Pedro Sánchez se nos ha aparecido tímidamente, entre las guerras mundiales y las guerras arcangélicas, entre el demonio pajizo que es Trump y el santo pacificador o panificador que es el papa Francisco, al que ya han convertido en horripilante estatua de chocolate blanco, como una mona de Pascua. Sánchez ha salido de las nubes como de las sábanas, o al revés, recordándonos un poco sus infames e inauditos cinco días de reflexión o jaquequita, para anunciarnos que llegaremos este año al 2% en gasto de defensa. Esto, como todo lo suyo, parece un milagro de estampita, el dinero que se multiplica sin quitarlo de nada. Yo creo que es ingenuo preguntarse de dónde lo sacará, porque, como todo, lo sacará de la fábrica de palabros de la Moncloa. Ahora se han inventado lo de "crisis securitaria", concepto que parece algo entre la banca y la cardiología. Sus socios no atienden a los eufemismos, claro, pero Sánchez tampoco atiende a las leyes de la física, de la lógica ni de la política.

Sánchez ha aparecido disimuladamente, entre crespones negros casi taurinos, a la sombra ojival de Bergoglio y sobre todo de Trump, que es quien está provocando realmente un eclipse planetario con vientos de Gólgota. Y es que a mí este momento y esta sinuosidad de Sánchez me parecen más relevantes que el anuncio en sí, que este rearme o este milagro de la multiplicación de los legionarios y los cañones. De este anuncio lo que podemos decir es que el aumento del gasto en defensa es un compromiso; que su alcance y financiación son todavía una incógnita o quizá un milagro a la cola de los santos milagreros o los crédulos milagreros; que la tramitación sin pasar por el Congreso es lo único que se puede permitir un Gobierno que tiene sellos papales pero no mayorías; y que las formas son las esperadas para intentar contentar a sus socios, que no son pacifistas sino, como hemos explicado alguna vez, derrotistas o extorsionistas. Nada nuevo. Diría que el momento es más interesante, que es como si Sánchez aprovechara para intentar escaparse otra vez entre profecías y apocalipsis.

La mecánica del Gobierno de coalición, de su mayoría de investidura o de su Frankenstein esquelético viene a ser más o menos la misma, se discuta el rearme o se discutan esos decretos ómnibus llenos de morcillas. A Yolanda Díaz le va a dar un leve vahído de salón de té, con caída entre terciopelos y resurrección con sales; el teatral soponcio de esta izquierda tan teatrera y soponciable, siempre deseando romperse el taconcito a cuenta de purezas e iconos innegociables que, curiosamente, siempre se terminan negociando. Los indepes van a intentar sacar tajada, entre intereses compartidos, envidias recíprocas y competiciones eternas. El PNV hará lo mismo que los indepes, aunque con bamboleante gravedad, como si negociaran sus obispos de olla de cocido más que sus políticos de árbol sagrado. Bildu seguramente lo concederá todo gratis o casi gratis, porque sienten que ellos ya han sido más que recompensados por Sánchez. Podemos, por su parte, ya no es socio, pero se quejará de los disidentes de la izquierda y de los de la izquierda de la izquierda, a los que pedirá la vuelta a las esencias y a los baretos consagrados de la familia propietaria del chiringuito.

Una vez que Sánchez ha decidido dejar de gobernar para limitarse a resistir, todo este equipaje antiguo de maderas y levitones de la democracia va sobrando

Así se ha movido todo en esta legislatura del caos o del chorrafuerismo de Sánchez, que, cuando no le han funcionado las mayorías, ha optado por la más sencilla unanimidad de sí mismo con sus decretos, suspiros y espejitos íntimos, melancólicos y byronianos. Lo del rearme apenas aporta nada, aparte alguna pancarta recuperada de los 80, del trastero o de lo kitsch, como una cortina de macarrones. O sea que no cree uno que haya que hablar otra vez de los pacifistas y los humanitarios que no lo son, ni de la aritmética parlamentaria que Sánchez decide ignorar o incluso abolir cuando no le favorece, sustituyéndola, ya digo, por un chorrafuerismo casi fernandino. Una vez que Sánchez ha decidido dejar de gobernar para limitarse a resistir, todo este equipaje antiguo de maderas y levitones de la democracia va sobrando. Quizá pronto se tenga que reconvertir el Congreso en plaza de abastos, en gallera o en anfiteatro, como quizá se tengan que reconvertir los periódicos y hasta los tribunales en orfeones de comisarios políticos. Pero esto ya lo sabíamos. Quizá habría que hablar, ahora, de otra cosa.

Lo interesante no es cómo Sánchez se intenta escapar del Parlamento, o de sus socios, que ya ni los necesita, o de Feijóo, que cuando no está atormentado o anulado por sus dudas o perezas está intentando combatir la propaganda con la lógica, ahí encaramado en las espigas decorativas del Congreso como en una parra. Lo interesante, ahora mismo, es cómo Sánchez intenta escapar de la memoria del español borrando lo que pasa en España. El milagro de Sánchez (Sánchez sigue confiando en su segundo milagro, en su tercera venida) pasa por internacionalizarlo todo, por globalizarlo todo. Si se fijan, todo ahora en Sánchez ha tomado dimensión planetaria. Las realidades y problemas españoles se diluyen en conflictos y urgencias globales, y nuestro presidente hace lo propio. Hasta la derechona española, con su tamaño histórico de joyerito o de relicario, ya sólo es parte de una "internacional ultra", que suena a hunos con fachaleco.

Sánchez aparece tan tímidamente, con lo del rearme o con lo que sea, porque no quiere distraernos del pandemónium mundial, el único caos que puede superar al suyo. Se nos terminan los estadistas, acribillados por piratas mundiales, y se nos mueren los papas buenos o al menos con silueta de bueno, como los gorditos. Los nuevos emperadores sociópatas y el nuevo papa por venir comparten ya profecías de Nostradamus, y es como si la historia, no sólo los eufemismos de nuestra actualidad, fuera redactada por Bolaños y su equipo de inventar palabros y bichos. Lo más relevante no es que Sánchez siga siendo Sánchez, que no puede ser de otra forma, sino que tenga otro apocalipsis para volver a escaparse como una bestia de muchos cuernos y opiniones.