Hamás ejecutó el 7 de octubre una orgía de sangre con la idea de provocar a Israel. Y dejaron testimonio de su matanza. Son 43 minutos en los que vemos la masacre sufrida por 138 de los 1.400 asesinados, entre ellos 300 militares, ese shabat negro. Israel declaró el estado de guerra a Hamás. Las grabaciones proceden de las cámaras GoPro que llevaban los terroristas, de cámaras de seguridad, móviles de las víctimas y de los ejecutores, en manos de las autoridades israelíes, están siendo exhibidas a los medios de comunicación de todo el mundo. Antes las vieron los diputados israelíes y muchos no aguantaron la proyección hasta el final.
En Madrid, el ministro consejero de la embajada de Israel, Dan Poraz, que cuenta que tiene parientes secuestrados, justifica la proyección de este material que no se difundirá públicamente por respeto a las víctimas. ""No podemos seguir viviendo con un Estado terrorista en nuestra frontera. No es venganza. No tenemos otra opción".
Las imágenes primero nos sitúan en la entrada en Israel. Más de 2.000 terroristas invadieron el país vecino con drones, excavadoras, y toyotas blancos. Después vamos su incursión brutal en los kibutz, donde miles de israelíes viven en comunidad cerca de la Franja de Gaza.
En el kibutz Be'eri, tras aniquilar a un vecino a la entrada en su coche, vemos unas casitas modestas en las que no se escucha a nadie. Sale un perro a recibirlos al que acribillan de tres disparos con un arma de gran calibre. Es la antesala de lo que espera a los israelíes que hasta el 7 de octubre vivían acostumbrados a los cohetes de Hamás pero con sensación de estar protegidos por el Ejército, la policía y sus equipos de seguridad.
En pocas horas el kibutz Be'eri y decenas se convertían en un río de sangre. Vemos en esta comunidad decenas de cadáveres apilados. Algunos en sus dormitorios. Otros en el sótano. Rematan a alguno que encuentran con vida y le cortan la cabeza con una azada. Sus jefes les piden los restos y hay cadáveres que se encuentran descabezados.
Con vida solo quedan las flores del jardín. Queman algunas casas con sus moradores dentro. Incluso niños de corta edad. Hay cadáveres de niños calcinados. De bebés muertos en sus cunas.
En Netiv HaAsara, también junto a la Franja de Gaza, un padre y sus dos hijos, ni siquiera adolescentes, corren a buscar refugio cuando escuchan llegar a los terroristas. Van en calzoncillos, estaban durmiendo cuando les despertó probablemente la oleada de cohetes y luego el ruido de los hombres de Hamás. Buscan refugio en una habitación que podría ser el refugio pero les arrojan una bomba lacrimógena y han de salir corriendo. Al padre lo matan nada más aparecer. Los niños nos lo cuentan con sus gritos desesperados.
Puedes ver?" El niño le dice que no. El mayor se desespera y grita: '¿Por qué sigo vivo?'"
Un terrorista lleva a los hermanos a la cocina. El tipo, como si estuviera de visita, abre la nevera y bebe limonada. Los críos llaman a su madre, a su padre, trasladan una inmensa angustia. Cuando el asesino se va, el mayor pregunta al hermano por una herida que tiene en el ojo. Los dos tienen manchas de sangre. "¿Puedes ver?". El niño le dice que no, que solo ve por el otro ojo. El mayor se desespera y grita: "¿Por qué sigo vivo?". Es lo que imaginamos que sintió su madre. Al llegar a su hogar, acompañada por dos miembros de la seguridad israelí, ve el cadáver de su marido y se agita en convulsiones, rota de dolor.
De la fiesta rave en el desierto del Neguev las imágenes previas son de jóvenes bailando, totalmente despreocupados. Cuando escuchan la llegada de los terroristas, entran en pánico y tratan de huir. Los terroristas los persiguen como si estuvieran de cacería. Hay una auténtica estampida de jóvenes en busca de un lugar a salvo, como si fuera un safari macabro.
Los persiguieron hasta las cabinas donde instalaron los baños. Y el bar apareció lleno de cuerpos inertes de jóvenes veinteañeros. Con sus estómagos planos al descubierto. Sus melenas largas ensangrentadas. En las miradas todavía se vislumbra el pánico. También los siguen hasta el aparcamiento, que queda convertido en un desguace, con gran parte de los coches abrasados, algunos con gente dentro.
Los terroristas de Hamás se graban como si estuvieran festejando. No paran de gritar "Allah U Akbar". En las carreteras matan sin preguntar a los automovilistas, y luego sacan sus cuerpos para que queden expuestos. Quieren exhibir sus salvajadas. Secuestran a unos cuantos, y los cargan en el Toyota blanco como si fuera ganado. Hay 241 personas en manos de Hamás, entre ellos el español Iván Illarramendi.
Cuando ven soldados, los patean y posan para la posteridad con sus botas en la cabeza del militar. A algunos se los llevan como si fueran trofeos de guerra para enseñarlos a los que no han participado en la incursión en Israel. Y todos se unen a festejar la muerte "del enemigo".
Papá, he matado a diez en Mefalsim. Tengo sangre en sus manos. Soy un héroe"
testimonio de un terrorista de hamás
Hay algunos audios de los mensajes de los terroristas de Hamás que también reflejan cómo se sentían tras la matanza. "Papá, he matado a diez en Mefalsim. Tengo sangre en sus manos. Tu hijo es un héroe. Pásame con mamá. Los he matado, mamá", dice uno de los terroristas. Mefalsim está a solo kilómetro y medio de la Franja de Gaza. Otro de los terroristas, muchos de ellos llevan la banda verde de Hamás en la frente, reconoce: "He matado a un judío. Tómame una foto, Yasin. Dejamos testimonio para la historia".
Sabían que esta matanza generaría más muerte. Sabían que estaban desencadenado una espiral de odio sin límites. Querían una guerra y es la respuesta que ha dado Israel. Ya se han superado los 10.000 muertos entre gazatíes e israelíes. Y habrá muchos más.
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