Antes de regresar a Nairobi he querido visitar la granja donde creció Beryl Markham, porque nacer, nació en un pequeño pueblo de la Inglaterra rural. La granja se encuentra a poca distancia de un pueblo llamado Njoro, en la comarca de Nakuru, y en ella viven aun los descendientes de los primeros colonos ingleses establecidos en esta tierra en 1908, la familia Nightingale. Andrew Nightingale representa la quinta generación de keniatas blancos, como a él le gusta definirse, y me dice que hay más de 30.000 keniatas blancos por el mundo, la mayoría fuera de este país (lo que no me ha dicho es que fuera de Kenia todos usan pasaporte británico).
“Kembu Cottages”, la finca de Andrew, está a media hora del lago Nakuru, a pocos kilómetros de Njoro, un pueblo enclavado en la falda del monte Kiplombe, por cuya cima pasa -virtualmente- el ecuador. A seis kilómetros al sur del paralelo 0, y a 2600m sobre el nivel del mar, esta tierra vive una primavera perpetua, no hay mosquitos y tiene unos de los paisajes más bellos del país. Lord Delamare, unos de los primeros colonos en establecerse en Kenia, recomendó muchas veces a su gobierno establecer la capital de la British East Africa en Njoro, en vez de Nairobi. Nunca le hicieron caso; y es que tampoco Nairobi le va a la zaga en cuanto a clima y paisaje.
La granja podría encajar en cualquier paisaje de Inglaterra, y en época de lluvias no le falta nada para una perfecta mimetización. Los dueños son un matrimonio anglo-keniata encantador, los padres de mi posadero; ellos la cuarta generación anglo-keniata y este la quinta. Todo es muy reciente, porque los británicos obtenían tanta riqueza de la India que tardaron tiempo en ocupar la parte de África que les había reconocido el Congreso de Berlín. Pero como el principio indispensable consagrado en Berlín era la ocupación efectiva del territorio, hubo que alentar a los primeros colonos a ocupar las “highlands”, las tierras altas, y pronto se dieron cuenta del potencial de esta tierra, no solo en la caza sino también en la agricultura.
La granja podría encajar en cualquier paisaje de Inglaterra, y en época de lluvias no le falta nada para una perfecta mimetización
El sueño que se presume a todo inglés -tener una granja, dedicarse a criar caballos purasangre y a la caza del zorro- era factible en Kenia para cualquier commoner sin título nobiliario ni fortuna, con el aliciente de cazar, en vez de zorros… leones y elefantes. Muchos de los primeros colonos no eran agricultores de profesión y, tras alguna tentativa con poco éxito, acabaron pasándose al prestigioso y rentable mundo de los “white hunters”. En ese gremio estaban Dennys Finch Hutton, hoy famoseado como amante de Karen Blixen, y Lord Delamere, fundador del gremio de cazadores blancos y protector de aquel. Gracias a la película Memorias de África, hoy todo el mundo sabe quiénes eran.
Lo que la gente no sabe, y yo entre ellos, es que esta historia fue mucho más compleja de la que nos cuenta la película, que, al fin y al cabo, sigue el guion del libro de Blixen. Todo comienza con Lord Delamere, un inglés de la pequeña aristocracia rural inglesa que acude a colonizar las highlands entre los primeros, y pronto se convierte en el líder natural de los colonos en lo que eran los territorios de África Oriental Británica. Me cuenta Andrew que todas las fincas que se ven desde el promontorio que ocupa su granja eran propiedad del Lord, que invirtió aquí su patrimonio pensando en criar ovejas. La tierra resultó no ser la mejor para ese fin y Delamere tuvo que dividir y vender. Y uno de los que compró fue un Nightingale, otro fue el padre de Beryl Markham, y un tercero fue Dennys Finch-Hutton.
Beryl Markham y Dennys Finch Hatton, gracias a esta vecindad, se conocieron cuando ella tenía 18 y él 35 años. Ambos crecieron como espíritus libres, dispuestos a sacar el máximo partido de aquella vida excéntrica y privilegiada que el sistema colonial puso al alcance de unos pocos por el simple hecho de tener la piel blanca y un pasaporte británico. Ambos gozaron desde la adolescencia de una permisividad poco habitual, incluso para los cánones de hoy. Y pronto ambos fueron amantes sin compromiso formal. Aquí te pillo, aquí te mato, fue su lema hasta la muerte de él, en 1929. Porque ella siguió disfrutando de la vida hasta su muerte en Nairobi en 1986, cuando ya había cumplido los 84. Con solo 16 años Beryl se casó con Jack Purves, pero su pareja real fue siempre un muchacho de la tribu de Njoro, Kibii. El padre de ella les entrenó para montar los purasangres que él preparaba para competición. Y cuando tenía solo 19 años, el nombre de Beryl Markham comenzó a brillar en las carreras como entrenadora de purasangres. Fue la primera y la única mujer a la que concedieron licencia como entrenadora de caballos de carreras en Kenia.
Le impresionó mucho su carácter y su pasión ostensible por las tres cosas que más valoró en su vida: caballos, aviones y hombres, por ese orden
Las carreras de caballos, tan representativas del modelo inglés de sociedad aristocrática, eran muy populares en todas las grandes capitales del imperio colonial. Permitían recrear el mundo cerrado de la aristocracia inglesa, en cualquier rincón del imperio que contase con condiciones físicas para ello, y teniendo como protagonistas no a lores sino a commoners. El mundo de la aristocracia británica ha sido y es cerrado, y ello se capta a simple vista cuando se asiste al evento más emblemático del mismo, las carreras de Ascott, donde el gotha de las islas, enfundado en vistosos chaqués de colores insólitos, carísimas chisteras hechas en Lock´s, pamelas que podría fungir de sombrillas de playa y el último grito de las más transparentes muselinas y gasas imaginables, se da cita en torno al palco real con la única finalidad de ver y ser vistos. Por eso -pienso yo- siempre que los ingleses consolidaban su presencia en algún rincón del planeta por inhóspito que fuese -pienso en Jartúm o Bulawayo- lo primero que levantaban era un club social de hombres con acceso muy restringido a mujeres, y un hipódromo donde poder emular a Ascott, sin realeza.
Me cuenta Andrew que conoció a Beryl cuando él tenía 12 años y ella era una mujer adulta, pero le impresionó mucho su carácter y su pasión ostensible por las tres cosas que más valoró en su vida: caballos, aviones y hombres, por ese orden. Se casó cuatro veces y siempre estaba saliendo de una mala experiencia matrimonial para entrar en otra peor. Pero como entrenadora de purasangres de carreras y como pilota de riesgo voló mucho más alto que la inmensa mayoría de sus contemporáneos. Sus caballos de carreras eran caballos sin apenas doma, y ya cuando dejaban atrás la edad de potro -me cuenta Andrew- ella les echaba zanahorias en el corral para que peleasen por ellas, que es como se forma un buen purasangre de carreras. Por cierto, el purasangre es una raza de caballos de carreras -no sirven para otra cosa- fruto del cruce entre yegua inglesa y semental árabe. Su pasión por los aviones hizo de ella la primera mujer que obtuvo la licencia de piloto comercial en Kenia, y se especializó en llevar suministros a los lugares más difíciles del territorio, donde los millonarios de todo el mundo pagaban una fortuna por volverse con una bonita pareja de colmillos o una cabeza de león para colocar encima de la chimenea. En la granja de Andrew, en la pared hay una foto de su tatarabuelo haciendo de cazador blanco para el entonces futuro presidente de Estados Unidos, Teddy Roosvelt.
Después de hablar con Andrew y de leer buena parte de la bibliografía sobre el tema, mi impresión es que la baronesa “se recicla” como escritora cuando la granja se hunde, acosada por una deuda imposible de rescatar. Su marido se ha vuelto a casar (y por tanto hay otra baronesa Blixen en escena, con mejor derecho al título que ella) y su ex amante, Finch Hatton, ha retomado de manera estable y pública la relación con su “amiga de siempre” Beryl Markham. La historia comienza cuando ella y el barón deciden viajar a Kenia, comprar una granja con el dinero de su madre y de un hermano de esta, y dedicarse a cultivar café. Tanto ella como el marido eran dos personas que hoy llamaríamos “pijas”, snobs, que tenían a gala despreciar el estilo de vida burgués, por la ética de trabajo, ahorro y mérito que conlleva ser burgués. Es el modelo que encarnan sus “patrones”, la madre y el tío que habían puesto el dinero para comprar la finca. La colección de cartas a su madre -que recientemente ha visto la luz- está repleta de olímpico desdén hacia la mentalidad burguesa, y de reverencia a su padre aristócrata, que se quitó la vida cuando ella tenía solo 9 años. Pijos, trepas y manirrotos son los adjetivos que encajan como anillo al dedo al barón y la baronesa. Frente a ese perfil, Dennys Finch Hatton y Beryl Markham, encarnan dos espíritus libres, bohemios, aventureros y contrarios al peculiar modelo de moral victoriana que encarnan sus amigos, los Blixen. Eran el arquetipo de bohemios aventureros sin prejuicios.
Dennys Finch Hatton y Beryl Markham encarnan dos espíritus libres, bohemios, aventureros y contrarios al peculiar modelo de moral victoriana que encarnan sus amigos, los Blixen
La historia de estas dos parejas se entrelaza y se separa en fases sucesivas desde que la baronesa se distancia de su marido por su manifiesta incapacidad para ejercer ese papel y por su fracaso como administrador de la granja familiar. Su romance con Finch Hatton y el posterior distanciamiento de este para volver -esta vez de manera pública- a su relación de siempre con Beryl Markham -aquí te pillo aquí te mato- cuando esta ya empieza a distanciarse de su tercer marido. Quizás el momento de clímax en este maratón de infidelidades es cuando en 1929 el entonces Príncipe de Gales se hace invitar a la granja de la baronesa -para entonces ya divorciada y públicamente unida a Finch Hatton- donde es el invitado de honor de una memorable cena que congrega alrededor de una mesa al príncipe, la baronesa, el afamado cazador blanco, y la íntima amiga de la anfitriona, Beryl Markham, que acude a la cena sin su entonces tercer marido. Aquella cena, como casi todo lo relacionado con el que luego sería Eduardo VIII y abdicaría para convertirse en Duque de Windsor, fue noticia que dio mucho que hablar. Me comentaba mi posadero Andrew la fama de que siempre gozó la indómita Beryl como “comedora de hombres” (como se llamaba a los leones que se daban un festín cada noche a cuenta de los peones traídos de la India para la construcción del ferrocarril Mombasa-Nairobi). Hasta el punto que se rumoreaba que, durante la visita del Príncipe de Gales a Kenia, acompañado de su hermano Enrique, duque de Gloucester, la siempre bien dispuesta Beryl Markham tuvo aventura de una noche con cada uno de ellos.
Cuando tiene lugar la cena, tanto Finch Hatton como Beryl Marham están aprendiendo a volar, y la de ella será de las primeras licencias de vuelo que se expidan en el recién nacido aeroclub de Nairobi. Ambos aprovecharán el aprendizaje empleando el avión para su actividad más rentable, la organización de costosos safaris para europeos y americanos de gran fortuna que desean volver de África con un rico trofeo de caza mayor. Él ganará mucho dinero organizando safaris que luego se han hecho famosos, a tono con el nivel de su clientela, entre los que se contaba el mismísimo Príncipe de Gales. Ella, suministrando en su avión todo tipo de provisiones de valor, desde munición hasta whisky cuando escaseaba, pasando por algún cliente rezagado. Además, ella era excepcionalmente capaz en lo que se llamaba “bush flying”, vuelos de reconocimiento, rastreando animales, y tomando tierra en lugares donde no había pista de aterrizaje. Gracias a su pericia en vuelo rasante, podía detectar desde el aire manadas de elefantes, rebaños de búfalos y otras piezas, y después pasar la información a su amigo Finch Hatton. Era especialmente capaz calculando con una simple brújula y un mapa la ruta y la distancia entre su cliente y la presa a seguir. Durante buena parte del romance entre la baronesa y el cazador blanco, Beryl volaba a su encuentro con los suministros, y pasaba la noche con él, sin importarle a ninguno de los dos lo que opinaran los demás. Al final, sería con Beryl con quien Finch Hatton se siente más cómodo y menos agobiado. No solo por la independencia afectiva entre ellos, sino también porque ambos coincidían en un estilo de vida radicalmente diferente al desatado alpinismo social de la baronesa y de buena parte de la llamada “buena sociedad” de Nairobi. Cuando llega a la baronesa la noticia de que él se ha estrellado en su avión -en un vuelo en el que Beryl tenía previsto acompañarle y se descuelga en el último momento- la protagonista está desmantelando la granja, que acaba de ser declarada en suspensión de pagos.
Era excepcionalmente capaz en lo que se llamaba “bush flying”, vuelos de reconocimiento, rastreando animales, y tomando tierra en lugares donde no había pista de aterrizaje
Por eso sorprende tanto una doble ausencia de referencias en los respectivos libros de estas dos escritoras improvisadas: la baronesa publica su primer libro, Out of Africa, en Nueva York en 1937; Markham publicará su única obra West with the night, también en Estados Unidos, en 1942. En la primera no se menciona una sola vez a la que había sido su amiga y peligrosa rival. Cuando esta escribe su libro y se publica, cinco años más tarde, ni media referencia a su antigua gran amiga. Parece evidente que ambos libros son arreglo de cuentas. Para entonces, la baronesa ha regresado definitivamente a su Dinamarca natal, reciclada en novelista de cierto éxito, aunque no nos engañemos, no un éxito comparable con el que le ha proporcionado la película, en la que también brilla por su ausencia la rival. Y en la obra de esta, después de una entretenida descripción de su vida en aquellos tiempos de la colonia, tampoco aborda su amistad con la baronesa, ni dedica media palabra a ninguno de sus tres maridos. Hace, sin embargo, una semblanza entrañable del amigo y amante, Dennys Finch Hatton. Fue probablemente el único que de verdad supo conquistarla en su atareada vida de “comedora de hombres”.
Extracto del libro La ruta del Marfil: Argel-El Cabo-El Cairo, escrito por Juan Serrat y publicado por Editorial Almed. Es la crónica de un viaje en 4x4 iniciado en Argel en enero de 2022 y concluido en El Cairo en diciembre del mismo año, descendiendo por África occidental desde Argel hasta Pretoria y remontando después hasta El Cairo, en un recorrido en el que, junto a la aventura del viaje africano, se adentra en el mundo de la colonización, la esclavitud, los grandes exploradores de África, así como la pugna todavía indecisa entre islam y cristianismo en el mundo subsahariano.
Juan Serrat (Madrid, 1945) ex embajador español. Ha dedicado 43 años a la diplomacia. Al jubilarse en 2015, empieza a preparar el viaje que desde hacia años barruntaba: viajar en coche desde Andalucía a China siguiendo la llamada ruta de la seda, haciéndola coincidir entre Trebisonda y Samarkanda con la ruta seguida por Ruy González de Clavijo.
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