Vuelve a aparecer por las redes aquella foto de Sánchez, Ábalos, Koldo y Santos Cerdán en un 2017 que parece 1980, en una calle que parece la tapia de una cárcel, en una política que parece cine quinqui. Ya no se hace cine quinqui, que fue nuestro blaxploitation con navajerillos consumidos y rumba trapera (Los Chichos han sido lo más funky que hemos tenido aquí). Pero algo de ese espíritu chatarrero, despiadado y superviviente aún se mantiene, por eso fue posible Torrente y por eso fue posible la banda del Peugeot. Digo lo de la banda del Peugeot porque me parece una idea muy guionizable, muy cinematográfica, y lo he pensado viendo otra vez la foto, que se nos ha quedado en ese sepia como de pana que a lo mejor es el color de España, lo mismo para Los santos inocentes que para el eterno desengaño de la política. Koldo al fondo, con el pie en la pared, controlando, y Santos Cerdán y Ábalos como feriantes o chatarreros haciendo cálculos de lejos, como pesando kilos de cobre a ojo, sin mirar a Sánchez, que se dedica a lo suyo, a seducir, como el guapo del Equipo A. La foto es un cartel de cine de barrio, entre el espagueti western y una Sicilia de Logroño.

La banda del Peugeot no sólo tiene estética, con ese casting perfecto de feísmo y velazqueñismo que le salió a Sánchez para sus compañeros de aventura, sino que además tiene simbolismo. En las películas del Vaquilla, o inspiradas en él, recuerdo el protagonismo del coche, que era como el caballo del bandido del Oeste, no ya una manera de desplazarse sino un tótem. Nuestros quinquis no es que robaran un coche para atracar, sino que casi atracaban para poder robar un coche y huir en él cimarrona o beatíficamente (todavía las pelis y los anuncios nos inculcan que la libertad consiste en huir del mundo, que es una manera de ascetismo o, más bien, de cobardía). El Peugeot de Sánchez, como el arquetípico y esquelético Seíta del Vaquilla, es su nave Argos, el vehículo de la aventura solitaria en busca de la pureza del socialismo o de la pureza sin más (en busca de lo inefable perdido). Esto, dicho así, claro, hace que hasta los feos, los corruptos y los navajeros parezcan héroes románticos, como efectivamente parecía el Vaquilla en las películas y como sigue pareciendo la banda de Sánchez para algunos.

La banda del Peugeot, además de dejar estampas de Sergio Leone, ese Oeste o esa política donde por fin hay sudor y moscas, o de Eloy de la Iglesia, esa España que por fin tiene olor y sabor y resulta que es algo entre altramuces, tigre de bar y pollo asado; además de esto, decía, ese guion de la banda del Peugeot lo que va teniendo ya sobre todo es bastante entidad narrativa y arquetípica, incluso aunque Sánchez quedara como inocente, como pichón. En este caso, Sánchez, el joven héroe un tanto ingenuo pero quizá también un tanto amoral (recordaría a los héroes wagnerianos cándidos, incautos o quizá sólo estúpidos, como Parsifal o Sigfrido), sería ayudado o patrocinado por sujetos ambiguos o directamente oscuros, como Ábalos y Koldo se han demostrado ya que son, y como Santos Cerdán podría serlo por lo que vamos sabiendo. O sea, sería el arquetipo del pacto con el Diablo, desde Fausto a Dorian Grey, de Drácula al Motorista Fantasma.

El Peugeot de Sánchez, como el arquetípico y esquelético Seíta del Vaquilla, es su nave Argos, el vehículo de la aventura solitaria en busca de la pureza del socialismo o de la pureza sin más"

Pero esto puede mejorarse, sobre todo si Sánchez no es tan inocente, o si lo fue sólo al principio, porque podríamos añadir el arquetipo del novato ambicioso, del ascenso de la nada con o sin caída, lo que se suele llamar la trama “rags to riches”, que ya conocemos desde Stendhal o Mario Puzzo a Breaking bad. Si le añadimos la venganza, tan teatral y tan salpicante, desde Homero, Eurípides, Shakespeare o Dumas hasta John Wick, y el toque español, o sea un poco de mangazo, de pilingui y de fritanga, a mí me parece que tenemos una peli imbatible. Lo que no nos cuadra para esta aventura del Peugeot es una road movie de novieta y dominguete, en plan Entre copas o Casi famosos. Es cierto que faltaba aclarar el papel de Santos Cerdán, que seguía apareciendo poco perfilado y un poco lateral. Sólo teníamos flases, frases de Aldama, ruido de bolsas de plástico, más la sospecha de que con los pájaros Ábalos y Koldo de figuras mefistofélicas en aquel Peugeot no iba a aparecer así como así un señor simpático y bonachón, como el que se subía en todas las diligencias del Oeste. Pero eso puede cambiar con el informe de la UCO que espera todo el mundo, como nominaciones a los Óscar del sanchismo.

Ya no se hace cine quinqui, a pesar de que seguimos siendo un país muy quinqui (el pícaro y el buscavidas del Siglo de Oro ya eran los quinquis de entonces, y los políticos son los mejores quinquis ahora mismo —Óscar Puente es un quinqui—). La película de la banda del Peugeot lo tiene todo, empezando por el cartelón de marquesina de cine de verano, esos cartelones en los que se amontonaban vampiros, rubias, zombis, vaqueros y Bruce Lee con arañazo de rastrillo, de oso o de Koldo en el pecho. La película de la banda del Peugeot lo tiene todo salvo, eso sí, el protagonista. Es a Sánchez al que todavía no podemos darle un papel claro. Podría ser el jovenzuelo más o menos ambicioso o ingenuo que pacta con el Diablo, o el tontorrón chuleado por macarras de furgoneta, o el guapito de la banda entre chatos feos, o el capo con cara de niño que no tiene piedad. Podría serlo todo un poco a la vez, quizá, pero eso ya lo iremos sabiendo. Lo que ya nadie se espera, ni siquiera en la Moncloa, es una peli romántica ni de risa.