Óscar Puente podría ser ese trol entre la cabriola y el descoyuntamiento, entre la mazmorra y la joroba, entre la garrota y el hachón, entre Cesare Lombroso y Tod Browning. Podría ser el abominable hombre de los trenes, con pies peludos; o la cabra hispánica de los montes o de las plazas, con risa de cagarruta o de trompetilla y coz de cornada o cornada de coz. O podría ser un adolescente con la gorra para atrás, el culo de los pantalones para delante y 40 años sin usar, como los que salen en lo de Broncano. Óscar Puente podría ser ese ministro pegado al tuit, o ese tuit sobrecrecido en un ministro como un orzuelo de señorona, ese tuit de escupitajo y mal de ojo, de mal vino y malos naipes, de mala sangre y mal dentista, ese tuit del revés y de espaldas, de pasada y de cagada, de no tener medio guantazo ni en el tuit y de sólo tener pasto entre las cejas. Pero no, la verdad es que Óscar Puente es el más digno ministro que tenemos. Quiero decir que es digno ministro de este Gobierno y de esta España, así que yo animo a aceptarlo, como nuestros trenes, nuestros navajazos o nuestra tomatina. 

Los incendios con Óscar Puente son como velatorios con payaso, igual que los viajes con Óscar Puente son como safaris inversos, en los que las alimañas, la vegetación hostil y los espejismos agónicos cazan a humanos enjaulados e indefensos. La España incendiada, con bosques incendiados como alfombras, con campanarios incendiados como tronos y con trenes incendiados como sarcófagos, es un espectáculo rodeado, como todo aquí, de mirones, graciosos, gañanes y aprovechados. Lo que pasa es que los mirones, graciosos, gañanes y aprovechados ahora son ministros, no uno que pasa por allí con el porrón, el barzoneo o las garrapiñadas. No es que los ministros hayan devenido en gañanes con el tiempo, como los presidentes devienen en fantasma (lo llaman el síndrome de la Moncloa y lo han sufrido todos), sino que se buscan gañanes para ministro igual que se buscan gárgolas para las catedrales, entre el susto, el adorno y la pedagogía. Así que Óscar Puente no tiene culpa de nada, sólo el que lo nombró y lo apoya, o no seguiría gañaneando desde los altos y góticos desagües del Gobierno.

Óscar Puente es el más digno ministro que tenemos. Quiero decir que es digno ministro de este Gobierno y de esta España

Nos sale Óscar Puente entre el fuego, con su cosa de pollo sollamado, de Fénix con calvas de plumas y calvas craneales (Puente tiene la pelambre y la dedicación de los que se han hecho tonsura al nivel de las meninges); nos sale Óscar Puente bufando y humeando como sus locomotoras de carbonilla y angustia, y no es para que nos fijemos en cómo arde España sino para que no nos fijemos en cómo arde la Moncloa. Porque si ahora arde España por sus cuatro picos de mantel de pobre, ya hace mucho que arde la Moncloa por sus cuatro picos de colchón de Sánchez o de cuadro de Tàpies de Sánchez, que los dos arden en frío, como musgo ardiendo. Lo que estemos hablando de Puente, yo el primero, ya no lo estamos hablando de Leire, Cerdán, Ábalos, Koldo, del propio Sánchez y hasta de su Peugeot, que ya debería tener un nombre propio, como los caballos de los héroes y reyes, por lo que aporta de impulso y simbología a su gesta (Mordiondo, Necorante o Guapángano podrían estar bien).

Si estamos quejándonos de que Óscar Puente, quizá a la sombra de un eucalipto, como bajo la protección totémica de un koala, escribió tuits calentitos encima incluso de los muertos calentitos, no nos estamos quejando de los trenes que nos trasladan en el tiempo o hasta la sabana (uno coge el tren en Atocha pero puede acabar en la posguerra o en Kenia). Ni estamos quejándonos de que el Estado ya no se dedica a prestar servicios ni a solucionar los problemas a los ciudadanos, sino a mantenerle a Sánchez el pisito, o sea la Moncloa, como si fuera la Jesi, en lustrarle la calavera como un zapato bicolor y en quitarle de encima jueces, fiscales y moscones movilizando no sólo la fontanería de la porra y el chantaje sino instituciones, armadas y frontispicios nacionales, como si movilizara a todo el Prado para defender su mafia.

Tenemos a un ministro que no gobierna, sólo lanza zascas como un mono que lanza cocos, pero lo peor es que tenemos un presidente que tampoco gobierna, sólo resiste en su sarcófago ya incendiado, un poco como resisten los viajeros de Renfe pero en este caso con toda la culpa, toda la comodidad y todo el desinterés por lo que arde fuera. En realidad, Puente está ahí no para tirarnos cocos sino para que los demás le tiren bananas, y que así estemos todos en la tomatina nacional y bananera en vez de estar fijándonos en que Sánchez se prepara para resistir incendiándolo todo, porque otra no le queda. Sí, mientras nos preocupamos por los modos de Puente, que es como preocuparse por los modos de un jabalí, Sánchez está ahora bronceándose, o encalándose los huesos más bien, pensando no en campañas electorales sino en la guerra total, en cómo sobrevivirá entre las llamas altas y barrocas de España y de su pobre democracia. 

Óscar Puente es un hijo de su tiempo, pero ese tiempo no llevará nunca su nombre, sino el de Sánchez. Puente podría ser ese matón chato o ese gigante triste, ese ogro que se come las ovejas y destroza los trenes, el ogro que sirve a ese sanchismo que arrasa con todo y sólo nos deja harapos y reyertas. Óscar Puente podría ser todo lo que hemos dicho más algún graznido, y seguramente lo es. Pero, sobre todo, es el más digno ministro de este Gobierno y de esta España. Así que animo a aceptarlo de una vez, o a reaccionar de una vez.