En una improvisada rueda de prensa en el comedor de su casa, el expresidente de la República del Ecuador Abdalá Bucaram abroncaba a los periodistas allí reunidos y los acusaba de difamarle con información incorrecta sobre sus hijos extraconyugales. Comenzaba la intervención destacando su pertenencia a una familia honorable, noble y sin vicios ya que los suyos no toman (alcohol) ni fuman. Aunque después matizaba sus palabras y reconocía que tenía "vicios masculinos", de los que responsabilizaba a las mujeres "por ser tan bellas". Finalmente abordaba el tema de su descendencia, advirtiendo a los periodistas que estaban indagando en su vida privada bajo la sospecha de que "Bucaram es un semental" que tiene nueve hijos, de que se trata de una información falsa, porque él tiene en realidad once. El expresidente continuó su grotesco show cursando una invitación a cualquier dama que creyese tener un hijo suyo para que lo visitase, pues con gusto se haría un examen de ADN porque ya llevaba 30 realizados. Y siguió con otra serie de bromas salidas de tono sobre su virilidad.
Por más aberrante que parezca todo lo anterior, Bucaram no es una rara avis sino, por el contrario, un buen ejemplo de cierto tipo de moral machista heredera del catolicismo que tiene como modelo de virtud a la madre de Jesús. No hay que olvidar que para la doctrina cristiana María es virgen, es decir, se trata de una mujer que no cayó en el pecado ni siquiera para cumplir con el proceso biológico de la reproducción, y mucho menos como forma de placer. Por eso, para Abdalá y otros como él las mujeres se dividen en dos grupos, las que están cosificadas y cuya función es ser objeto del placer del macho, y las virtuosas que tienen a María como ejemplo y han renunciado al mundo, el demonio y la carne para estar al servicio de su hombre y, sobre todo, para dedicarse al cuidado de la familia, de los hijos. Por eso para él, su madre, su hija, sus hermanas y su esposa son unas santas, unas mujeres honorables cuya honra está dispuesto a proteger a como dé lugar.
Quizá lo más impresionante del machismo de Bucaram es que nunca lo ocultó. Él jamás perdió la ocasión de sexualizar a las mujeres y siempre fardó de sus aventuras y contó de sus lances en prostíbulos, así como su preferencia por las "negras". Tampoco desperdició la oportunidad para acusar de "maricón" a quien no se mostrara como un depredador sexual igual que él.
Con estos antecedentes, imagino que nadie con cuatro dedos de frente habría esperado de su corto gobierno que se declarase feminista o que tuviese alguna acción afirmativa para empoderar a las mujeres frente al patriarcado, es más, incluso habría resultado muy extraño que lo hiciese porque sería una evidente falta de coherencia. Por esa misma razón, tampoco me sorprende que el actual presidente de los Estados Unidos arremetiese y siga arremetiendo con tanta virulencia contra las políticas orientadas a corregir las desigualdades que afectan a las mujeres. No hay que olvidar que tiene una condena por haber desviado fondos de sus empresas a fin de pagar un acuerdo extrajudicial para comprar el silencio de una actriz de cine porno con la que mantuvo una relación.
Pero no son los únicos gobernantes que han mostrado una relación de desprecio a las mujeres que llega al delito. Daniel Ortega, de Nicaragua, ha sido denunciado por violación. La víctima es la hija de su mujer y copresidenta Rosario Murillo. Cabe recordar que Ortega fue uno de los comandantes de la Revolución Sandinista y que llegó a convertirse en una referencia para la izquierda internacional, sobre todo entre quienes promovían aquello que se designó "liberación nacional". Una vez en el gobierno, además de convertirse en un dictador igual o peor que Somoza, al que combatió, adoptó de común acuerdo con la Iglesia Católica la prohibición total del aborto, es decir, aún cuando haya riesgo para la vida de la madre o el embarazo haya sido fruto de una violación. No quiero entrar en un debate sobre la moralidad del aborto, pero sí me llama la atención la posición tan radical de Ortega "a favor de la vida", si se toma en cuenta que estuvo en el monte pegando tiros para hacerse con el poder.
En cambio, sí resultó sorprendente que varias mujeres le reclamasen la paternidad de sus hijos a Fernando Lugo, una vez en la Presidencia de la República del Paraguay. Aunque en ese país los datos sobre madres solteras muestran que la paternidad extramatrimonial es algo presente en esa sociedad, el desencanto vino porque Lugo concibió a sus hijos cuando aun era sacerdote católico, el último de ellos siendo obispo de San Pedro. Monseñor Lugo fue presidente gracias al apoyo de una coalición que iba del centro a la izquierda y que consiguió ganar las elecciones a la Asociación Nacional Republicana, el Partido Colorado, que llevaba gobernando el país ininterrumpidamente desde mediados del siglo pasado.
Su gobierno se caracterizó por tener una agenda progresista que pretendía reformar las estructuras conservadoras del país y reducir su extrema desigualdad, y acabó con un juicio político a propósito de una masacre ocurrida en el contexto de una disputa de tierras. Pero el desgaste interno y el desprestigio del presidente comenzó cuando se supo que, a pesar de su voto de castidad, era padre de familia numerosa y que, para evitar conflictos entre sus distintos hijos, a cada uno le había dado una madre diferente.
Acá en España, una vez que se conoció que José Luis Ábalos pagaba habitualmente por sexo, el exsecretario de Organización del PSOE y Ministro de Transportes declaró a modo de justificación que "nadie aguanta el análisis de su propia vida privada". Y puede que tenga razón, pero como excusa no sirve, pues desde las décadas de 1960 y 1970 el feminismo nos ha enseñado que "lo personal es político". Es decir, las experiencias y problemas familiares, laborales o sexuales individuales de las mujeres -y de los hombres por oposición- producen y son resultados de una estructura de poder. Es decir, no cabe la separación tradicional entre lo público (político) y lo privado (personal).
Alguien en el ejercicio de autoridad no puede pretender separar sus actos públicos de cómo se comporta cuando no está en la esfera pública"
Como comparto lo anterior soy de los que creen que alguien en el ejercicio de autoridad no puede pretender separar sus actos públicos de cómo se comporta cuando no está en la esfera pública. Así por ejemplo, cabe preguntarse dónde está el problema de que una persona contrate prostitutas o de que alguien busque fortuna con el negocio de la comercialización de los cuerpos y del sexo, si son actividades lícitas y legales. El problema está en que eso responde a una visión personal del mundo que, no cabe duda, está claramente determinada por un ethos que delimita la visión de lo que se quiere para la sociedad y para uno mismo. En el fondo, la pregunta es muy sencilla: ¿se puede esperar transparencia y pulcritud en el trato de los asuntos públicos de quienes se ubican en los márgenes de lo lícito? Dicho de otra forma, ¿se puede esperar lo mismo de aquellos que conviven en entornos caracterizados por prácticas socialmente cuestionadas o abiertamente reprobadas por el partido en que militan? No se trata de puritanismo sino, simplemente, de que seamos conscientes de que "lo personal es político".
Francisco Sánchez es director del Instituto Iberoamericano de la Universidad de Salamanca. Aquí puede leer todos los artículos que ha publicado en www.elindependiente.com.
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