Enamorarse bien no es sencillo, ilustrísimo. Es mejor evitarlo que hacerlo mal. Apúntelo, aunque ya debería saber usted a estas alturas que abordar esta cuestión no es fácil. Requiere de cierta frialdad y de algo que los idiotas llaman hoy expertise, que es temple. O sea, templanza torera y pulso de cristalero. Los hombres de baja autoestima carecen de esta virtud. Los feos y los desharrapados se entregan con demasiada facilidad y eso suele provocar tragedias personales bastante previsibles, de las que precisan de un hombro amigo y derivan en salvajadas indignas, como los retiros espirituales o el crossfit.
Este tipo de dramas no sólo afligen al lumpen. Los poderosos también sufren de estas debilidades, incluso los que parecen más espabilados y vividos, como es su caso, ilustrísimo señor anónimo. Pero es que el ejercicio del mando genera inseguridades que son especialmente peligrosas en la mediana edad, cuando la rutina ya ha empezado a pudrir las convivencias. Digamos que ahí cuesta un poco más evitar los cantos de sirena, que suenan incluso a un volumen más alto que las señales de alarma. Tampoco le estoy diciendo nada nuevo.
En el caso que nos ocupa, que es el suyo, nos encontramos con una situación bastante peliaguda. Porque debería reconocer que esto no fue un hecho aislado, sino algo que se transformó en rutina. Tiene pinta de que usted se pilló hasta las trancas y que aquello le dejó resaca y mal sabor de boca (disgeusias se llaman).
No hace falta ser un experto en la condición humana para deducir que cuando uno se cita el 30 de diciembre y el 3 de enero con la querida, la situación entraña gravedad. Porque implica pasar la Nochevieja a la espera del tercer día del año, escuchando las conversaciones de la familia en segundo plano, por detrás de la línea de pensamiento. Obliga a celebrar a medias y a descuidar lo importante, que no tiene nombre de dependienta de Zara, ni cronómetro, ni parquímetro.
Contrato en empresa pública
Esto último es especialmente peliagudo, ilustrísimo. Me refiero a la actividad académica de su querida. No suele ser una buena idea enamorarse de alguien que ejerce la profesión estudiantil -ya sabe- porque a uno le tiembla el suelo bajo los pies todo el rato y no puede desprenderse de esa sensación. Porque cada día puede convertirse en una tortura si a uno le da por pensar en el lugar en el que desplegará esa noche su sesión de estudio; o en el perfil de su próximo docente. No es raro que un buen Bizum derive en un abandono. Y nosotros aquí riéndonos, ilustrísima. A lo mejor fuimos crueles.
Porque cuando una estudiante académica de a más de 1.000 por día cierra la puerta al señor enamorado, puede llegar a sentirse desamparado, como si se alejara de la última cumbre de su vida. Es normal. Lo peor es que ese sentimiento se intuye antes de que eso suceda y se representa en forma de angustia. Y esa angustia ha llevado a más de uno a hacer estupideces. Qué se yo... a gastar más de la cuenta en regalos y restaurantes; o incluso a decidir algo tan rematadamente estúpido y arriesgado como recomendar o contratar a la estudiante para tu propia empresa, a riesgo de que eso te meta en un buen lío o te convierta en rehén de un jefe siniestro.
Un ejemplo completamente diferente
Hay veces que uno pierde la cabeza por un amor estúpido y acaba solo, defraudado con su entorno y en mitad de un páramo de 50 kilómetros a la redonda de tierra quemada. Esto sucede en muchos más ámbitos, pero con afectos que generan menos secuelas, aunque sean igual de traicioneros e incluso terminen en un litigio. Se puede poner otro ejemplo de otra situación y, sin duda, de otra persona que no tiene nada que ver con usted, ilustrísimo anónimo, pero que también se vio obligada a digerir una generosa ración de desencanto y desilusión.
Así a bote pronto, al pensar en la sensación de desamparo y abandono, se me viene a la cabeza la mirada lacónica de José Luis Ábalos hace no mucho en el pasillo del Congreso, después de que trascendiera la detención de Koldo García. Afirmó entonces que se sentía sorprendido y decepcionado y es normal. Koldo había sido su hombre de confianza, su asesor, su conductor y casi su sombra durante sus mejores años en política.
Sucedió igual cuando su partido le dejó tirado y le obligó a adscribirse al Grupo Mixto. “Soy un mero peón que se inserta en una lucha política sin reglas, que se fundamenta en la alineación de cualquier y de cualquier modo”, expresó entonces con voz firme, pero gesto obtuso.
¿Que por qué citamos este ejemplo aquí? Porque en este país sólo se habla de política y al final uno siempre recurre a ella. ¿Por qué va a ser?
En el caso de Ábalos, la cosa no quedó ahí. Ojalá... Unos meses después de aquel momento, Óscar Puente, en un intento espurio de enfangar la herencia de don José Luis, difundió el resultado de una auditoría que realizó el Ministerio de Transporte sobre la compra de mascarillas que se realizó en pandemia desde este departamento. Al leer el documento, se puede deducir que Ábalos también pudo sentirse defraudado con la empresa en la que depositó su confianza para traer a España material sanitario durante el primer estado de alarma, dado que entregó el material tarde... y a un precio superior del que habían ofrecido sus competidores... a los que ni siquiera dejaron competir, dado que los contratos se adjudicaron a dedo.
Podría decirse que nada salió según lo previsto, lo cual siempre conduce al desencanto. La vida del hombre poderoso a veces obliga a mirarse cara a cara con la decepción. ¿Quién iba a pensar que aquellos comisionistas iban a resultar imputados y a provocar que a Ábalos le señalaran dentro de su partido por haberlos recomendado a otros ministerios -Interior y Sanidad- y Administraciones? ¿Y quién iba a predecir que Pedro Sánchez y su sucesor en el ministerio realizaran algunas maniobras para poner en la picota a alguien tan ajeno a esos problemas y que tanto contribuyó en el partido?
La Agencia Tributaria realizó posteriormente un informe sobre estos empresarios -hoy imputados- y descubrió que alguno ya había sido investigado por la Audiencia Nacional y que tenían negocios en Angola, un país que consideró como uno de los más corruptos de África. Hacienda expresó también sus sospechas de que su dueño podría haber utilizado a 'socios interpuestos' para evadir responsabilidades, si fuera necesario.
Entra dentro de lo normal que Ábalos pudiera sentirse decepcionado en este caso, al igual que con Koldo o con todos los que le han podido relacionar con actitudes, diversiones y compras (de material sanitario) que serían impropias de cualquier representante público que conservara cierta decencia y no hubiera tomado a los ciudadanos como palurdos de pre y pos pandemia… y de estado de alarma.
Ábalos no es así y por eso es normal que se sienta presa estos días de la atonía que generan el desencanto y la depresión. Puso toda su esperanza, su ilusión y su trabajo en un partido y en unos proveedores… y los trató con la fe infinita del hombre enamorado… hasta que descubrió que a lo mejor hizo el primo, como el hombre del que hablábamos al principio del artículo. Que es usted, ilustrísimo anónimo; y no Ábalos. Que nadie vaya a relacionar a dos personas distintas, que sólo están unidas por la desilusión y amenazadas por lo que en realidad es una injusticia sentimental. No se vayan a equivocar.
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