De “El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte” de Karl Marx suele rescatarse el concepto de bonapartismo, es decir, de una forma personalista de ejercicio de poder que busca legitimarse a través de una relación directa con el pueblo; pero también se rescata la visión de la historia con la que arranca y cito textualmente “Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y la otra como farsa”.

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Recordé este texto –no solo por el personalismo, sino porque la historia se repite– a propósito de lo que está pasando ahora con la OTAN, que ha vuelto a ser una piedra en el zapato de un gobierno del PSOE. Me explico. En la campaña de las elecciones generales de 1982, el PSOE, entonces liderado por el ahora expedientado Felipe González, planteó la salida de España de la “Alianza Atlántica” bajo el lema “OTAN, de entrada, no” al tiempo que ofrecía la celebración de un referéndum sobre la pertenencia a la organización. Ganaron por mayoría absoluta, pero aún así, los responsables socialistas se tomaron su tiempo para hacer efectiva la oferta de campaña y la consulta no se realizó hasta 1986. En ese momento, el ejercicio del gobierno ya había obligado a reducir el radicalismo en ciertos temas, pero, sobre todo, ya se estaba negociando el ingreso de España en la Unión Europea, factor que aparece siempre vinculado al cambio de posición, aunque una vez escuché al expresidente González reconocer sin ambages que fue un error haber planteado la salida.

La redacción de la pregunta fue cuestionada porque, entre otras cosas, en lugar de plantear de forma simple la salida de la organización militar, que era el asunto de fondo, evitaba mencionar directamente a la OTAN usando el eufemismo “Alianza Atlántica” e introducía una serie de consideraciones con muchos matices. Finalmente ganó el “Sí” con el apoyo del PSOE, la UCD –bajo cuyo gobierno se había producido el ingreso– y los partidos nacionalistas vascos y catalanes de derecha. Alianza Popular, actual Partido Popular, se abstuvo.

Más de 40 años después, otro gobierno del PSOE, esta vez presidido por Pedro Sánchez, tiene que hacer malabarismos semánticos para decir “digo” donde dijo “Diego”. El asunto tiene su origen en el compromiso de los países miembros de la OTAN de incrementar el gasto militar hasta el 5 % del PIB. El promotor de la medida es el gobierno de los Estados Unidos que ya no quiere seguir pagando la mayor parte de la factura de la defensa y seguridad de una Europa necesitada de mejorar su capacidad disuasoria, en un contexto donde las amenazas militares son concretas e inminentes.

Ante esta situación, lo primero que hace el presidente Sánchez es convocar una rueda de prensa sin prensa, un domingo por la mañana, para hacer una particular lectura de la correspondencia con el Secretario General de la OTAN, según la cual se acepta que España no amplíe el gasto en defensa. Pero en realidad se trataba de una lectura sesgada, como quedó demostrado cuando el gobierno firmó el aumento del 5 % al igual que el resto de los países miembros. Sin embargo, el presidente Sánchez aprovechó la cumbre de la firma para insistir en que este incremento no sería inmediato, pues eso implicaría subir impuestos o reducir el gasto social, declaraciones que se presentaron como que él se salía con la suya, cuando en realidad el acuerdo ya contempla que el aumento sea gradual porque, claro está, ningún país puede pagar esa cantidad inmediatamente. El episodio cobró mayor trascendencia gracias al chusco colegueo del secretario general Rutte y el presidente de Estados Unidos y a la enésima bravuconada del último, sobreactuando y amenazando a España con barreras arancelarias, as usual.

El agitprop gubernamental y sus tertulianos se apresuraron a destacar el episodio como una victoria del presidente, pero fueron más allá del hecho concreto y lo proclamaron como un hito en las relaciones internacionales de este viejo Reino que ahora, gracias al liderazgo del presidente Sánchez, había conseguido una presencia y protagonismo en la toma de decisiones globales sin parangón durante el periodo democrático.

Viendo las cosas desde Iberoamérica, como se diría en el Ministerio del ramo, me parece que no hay tantos motivos para compartir el entusiasmo de ciertos líderes de opinión

No se puede negar que el país ha tenido éxitos internacionales, como se ha comprobado en la Cuarta Conferencia Internacional sobre Financiación para el Desarrollo de Naciones Unidas, celebrada en Sevilla. Pero viendo las cosas desde Iberoamérica, como se diría en el Ministerio del ramo, me parece que no hay tantos motivos para compartir el entusiasmo de ciertos líderes de opinión. América Latina es relevante para las relaciones exteriores de España. No es baladí que sea la única región del mundo que cuenta con una Secretaría de Estado ad hoc (la de la Unión Europea no es comparable por ser de otra naturaleza). Sin embargo, este gobierno no ha sabido ofrecer nuevas formas de relación con la región ante, por ejemplo, el agotamiento del modelo centrado en las inversiones de algunas empresas con sede en España. Así lo muestra la espantada de Telefónica, buque insignia de esa visión de acción exterior, que en menos de un año se ha ido de cuatro países.

El gobierno de Sánchez tampoco ha sabido gestionar su participación en ciertas causas, ni los conflictos con los distintos países latinoamericanos. Su apuesta estrella fue erigirse en jugador relevante del Proceso de Paz de Colombia, pero es evidente que los resultados no han sido los esperados no solo porque persista la violencia, sino porque la visibilidad de la participación española es mínima. A eso se suma un excesivo peso de Venezuela en la acción exterior, con el agravante de que con este país se han dado tumbos con episodios que van desde el reconocimiento de Guaidó como presidente, hasta las facilidades ofrecidas a la vicepresidenta Delcy Rodríguez para que aterrizase en Madrid violando el veto europeo. También aquí hay que recordar los constantes problemas con Argentina, aunque, en honor a la verdad, en este caso poco puede hacer el gobierno para evitar la incontinencia verbal y los ataques del presidente Milei. Algo parecido pasa con los copresidentes Ortega-Murillo de Nicaragua y sus constantes invectivas.

Mención aparte merece el caso de México, al ser uno de los mayores conflictos abiertos en la región debido a la falta de respuesta a las exigencias de disculpas del expresidente López Obrador. Más allá del afán por tensar la relación con España que mostró el líder mexicano, no cabe duda de que tampoco ayudó que el exministro Borrell y su asesor ad honorem para la región optaran por la estrategia del avestruz. Las cosas han ido a peor con la exclusión del Jefe de Estado de la posesión de la presidenta Sheinbaum. Me consta que se han hecho intentos para reducir las tensiones, siendo el más visible la entrega al Museo Nacional de Antropología de México del Premio Princesa de Asturias de la Concordia 2025, ocasión que la presidenta ha aprovechado para subir la tensión haciendo gala de una beligerancia que no siempre muestra ante los desplantes del presidente Trump.

La Cumbre Iberoamericana de Madrid en 2026, organizada por la Secretaría General Iberoamericana (SEGIB), sería una magnífica oportunidad para que España presentase un nuevo modelo de relación con la región. Han pasado treinta años del modelo actual y son necesarias propuestas creativas que busquen construir una relación en red, en lugar de las formuladas desde una verticalidad que intenta imponer unas transiciones digitales o ecológicas que no tienen en cuenta las prioridades de los otros países.

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