La catedral–mezquita de Córdoba ardía en su incendio de fuentes, peces de colores y celajes y oros de muchos dioses, y eso parece que ha alegrado a algunos pirómanos por aquí. Las llamas purificadoras siempre han inflamado a los fanáticos, que están deseando meterle fuego a todo, al espíritu, a los herejes, a los libros, a las cruces, a la historia, a las banderas, a las calles. Bueno, éstos en realidad no prenden fuego a mucho, salvo en las redes. Más bien están esperando a que salte una chispa en el cuadro eléctrico o en un mechero de yesca, a que los dioses los libren de la cobardía incendiando con un rayo o la casualidad el objeto o sujeto blasfemo. Luego, se alegran y te lo cuentan con gran detalle y carcajada de mecedora. O sea que más que ejército de Cristo Rey, o admiradores de ese imperio de as de bastos que parece el Imperio español cuando estos ridículos enarbolan la cruz de Borgoña; más que eso, la verdad, lo que parecen son comadres. Abascal es la primera de estas comadres pirómanas, ahí como incendiando el tendedero de la vecina, siempre de lejos y siempre para su beneficio pequeño, ruin, ropavejero.
Arde la mezquita de Córdoba como un cofre con sedas, como el pico de la túnica de los dioses, pero resulta que no es mezquita sino catedral, que no es Islam sino España, que no es tanto religión como historia, y que estas comadres del fuego divino se están alegrando de que se les haya incendiado la cocina como un ganso que se alegra de estar en el horno. A los dioses les encanta el fuego, es su arma de destrucción masiva favorita (el Diluvio parece un ensayo, un experimento con gaseosa). “Porque he aquí que Jehová vendrá con fuego, y sus carros como torbellino, para descargar su ira con furor, y su reprensión con llama de fuego”, se dice en Isaías. “A quienes nieguen nuestros signos, los arrojaremos al fuego. Cada vez que se les queme la piel, se la cambiaremos por otra, para que sigan sintiendo el castigo”, se dice, piadosamente también, en el Corán. Claro que los dioses rara vez hacen su propio trabajo sucio, para eso están sus discípulos o administradores. Pero la verdad es que esto no es una guerra de dioses, ni siquiera de religión, sino una guerra política.
El ideal laico sería que las religiones no le pidieran al Estado ni pelas ni polideportivos, ni escuelas ni almas, ni romerías ni palacios, porque el Estado se ocupa de lo público y la religión es un asunto privado
Las guerras de religión no es que no sean posibles, es que no son posibles en democracia. Hay que volver a ser tribu, con su dios tribal, con su ley tribal, para poder hacer las guerras tribales que son las guerras de religión. Si alguien no puede estar en una guerra de religión es un demócrata. Por eso esta gente no es que sea ultra, sino que son prepolíticos, ahí agitando su credo como una cimitarra, como los otros cuando agitan la cimitarra; ahí aventando el dios de la montaña o del pajar de la tribu, el dios de la identidad de la tribu. Son como los indepes, que son tribu y de hecho están haciendo guerra de tribu, y también son prepolíticos y esencialistas, además de gustarles mucho las ceremonias con fogatas, como si veneraran a las salchichas. Hemos vuelto a las guerras de religión porque no hemos sabido ganar la pedagogía de la democracia.
Estas comadres del fuego, de la pureza y de la calceta de banderas, que son como una tribu de casapuerta, sí pueden estar en una guerra de religión por eso mismo, por ser tribu. Y yo creo que, como los indepes con lo suyo, en ello andan, y la prueba está en Jumilla. Pero, de nuevo como los indepes, Vox no puede pretender que los demócratas le hagan la guerra, y de ahí la metedura de pata del PP, que se ha quedado entre la tribu y la civilización como un explorador en la marmita. En Jumilla se han sumado las tribus (también hay tribu al otro lado) con la ambigüedad de nuestras leyes y la ambigüedad del PP de Feijóo, y al final la tribu o las tribus han conseguido hacernos a todos un poco más tribu. En realidad, esto nos pasa porque no entendemos la importancia de la laicidad, ese principio que dice que el Estado no tiene religión, como no tiene ideología (esto tampoco lo entiende muy bien la izquierda). Es un principio evangélico (“al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”) que se tiene por izquierdoso y sólo es republicano, republicano en el buen sentido, en el de lo público, lo común.
El ideal laico sería que las religiones no le pidieran al Estado ni pelas ni polideportivos, ni escuelas ni almas, ni romerías ni palacios, porque el Estado se ocupa de lo público y la religión es un asunto privado. El ideal laico sería que ninguna religión, como ninguna otra opinión particular, pretendiera exenciones o excepciones a las leyes, con lo que nadie podría contraponer o superponer su “cultura” o su “culto” a las normas comunes. Al Estado le tiene que dar igual si el ciudadano es musulmán, católico, mormón, ateo, platónico, kantiano, wagneriano o del Villareal, de derechas o de izquierdas, porque todos tienen que cumplir la misma ley. No se trata de “nuestras costumbres”, como si el musulmán tuviera que hacerse cofrade de la Macarena, sino de la ley. La laicidad, no la religión, es lo que nos protegerá del islamismo. Claro que ni en Francia, tan republicana, han sabido hacerlo bien. Abascal, primera comadre o profeta del fuego, no sé si es jefe de esta tribu de íberos o ibéricos de barbacoa, esta gente que incendia las redes, pero sí parece el fundador de una secta. Disfrazado de un Lutero camastrón y de sopa boba, incluso ha arremetido contra los obispos, sacando sus simonías y su pederastia, por no estar de acuerdo con lo de Jumilla. Lo de Jumilla no es sólo indecente sino ridículo, porque es un intento de limitar la libertad religiosa disimulado entre normas municipales y horarios de la piscina (tampoco les haría gracia a los obispos una piscina laica ni un Estado laico, por cierto). Vox, como tribu, se enfrenta a otras tribus, y como secta del fuego o secta preconciliar, se enfrenta a esos curas sin bonete y con guitarra. Sin embargo, incluso su guerra religiosa está supeditada a la guerra política (la religión se inclina ante el poder). Es la guerra política la que quieren ganar. Con incendios, con mentiras, o con ambas cosas haciendo arabescos ante las barbas de los dioses falsos o ausentes. Eso sí, el fuego que se lo prendan la batidora, la tormenta o el currito.
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7 Comentarios
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hace 44 minutos
Muy bueno . Muchas Gracias.
hace 2 horas
1. No vivimos en un «estado laico». Esa palabra no aparece en la constitución española. Francia si es un estado laico, España no.
2. El PP no ha sido ambigüo, Sr. Fuentes. En este caso ha aprobado una iniciativa de Vox, sin ambigüedades, con todas sus desgraciadas consecuencias y se ha ratificado en ese voto afirmativo
hace 3 horas
Le gusta la matanza de corderos?
hace 4 horas
Es graciosísimo ver cómo las izquierdas se rasgan las vestiduras ante cualquier desliz de la iglesia católica (ahí no tienen caladeros de votantes), pero en cambio defienden con uñas y dientes el islam (ahí sí tienen miles de votantes recién nacionalizados). Nos toman por imbéciles.
hace 5 horas
Si hubiera resistido a la corriente izquierdista de colocar una foto de Vox para contradecir [digo contradecir] su propio artículo, este hubiera sido honrado y además perfecto. Como muchos de los suyos.
hace 6 horas
A la cultura española le falta un verano, es decir, una Reforma protestante europea. Por eso sólo tenemos católicos y anticatólicos incapaces de argumentar, sólo de poner adjetivos.
hace 7 horas
Los ateos soportamos estoicamente que las religiones ocupen cada vez más espacios, físicos o sociopolíticos en nuestro estado “llamado laico,” pero que programa en colegios públicos menús para islamistas, y ocupa nuestras calles con desfiles a veces, las menos, con sentido religioso y la mayoría espectáculos ridículos pero muy turísticos.
Y esto con gobiernos progresistas.
Atensen los machos que viene la derecha del “Cristo del Gran Poder”
Y el oligoescaso de Abascal de legionario.