Una de las cosas que hemos aprendido con los reproches de Donald Trump a sus socios de la OTAN es que la influencia en las organizaciones internacionales hay que pagarla, algo que, me parece, siempre tuvo claro Rafael Correa y por eso no dudó en ofrecer su país como sede de la Secretaría General de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur). Este enésimo intento fallido de integración regional surgió al calor del boom de las materias primas y se debió a la afinidad ideológica de los presidentes que gobernaron durante lo que se dio en llamar el giro a la izquierda latinoamericano. El presidente ecuatoriano, no contento con conseguir la sede, subió la apuesta y mandó erigir una edificación en la Mitad del Mundo, nombre con el que se conoce a la zona próxima al paralelo 0º o línea del Ecuador. El resultado tiene más de 20.000 metros cuadrados de construcción y su coste superó los 40 millones de dólares. Se trata de una obra monumental con un ala suspendida que parece flotar sobre el aire a la vez que le da la forma de un antiguo cañón.

El edificio se terminó en 2014 y la inauguración se hizo por todo lo alto, contando con la presencia de siete presidentes. Rafael Correa pronunció desde esta catedral de la integración latinoaméricana uno de sus sermones sabatinos, el mismo que fue emitido urbi et orbi a través de su show político-artístico llamado Enlaces Ciudadanos, versión local del ¡Aló Presidente!, el programa de variedades que presentaba el presidente Hugo Chávez en Venezuela. Pletórico y emocionado, el presidente afirmó: "Ya tiene casa Suramérica, ya tiene casa Unasur". Pero no se quedó contento con solo presentar al mundo la nueva sede y hablar del potencial político y económico del proyecto de integración, sino que también propuso que Canción con todos fuese el himno de UNASUR.

Canción con todos es un tema fue compuesto en 1969 por Armando Tejada Gómez, con música de César Isella, ambos argentinos, y tiene en la interpretación de Mercedes Sosa su versión más célebre. Es una de las canciones más representativas del movimiento cultural conocido como nuevo cancionero que, partiendo de la música folclórica y popular de raíces andinas, se caracteriza por incorporar otros ritmos de dentro y fuera de la región; pero, sobre todo, fue un movimiento que cuidó más las letras, con una lírica próxima a la épica que no rehuía tratar problemas sociales y políticos.

La canción arranca diciendo: "Salgo a caminar por la cintura cósmica del sur". Anuncia así que trata de ser un recorrido por "la región más vegetal del viento y de la luz" en un paseo en el que "se siente al caminar toda la piel de América en la piel" mientras se describen las potencialidades y recursos que tiene una región que parecería tener un futuro esperanzador. Es una canción que trasmite optimismo y que no solo habla de una zona rica en materias primas, sino también en capital humano, con unas personas comprometidas con su región y dispuestas a poner "todas las voces, todas" o "todas las manos, todas".

La letra está escrita en una época en que se pensaba que el extractivismo como vía al desarrollo –"rostro Bolivia, estaño y soledad (…) besa mi Chile, cobre y mineral"– y la riqueza natural de la región servirían de base a la industrialización de los países, generando empleo a través de productos con valor agregado. Sin embargo, han pasado 56 años y las expectativas de cambio no se han cumplido del todo, las esperanzas siguen estando en los minerales y otras materias primas, pero el fracaso de los múltiples modelos de desarrollo aplicados en la región hace que tengamos una percepción más crítica y menos optimista. 

Al cobre y al estaño lo está remplazando el litio como clavo ardiente al que agarrarnos para salir de pobres. Pero una vez más, la realidad, los errores políticos y la falta de capacidad de gestión de los recursos nos van mostrando, poco a poco y de forma tozuda, que de la pobreza y la desigualdad solo se sale gracias a procesos complejos desplegados a medio y largo plazo en los que las élites nacionales y la sociedad en su conjunto apuesten por un modelo económico y unas instituciones inclusivas. 

Los sueños de Evo Morales y Luis Arce de convertir a Bolivia en un polo tecnológico e industrial de energías renovables industrializando el litio se ven cada vez más lejanos, y no solo porque falle la tecnología y la mano de obra calificada, sino porque se ha fracasado en la parte más básica del proceso: la extracción del mineral. Desgraciadamente esto no es nuevo en el país, pues algo similar pasó con sus enormes reservas de gas que ahora producen a mínimos, tanto es así que no le alcanzan las divisas que generan sus exportaciones –precisamente el gas, la más importante– para abastecer su mercado interno y ni siquiera tiene suficientes combustibles para sus automotores.

Al igual que otras materias primas de los países de América Latina, el litio o el gas boliviano son un símbolo político más que recursos naturales. Extremo que tan bien quedó reflejado en la llamada Guerra del Gas de 2003 que terminó con el gobierno de Gonzalo Sánchez de Lozada. El conflicto se produjo, entre otras cosas, por la resistencia social –basada en la histórica enemistad con Chile– a que se pusiera un puerto de exportación de gas en ese país vecino, a pesar de que era la opción más racional desde el punto de vista económico y operativo.

El conflicto terminó con la nacionalización del gas y con la elección de Argentina como cliente estratégico, país que, además, tenía un gobierno afín ideológicamente y con el que compartía el ideal de integración energética, uno de los objetivos de Unasur, organización de la que ambos países eran activos miembros. De ese entusiasmo por construir una Patria Grande de la energía poco queda conforme el autoabastecimiento argentino de gas avanza y la producción boliviana entra en crisis, a la vez que ve restringidos sus clientes gracias a ese orgullo patrio de no vender gas a los gringos a través de un puerto chileno. 

Unasur fue un proyecto esperanzador pero murió fruto del mismo elixir que lo potenció: la afinidad ideológica"

En lo político, Canción con todos conecta con esos ideales de integración latinoamericana que para muchos pueden ser un gran aporte para la solución de los problemas de la región. Quizá por eso no resulte tan extraño que Correa la propusiera como himno de Unasur: el canto del cisne de la integración continental. Un proyecto que tuvo muchos aspectos positivos y que fue esperanzador en algunos otros pero que murió fruto del mismo elixir que lo potenció: la afinidad ideológica.

Como no es el primer proyecto de integración regional que se crea y entra en crisis por los mismos motivos, por eso sorprende tanto que aún no hayamos sido capaces de entender que, para que las cosas funcionen, es importante contar con "todas las voces, todas" y no solo con las de una de las facciones políticas. La historia nos muestra que al darse la  alternancia política, algo tan habitual en las democracias, esos proyectos de integración que son de gobierno y no de Estado entrarán en crisis como le pasó a Unasur.


Francisco Sánchez es director del Instituto Iberoamericano de la Universidad de Salamanca. Aquí puede leer todos los artículos que ha publicado en www.elindependiente.com.