Vere Papa Mortuus Est (verdaderamente el Papa está muerto) es la frase latina con la que conforme a la tradición se constataba en otros tiempos la muerte del Sumo Pontífice, dando así inicio al periodo conocido como Sede Vacante. En nuestros días este rito es más sencillo, sobre todo después de la reforma llevada a cabo por Francisco en lo que atañe a los funerales papales, pero su trascendencia permanece inalterable.

Al tiempo que la catolicidad llora al Pontífice difunto al tiempo que se reúne en acción de gracias por estos doce años de luminoso magisterio papal del otrora cardenal Bergoglio, la incertidumbre ante el futuro se apodera de la grey de Cristo, una circunstancia normal y totalmente comprensible. Es, por así decirlo, fruto de la orfandad en el liderazgo terrenal en la que nos vemos sumidos más de mil cuatrocientos millones de creyentes en todo el mundo y que se repite cuando la sede petrina queda vacante, ya sea por renuncia o bien por fallecimiento del papa reinante.

En estas semanas de interregno nadie le sustituye. El cardenal Farrell, como camarlengo, asume la administración ordinaria de los bienes temporales de la Iglesia y al cardenal Re, decano del Colegio de Cardenales, le corresponde presidir las reuniones de los purpurados, celebrar el funeral del papa u oficiarla misa pro eligendo Pontifice previa al inicio del cónclave, entre otras, pero nada más. Las llaves de San Pedro y el poder para, según la doctrina, atar y desatar tanto en el cielo como en la tierra aguardan al 267 sucesor del apóstol. Mientras tanto, los medios de comunicación se inundan de un sinfín de profecías, premoniciones, quinielas y listas de cardenales con mayores posibilidades. Sin embargo, lo único cierto es que, ateniéndonos a los plazos fijados por la normativa vaticana vigente, el cónclave debería comenzar entre el 6 y el 11 de mayo. A partir de aquí comienzan las elucubraciones.

En las dos semanas venideras, el debate nada envidiable al que se enfrentan los 252 cardenales, de los cuales 135 son electores (de ellos, el bosnio Puljić y el español Cañizares Llovera han informado que no participarán ni en las reuniones de estos días ni en el cónclave por cuestiones de salud), es esbozar el perfil del candidato más idóneo para vestir la sotana blanca.

Aunque Francisco ya no esté entre nosotros, su impronta se dejará notar pues ha nombrado a 108 de los cardenales con derecho a voto (los menores de 80 años) y los dilemas acerca de cómo proseguir con su legado estarán en el centro de las conversaciones que mantengan los príncipes de la Iglesia.

De lo que no cabe duda es de que Francisco ha acometido reformas de gran calado que son ya irreversibles, en particular las que tienen que ver con el gobierno de la Ciudad del Vaticano y de la Curia, pero también en cuanto a la forma de entender y ejercer el papado.

No es de esperar que el cónclave dure más de 48 o 72 horas ni que vaya a haber un gran giro copernicano en el rumbo que ha mantenido la barca de San Pedro bajo la autoridad de Francisco

No es de esperar que el cónclave dure más de 48 o 72 horas ni que vaya a haber un gran giro copernicano en el rumbo que ha mantenido la barca de San Pedro bajo la autoridad de Francisco; sin embargo, posiblemente sea menos “argentina” en el estilo directo al que nos tenía acostumbrados el habla porteña que resonaba desde Roma hasta nuestros oídos directamente y sin filtros de traducción en nuestro propio idioma.

Otras cuestiones más sustanciales como la defensa de la vida desde su concepción hasta su fin natural, la dignidad humana, la preferencia por los pobres, la lucha contra la cultura del descarte, la preservación y el cuidado del ambiente o el llamamiento a una Iglesia menos mundana al tiempo que más inclusiva ante las periferias geográficas y existenciales, herencia de Francisco, permearán al futuro Papa, sea este quien sea, porque el origen de todo ello se encuentra en el propio Evangelio.

El perfil ideal del próximo Papa respondería al de un hombre de gobierno, con experiencia pastoral, disponible tanto al diálogo ecuménico como a la fraternidad con creyentes de otras religiones (en especial con las de raíz abrahámica -judaísmo e islam-), ni excesivamente joven (como el cardenal ucraniano Mykola Bychok de 44 años o el italiano Giorgio Marengo de 50) ni excesivamente anciano (como el cardenal nigeriano Francis Arinze de 92 años) de modo que pueda asegurar un papado de al menos una década de duración, abierto a las transformaciones de nuestro tiempo y resiliente a los nuevos canales de transmisión de la fe. Ante todo, habría de ser un hombre capaz de ofrecer esperanza y optimismo ante un tiempo cada vez más convulso y, por descontado, será también un papa viajero, con predilección por la juventud y con la altura moral para hablarle al mundo de tú a tú. En esta elección, Asia-Pacífico es la región con más proyección.

En cualquier caso, un hecho distintivo del próximo obispo de Roma será la marcada determinación mariana de su pontificado. Es cierto que todos los Papas han mostrado una especial devoción hacia la figura de la Virgen María, pero el nuevo Papa estará condicionado por lo, cuanto menos, caprichoso de las fechas: su elección y el inicio oficial de su ministerio pontificio tendrán lugar en el mes mariano por excelencia y en fechas muy próximas al 13 de mayo, festividad de Fátima. Un signo que, sin duda, le acompañará de por vida.

La segunda incógnita en la ecuación será el nombre que elegirá el neo electo puesto que será toda una declaración de intenciones sobre su programa de gobierno. Sin tener nada por cierto, Francisco se refirió en repetidas ocasiones a su sucesor como Juan XXIV, pero habrá que esperar para saber si la profecía se cumple o si simplemente era una más de las bromas con las que el pontífice llegado emblemáticamente del fin del mundo solía deleitarnos.

Francisco se refirió en repetidas ocasiones a su sucesor como Juan XXIV, pero habrá que esperar para saber si la profecía se cumple o si simplemente era una más de sus bromas

Volviendo la vista a los últimos nombres papales y a los papabili, el cardenal Parolin podría ser Pío XIII, un Papa muy mariano y breado sobradamente en la diplomacia vaticana (el nombre podría generar controversia jugosa para los más aguerridos de las teorías conspiratorias); los cardenales Tagle, Omella o Zuppi encarnarían a ese Juan XXIV que encajaría con la línea de Bergoglio, quien, por cierto, barajó este nombre antes de decantarse por Francisco, aunque también podrían identificarse con ese Pablo VII llamado a consolidar las reformas emprendidas por su predecesor más que por abrir nuevos frentes o con un León XIV atento a las cuestiones sociales, aquí habría que sumar también al surcoreano You Heung-Sik.

Por su parte, los cardenales Pizzaballa o Turkson podrían ser un Juan Pablo III aguerrido y firme, mientras que los cardenales más conservadores, como Sarah, Erdő o Eijk, serían más proclives a representar a Benedicto XVII. Un Francisco II en la figura del cardenal Hollerich, Grech o Marx sería un aperturismo en demasía en tan breve lapso de tiempo.

La improbable elección de los cardenales Burke o Müller nos reportaría un Clemente XV que, siguiendo la estela de Clemente XIV en 1773, tendría la tentación de borrar todo atisbo del elemento jesuita reciente en la Iglesia.

Asimismo, tampoco cabría descartar la sorpresa de nombres aún sin estrenar que refieren a alguna de las figuras de gran envergadura en la Iglesia como Antonio, Lucas, Santiago, Tomás, Agustín, Ignacio o Luis. Un Pedro II no entra en las quinielas.

En cualquier caso, como decía al principio, son tiempos de incertidumbre y esto no son más que las meras conjeturas de un humilde e imperfecto ser mortal sobre unas preguntas a las que únicamente el perfecto e inmortal Espíritu Santo podrá dar respuesta batiendo sus alas para inspirar a los cardenales reunidos en cónclave cuya decisión, acto seguido, nos será anunciada con el celebérrimo Habemus Papam! por boca del cardenal Dominique Mamberti.

De todas formas, no olvidemos el dicho romano de que quien entra en un cónclave como papa, sale como cardenal.


Luis Rodrigo de Castro. Profesor de Derecho Internacional Público y RRII en la Universidad CEU San Pablo