Desde que el Lunes de Pascua se anunció la muerte del papa Francisco, han aparecido todo tipo de listados de candidatos favoritos dentro del Colegio Cardenalicio para ser el próximo romano pontífice. En esta columna no pretendo hacer una intrincada apuesta por Tagle, Sarah, Zuppi, Parolin o cualquier otro; tampoco creo que acertara: como se dice coloquialmente, quien entra papa sale cardenal. Pero más allá del nombre, es importante analizar el perfil que se requiere teniendo en cuenta los retos que afronta la Iglesia católica hoy.
Los retos: la evangelización
El primero tiene que ver con la distribución de las comunidades cristianas en el mundo y el papel global que debe tener el próximo papa. En este sentido, desde el Concilio Vaticano II los pontífices han adoptado diferentes posiciones. Pablo VI fue el primero en visitar las comunidades cristianas en el exterior y en tener avión. Juan Pablo II fue allí donde creía que los cristianos eran silenciados.
En cuanto a Francisco, ha viajado a aquellos países donde consideró que los cristianos eran una comunidad invisible. Este hecho sitúa que la principal preocupación por la evangelización de los pueblos no está en Europa, ni en lo que podríamos llamar Occidente. Las comunidades cristianas más numerosas están en América, África y Asia. Además, en África y Asia, aumenta vertiginosamente debido al crecimiento demográfico.
Atención a los 'nuevos' problemas de siempre
El segundo reto es la aparición de lo que se consideran nuevos problemas sociales, pese a que llevan siglos existiendo, que afectan a toda la humanidad y, por tanto, a las diferentes comunidades cristianas del mundo. Asuntos como el ecologismo, el trato a los refugiados, la gestión de las personas migrantes, la persecución y la intolerancia religiosa no son cuestiones que la Iglesia católica haya abordado por primera vez ahora, aunque muchos consideren que sí porque necesitan tejer un discurso político al respecto.
Las redes sociales y los medios de masas hacen que las manifestaciones de la Santa Sede multipliquen su difusión respecto a la era de las encíclicas y cartas apostólicas. En este sentido es importante que el próximo papa dé a conocer la tradición reflexiva de la Iglesia en estos asuntos, no por demostrar que hace dos o cinco siglos que se mantienen posiciones al respecto, sino que la institución está por encima de la política de consumo. Básicamente por encontrarnos en plena ola de anti-política.
La necesidad del continuismo
El tercer reto es la necesidad de una línea continuista. A pesar de que siempre se ha situado, quizás por conveniencia mediática, a Benedicto XVI y a Francisco como dos papas sucesivos pero contrarios, la verdad es que uno es continuador del otro. No solo en el sentido de orden en la sucesión, sino también en la obra y las ideas. Y Benedicto XVI lo era de Juan Pablo II. Y Juan Pablo II, en gran parte, de Pablo VI y Juan XXIII.
En estos momentos de crisis de valores, la respuesta a lo hecho hasta ahora es defender la posición minoritaria de la comunidad católica. Debemos ser conscientes de que el papa no tiene por qué caer bien a los que no somos católicos, ni siquiera a los católicos, pues estos siempre pueden dejar de serlo si discrepan lo suficiente con él, aunque el dogma de la infalibilidad solamente es doctrinal. Pero la figura del papa es la de ser pastor, y un buen pastor protege antes que nada a su rebaño. Seguramente gran parte del rebaño sí estaría incómodo con alguien que quisiera hacer borrón y cuenta nueva, básicamente porque la historia de la Iglesia es acumulativa, sucesoria.
Neutralidad y mediación
El cuarto reto es la necesidad de un papel mediador. Una de las tareas más importantes que lleva a cabo el romano pontífice desde el principio de la Iglesia es la de erigirse como mediador en los conflictos. La neutralidad histórica de los Estados Pontificios en el pasado, y del Vaticano hoy, hace que la Santa Sede se erija como un actor decisivo en la mediación de muchos conflictos existentes, y de una manera completamente discreta.
Con la invasión rusa de Ucrania, la guerra en Tierra Santa, los tambores de guerra en Cachemira, las tensiones territoriales respecto a límites marítimos de China, las crisis de Estado en el Sahel o la guerra civil en curso en Myanmar, entre otros conflictos, el papel mediador de la Santa Sede puede ser trascendente, oficial o extraoficialmente, de la misma manera que lo fue en el pasado en escaladas tan importantes como la crisis de los misiles de Cuba en 1962. O el intercambio de prisioneros entre Rusia y Ucrania en 2024.
Es importante que el futuro papa siga erigiéndose como un punto de encuentro en medio del conflicto, en lugar de entrar en política doméstica en los diferentes Estados.
Conservar la revolución de Francisco en comunicación
Seguramente el aspecto más revolucionario del papado de Francisco fue el cambio comunicativo que supuso toda la transformación del Dicasterio para la Comunicación. La reorganización de la comunicación vaticana es un proceso que empezó en 2015 con el establecimiento de la Secretaría de Comunicación, elevada en 2018 a Dicasterio dentro de la Curia Romana. La idea principal es correcta: las necesidades comunicativas de 2018 no eran las mismas de 2015, y estas eran muy distintas a las de 1988.
El salto hacia la comunicación en redes sociales, aplicaciones y medios digitales y la reorganización de todo el entramado de medios vaticanos fue la revolución de Francisco. Y esto puso el foco en una manera de comunicar que puede ser matizada, pero no revertida, porque las redes ya están tejidas.
El nuevo romano pontífice puede estar más a favor, más en contra, puede cambiarlo o no, pero es un reto en sí, porque esta transformación permite dar a conocer la tarea pastoral del papa, y esto ha ayudado a convertir la figura del pontífice en un referente mundial.
Perseverar en la lucha contra la corrupción y la pederastia
El sexto reto tiene que ver con las cuestiones internas de la misma Iglesia y la Santa Sede. En este aspecto no puede haber un retroceso a la tarea, iniciada por Benedicto XVI, y continuada por Francisco, de poner orden en los escándalos acaecidos en el seno de la estructura eclesiástica. La pederastia, la corrupción y otros delitos cometidos por miembros de la Iglesia no son una cuestión baladí, ni tampoco deben cerrarse en falso.
Lo importante no es tanto quién será el próximo papa, sino si será capaz de cargar sobre sus hombros la sucesión de San Pedro"
Francisco evidenció con su "tolerancia cero" de 2014 que la cuestión no podía ser tapada, ni tampoco ignorada, ni hacer como si no pasara. Pese a lo mucho dicho y publicado, no es cierto que las facciones más conservadoras del clero, en oposición a las más liberales, lo quieran ocultar. Desde ambos sectores se ha pedido más luz. Aun así, es una de las principales tareas que hay que acometer. Podemos pensar que es sencillo, pero no lo es porque hallar, juzgar, condenar y apartar requiere un gran esfuerzo. Y los tiempos en la Iglesia católica nunca han sido rápidos.
Pese a las apuestas sobre quién será el próximo pontífice, lo importante no es tanto el quién, sino si será capaz de cargar sobre sus hombros la sucesión de San Pedro. Una institución universal con dos milenios a sus espaldas no es fácil de dirigir, y más cuando a la vez eres guía de unos 1.400 millones de personas. Se dice, de manera correcta, que Francisco fue el referente para mucha más gente que los católicos, y cabe añadir que todos los papas lo han sido. Algunos desde el respeto, otros del temor, otros desde la discrepancia, otros desde la cercanía ideológica, otros por motivos de doctrina y fe, demuestran que el papado no deja indiferente a nadie.
Guillem Pursals es doctorando en Derecho (UAB), máster en Seguridad (UNED) y politólogo (UPF), especialista en conflictos, seguridad pública y Teoría del Estado.
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