En el léxico de la República Islámica de Irán, esa teocracia que ha perfeccionado el arte del engaño diplomático, la palabra "negociación" tiene un significado peculiar: no implica cesión, ni búsqueda de entendimiento, ni voluntad de acuerdos duraderos. Implica, simplemente, ganar tiempo. Así lo admitía Hassan Rohaní, expresidente iraní, allá por 2004: mientras los diplomáticos occidentales discutían protocolos y redactaban cláusulas, Irán consolidaba, en las sombras, el desarrollo de su programa nuclear.
Dos décadas después, seguimos atrapados en esa lógica perversa. Una lógica en la que los avances nucleares de Teherán se ocultan detrás de tratados internacionales que, más que contener, encubren. El Plan de Acción Integral Conjunto (JCPOA, por sus siglas en inglés), firmado en 2015, se sigue presentando en ciertos círculos como un logro diplomático ejemplar. Se repite, con convicción religiosa, que "todo iba bien" hasta que Estados Unidos se retiró del acuerdo en 2018. Pero ¿realmente iba todo bien?
La realidad es menos luminosa. Incluso en pleno vigor del JCPOA, Irán seguía sin rendir cuentas por actividades nucleares clandestinas previas y posteriores al acuerdo. El Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) documentó ya en 2004 violaciones sistemáticas de las salvaguardias: enriquecimiento de uranio no declarado, instalaciones ocultas, experimentos ilegales. En Lavizan-Shian, por ejemplo, se demolieron edificios y se excavó a varios metros de profundidad para eliminar toda evidencia antes de permitir la entrada de inspectores. ¿Qué había allí? Lo evidente: actividad nuclear ilícita.
Más aún: desde 2011, informes internacionales han señalado que Irán desarrollaba tecnología para vehículos de reentrada —componentes clave en misiles diseñados para transportar cabezas nucleares. En 2025, el propio director del OIEA reconoció que tres sitios iraníes investigados (Varamin, Marivan y Turquzabad) eran parte de un programa estructurado y no declarado. La conclusión era inquietante: el organismo no podía garantizar que todo el material nuclear iraní estuviera bajo control internacional. Y esto, insisto, ocurría mientras el acuerdo nuclear estaba plenamente en vigor.
Hoy Irán es el único país del mundo que enriquece uranio al 60%, un nivel sin aplicación civil. No lo ocultan: sus voceros insinúan, cada vez con menos pudor, que podrían fabricar una bomba. ¿Qué se negoció, entonces, en 2015? ¿Qué logró realmente Occidente con el JCPOA?
Lo que se firmó fue un pacto tan ilusorio como insuficiente. Se discutió solo sobre lo que Irán admitió tener o no pudo seguir ocultando. Se aceptaron limitaciones temporales al enriquecimiento de uranio, pero no se desmontó la infraestructura nuclear. No se permitió la inspección libre de instalaciones militares. Los inspectores del OIEA debían pedir permiso con semanas de antelación, dando tiempo suficiente para borrar cualquier rastro comprometedor.
Peor aún: el acuerdo permitió que Irán mantuviera sus centrifugadoras y conservara la capacidad de enriquecer uranio al 3,67%, es decir, dos tercios del camino hacia la producción de combustible para armas. También se le reconoció, de facto, un programa nuclear a escala industrial para 2030. Es decir, más que una barrera, el acuerdo fue un trampolín. O una gran señal que decía: "No moleste, ayatolás trabajando".
Mientras tanto, se levantaron las sanciones económicas sin supervisión. Los beneficios no llegaron al pueblo iraní, sino a las élites clericales, los Cuerpos de la Guardia Revolucionaria y sus brazos armados en la región: Hizbulá, Hamás, los hutíes en Yemen. Todos ellos celebraron. Todos ellos se financiaron con los fondos descongelados. El Eje de la Resistencia, como le gusta llamarse, se fortaleció notablemente gracias a un acuerdo que Occidente insistía en presentar como garantía de paz.
¿Dónde quedó el capítulo de los misiles balísticos? Ni se abordó. ¿Los drones suicidas? Silencio. ¿Los derechos humanos, los presos políticos, los rehenes, los ciberataques, los intentos de asesinato en suelo occidental? Ni una mención. ¿El objetivo declarado de eliminar a Israel del mapa? Un detalle incómodo. Mejor no tocarlo, no vaya a ser que se caiga el castillo de naipes.
Los hechos del 7 de octubre de 2023, cuando Hamás perpetró una masacre en el sur de Israel, mostraron hasta qué punto se subestimó la capacidad desestabilizadora del régimen iraní. La financiación, el armamento y la logística de ese ataque se gestaron, en parte, gracias al oxígeno financiero que el acuerdo nuclear les proporcionó. Lo mismo ocurre con la injerencia en Yemen, Irak, Siria o Líbano.
Las negociaciones eran una forma de ganar tiempo mientras avanzaban en su verdadero objetivo; lo grave es que la comunidad internacional se prestó al juego"
Rohaní no mentía cuando decía que las negociaciones eran una táctica. Una forma de ganar tiempo mientras avanzaban en su verdadero objetivo. Lo grave es que la comunidad internacional —tan ansiosa de aplacar tensiones a cualquier precio— se prestó al juego. Y sigue haciéndolo. Aplaudiendo. Firmando. Cediendo.
El JCPOA fue un ejemplo de diplomacia ciega. O, peor, de diplomacia autoengañada. En lugar de contener, legitimó. En lugar de supervisar, confió. En lugar de impedir, facilitó. Hoy el mundo está más cerca de un Irán nuclear, más vulnerable a su expansión regional y más expuesto a su red de terror. Y sin embargo, muchos aún insisten en revivir aquel pacto, como si no tuviéramos ya suficientes pruebas de que el ilusionismo no es política exterior.
Marcelo Wio es director asociado de CAMERA español.
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