Siglo de Oro, con cola dickensiana para ver a políticos dickensianos teorizar sobre la salvación y la felicidad, a mí me parecieron igualdad e izquierda purísimas, más que una comunión pobre y más que la cola del pan.

Yo creo que si tuviera que vestir a un sobrinito de nuevo académico, como se le viste de almirante en la comunión o de Iron Man en Halloween, lo vestiría como Berna León

Dentro del platillo volante inventado, dentro de aquel cine que hacía de la política metaarte, iba viendo yo aquel academicismo que daba libros tan bien traídos a la luz y a los brazos de los políticos, y que básicamente era un academicismo de chavales tirillas, con flequillito y americana con coderas, como el que ponía los discos en los guateques. Yo creo que si tuviera que vestir a un sobrinito de nuevo académico, como se le viste de almirante en la comunión o de Iron Man en Halloween, lo vestiría como Berna León. Estos nuevos académicos que están entre gurú de Silicon Valley y monitor del Valle Secreto con pantaloncito corto a mí me maravillan, porque pueden acumular acné, títulos, papers y gafitas de Lennon a la vez que pueden decir, como ha dicho León, según leo, que “la desigualdad es una decisión política”. O sea, que basta el deseo para transformar la realidad en una portada de la revista Atalaya. Y a lo mejor con esto liga en los guateques y en las cátedras.

Iba uno viendo que los académicos parecían más bien curas melenitas, de los que engatusan, y que todo ese libro coral empezaba a sonar como una coral de escolanía, a dogma e hisopazo. Los autores forman parte de un think tank llamado Future Policy Lab, que recuerda a neocatecúmenos de izquierda y a lo mejor son algo así. Tanta transversalidad y tanta interdisciplinaridad de la que hablaban a mí me sonaban realmente a la Santísima Trinidad, y es que estas cosas ya digo que no son ciencia sino religión. De hecho, reconocían que habían hecho el libro con la intención de “desterrar mitos”, o sea que no era una investigación en busca de la verdad sino una justificación a posteriori, una petición de principio. Si eso no es teología, ya me dirán. El caso es que todo quedaba, como no podía ser de otra manera, en agradecimientos a los científicos por alumbrar con ciencia las certezas ideológicas de los políticos (las certezas de la fe) y reconocimiento a los políticos por la inspiración que insuflan a los científicos para una investigación cuyos resultados ya se saben desde el principio.

Aquello era una reunión de profesionales de la desigualdad como de profesionales del cemento, y todo, por supuesto, era desigualdad como cemento

Con tanto rollo catequista (todos eran como catequistas, vestidos de catequistas y con edad de catequista, salvo Olga Cantó, que hacía un poco de madre superiora) o quizá el calor, la gente buscaba agua que no había, sólo el agua mágica de Yolanda, y aquello me pareció la metáfora perfecta de su política y de su persona. Aquello era una reunión de profesionales de la desigualdad como de profesionales del cemento, y todo, por supuesto, era desigualdad como cemento, sin entrar en mucha novedad sobre la desigualdad, como sobre el cemento. Puede maravillar que todas las teorías, soluciones y nuevos o viejos alumbramientos sobre la desigualdad (mira que lleva ya la izquierda más de un siglo con la fórmula de la felicidad) nos tengan todavía en la desigualdad. Pero lo que más maravilla es que una vicepresidenta del Gobierno con todas las soluciones y la voluntad nos tenga todavía en la desigualdad. Quizá la cosa no es tan fácil. Quizá ocurre como la Doctrina en las religiones, que no importa tanto que haya una solución como que los mantenga en el largo camino de la salvación y de la espera.

Si los académicos sonaban a jerga monacal, Yolanda y Zapatero sonaban a puro cascajo y a cuñado, aunque el moderador, Daniel Basteiro, director de Infolibre y tertuliano abejeante, pusiera el libro o el día entero como arma anticuñados. Las teorías, las correlaciones de los chavales académicos, que parecían subidos unos encima de otros, como en un disfraz de gigante, aún te mantienen en una esperanza de cientificidad. Pero Yolanda y Zapatero sólo hacían canciones con malvavisco. Todo quedaba en lo mismo, en buscar el rico con cornucopia y los patrimonios con yeguada, en el peligro de la derecha y en la importancia de mantener un gobierno de progreso, porque está claro que el progreso es mejor que el no progreso (ciencia pura). Yolanda, que se reía mucho para ser el tema tan serio, podía a la vez decir que su gobernanza había disminuido la desigualdad y que el sistema o la derecha la aumentaban cada vez más. “Yo soy forofa del Gobierno de coalición”, nos revelaba, explicándolo todo.

Zapatero, por su parte, hace tiempo que se quedó colgando del infinito como un arlequín que cuelga de la luna. Decía mucho “democracia”, que provocaba cierta saciedad semántica. La democracia, como el progreso, no es algo que se alcance o se sustancie por mencionarlo, como si fuera magia (realidad performativa), sino por defenderla y ejercerla. Pero el arlequín de la democracia aún defiende a Maduro y el flautista de la igualdad aún aplaude la amnistía. Le dio por insistir mucho, un poco locamente, en que esa cultura de la democracia debía enseñarse en la escuela, y sonaba como a asignatura de Educación para el sanchismo. Aunque hubo intención de preguntar por lo de “financiación singular” (seguro que sería también igualitaria, por definición) yo creo que a Basteiro se le terminó olvidando, que lo mismo aquello les volatilizaba a los académicos alguna teoría o algún dogma.

Yolanda daba a entender que había esperanza pero en el fondo se quejaba de su impotencia. Yo creo que no tiene problema en llevar a cuestas sus contradicciones, o quizá las lleva su secretaria, como le lleva el bolso, el móvil, el libro y no sé si la cola del traje de madrina (me causa mucha ternura su ayudante y siempre la busco, que también es pura izquierda y pura igualdad). Yolanda confesó que algunas propuestas o ideas suyas aún las consideraba “cartas a los Reyes Magos”, y recordé que había una mujer que me contó que quería entregarle una carta a Yolanda, no sé si de amor o de reproche, no sé si como las de Sánchez, escrita con el corazón reventado de tinta o cinismo. Pero aquello terminó y no supe si se la había podido dar. Yo creo que hubiera estado bien, eso de ciudadanos, políticos y académicos que se escriben cartas, allí cruzándose sus esperanzas como historias de campamento. No son profesionales de la igualdad, ni de la justicia, ni de las soluciones, sólo son profesionales de la esperanza. Un nicho de negocio como cualquier otro.