Santos Cerdán sólo ha tardado unas semanas en convertirse en uno de esos presos consumidos en harapos, avaros de migas, moscas y venganzas, náufragos en su barba, como un preso de Alejandro Dumas. Ya maneja conspiraciones y romances de hombre de la máscara de hierro o de conde de Montecristo, cuando todavía no se le ha acabado ni el tabaco. A mí me parece que el preso que se vuelve romántico de sí mismo, y además se cree que la gente también se ha vuelto romántica por él, como después de ver El hombre de La Mancha, está perdido, o ya se ha vuelto loco, o es que ya llegó bastante tocado a ese castillo con oleaje de hierros, tinieblas y estrofas. Cerdán ya se presentó en el Supremo como si el juez fuera Silvia Intxaurrondo, y desde entonces lo suyo no es que me parezca una mala estrategia de defensa sino un síntoma de ida de olla. A lo mejor todo el sanchismo se puede explicar así, o sea que sus patrocinadores, sus ingenuos, sus aprovechados, sus mangantes y hasta la Sagrada Familia de la Moncloa se han terminado creyendo el folletín que se iban inventando. Por eso Cerdán anda ya entre quijote, don Álvaro y Edmundo Dantés, cuando no ha criado ni barba de caco, menos de fantasma. 

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El romanticismo sin romanticismo sólo puede ser locura, o quizá desfachatez, como si Cerdán fuera un don Juan de las mordidas. Cerdán no tiene detrás ninguna historia romántica, no es un bandido de los pobres ni de la patria, no es un santón ni es un hereje, no es Mariana Pineda ni es siquiera Oriol Junqueras, que ya se vestía de personaje de Dumas, con saco y jeremiada, incluso antes de intentar dar ese golpe sin fuerzas ni ganas para darlo, como sólo para el merchandising de su martirologio (hubiera sido una pena que el victimismo histórico del catalanismo hubiera terminado en una victoria, que se les estropean el discurso y las fiestas de guardar). A Santos Cerdán lo hemos escuchado todos en esas grabaciones en las que parecen sonar hasta los billetes de fondo, como si fuera una cascada. A Santos Cerdán no es que lo hayan pillado en pleno acto romántico, como si lo hubieran pillado tocando el arpa, sino con las manos en la masa. Ni siquiera en el improbable caso en que no se encontrara el rastro del dinero, que siempre deja rastro, se podrían borrar esas conversaciones en las que no cabe equívoco, ni siquiera el montaje, si acaso sólo la psicofonía.

Nadie entiende qué hace Cerdán, pero igual que nadie entiende qué hace Sánchez y ahí siguen los dos, empecinados e increíbles. La locura puede ser una explicación, pero ya van siendo muchas locuras y muchos locos, y eso, como las muchas conspiraciones y los muchos conspiradores, resulta un prodigio demasiado extravagante. Yo creo, pues, que es desfachatez, pero no como un alarde ante la desesperación, el último acto de chorrafuerismo, sino como táctica dilatoria. En realidad, negar lo evidente es lo único que queda cuando la otra opción es confirmar lo evidente y eso sí que resulta inaceptable. Cerdán, como Sánchez, no puede matizar ni dar otra explicación a lo evidente, así que, simplemente, lo niega. El complot, el bulo, la persecución de Cerdán son los mismos que los de Sánchez, absolutos e inverosímiles. Eso sí, los dos saben que la negación no es algo que sirva para siempre, sólo para ganar tiempo. No son locos de torreón ni románticos de rosa y viola, son supervivientes que aún creen que pueden sobrevivir.

Cerdán, cuando da entrevistas como en camisón de loco, no habla para el Supremo, para la opinión pública ni para los amantes de los musicales, sino para los que pueden darle más tiempo

Cerdán y Sánchez sólo están ganando tiempo mientras esperan el milagro, y se trata de la misma táctica y del mismo milagro, me parece a mí. Cerdán, cuando da entrevistas como en camisón de loco, no habla para el Supremo, para la opinión pública ni para los amantes de los musicales, sino para los que pueden darle más tiempo. Por eso no niega que pueda haber financiación ilegal, o deja caer lo bien que Sánchez lo conoce a él, otra manera de decir que él también conoce muy bien a Sánchez. Sánchez, por su parte, cuando se aparece en las ruedas de prensa como el fantasma de un emparedado, tampoco habla para los jueces ni para la opinión pública, sino para los que pueden darle más tiempo. Ese ente capaz de darles más tiempo, a los dos, no puede ser sólo la Moncloa ni el PSOE, sino algo más. Es, por supuesto, la arquitectura subyacente que ha hecho posible el sanchismo: sus socios, sus arrimados, sus esbirros, sus voceros, sus pagafantas, sus mantenidos, sus bobos y hasta sus románticos. 

Nadie se ha vuelto loco aquí, ni por las mazmorras ni por los palacios, y menos en unas cuantas semanas o meses, que a Cerdán aún no le ha crecido la barba y a Sánchez aún le quedan carne y encías. Cerdán y Sánchez sólo están ganando tiempo, lo que pasa es que, agotado todo lo demás, sólo pueden ganar tiempo defendiendo lo increíble. Es cierto que los corruptos aún se están pensando si ganan más cantando o cosiéndose la boca con lezna ante la Fiscalía y el juez, y que algunos socialistas se plantean la purificación y las elecciones. Pero eso sólo significaría aplicar la ley y la democracia, y ése no es el milagro que buscan Sánchez y Cerdán. El milagro para el que ganan tiempo, para el que hacen teatrillos en camisón de espadachín, de beata o de muerto, no es sólo que uno salga en barquichuela de la cárcel y el otro siga en la Moncloa como un heredero putrefacto de la casa Usher. El milagro que esperan es que el sanchismo, que es mucho más que Sánchez, les permita pronto no depender de los jueces, de la ley ni, ya que estamos con romanticismos, de la burguesa, pervertida y carcelera democracia.

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