Sánchez por fin ha ido a mirar el fuego a los ojos (los dos tienen ojos de calavera ardiendo), después de haberlo estado mirando no ya como una chimenea sino como un salvapantallas con chimenea. La verdad es que los políticos no nos sirven mirando el fuego como si miraran un motín o un Miró, ni dejando de almorzar como sacrificio, ni apareciendo en la catástrofe vestidos de leñador o de ángel de teflón (don Teflón iría ya con el pijama de ángel puesto desde casa). Los políticos nos sirven gobernando, gestionando; el que tiene que llegar a tiempo es el presupuesto, el bombero, el policía, el agua, el perito forestal, la planificación rural y hasta el pastor de ovejas, no un presidente autonómico vestido de Decathlon (Ayuso estaba entre eso y Lara Croft con pistola de agua) ni un presidente del Gobierno con casco minero. De todas formas, diría que el fuego no le ha impresionado a nuestro presidente, que, así en caliente, ha propuesto “un pacto de Estado contra la emergencia climática”. O sea, que para apagar el fuego antes hay que salvar todo el planeta, o más bien darle tiempo a él para salvarlo. Eso es lo único que quiere Sánchez, tiempo, como todos los desahuciados.

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Sánchez no tiene bastante con apagar nuestros incendios, quiere salvar la tierra como si fuera Gwyneth Paltrow. Va un poco sobrado nuestro presidente, aunque parezca que tiene la enfermedad de los huesos de cristal o quizá de las mentiras de cristal. Quiere un pacto por la emergencia climática, cuando lo que hace falta es un pacto por la emergencia política, que es la que tiene a los juzgados tan entretenidos y a nuestros gobernantes visitando desastres, uno tras otro, como exposiciones de alfarería. Pero Sánchez va a lo grande, vamos a por el cambio climático y yo me imagino a los de la ONU pendientes de nuestro panel de expertos y de nuestros políticos tan concienciados, tan sensatos, tan dirigidos por la razón y el interés nacional; de nuestras administraciones imparciales, de nuestros ministros como matones con nariz rota, como Puente, o nuestros empollones del latín del sanchismo, como Bolaños; de nuestros barones o boyardos pendientes de la reelección y del potaje del pueblo; de todos ellos, que van a acabar con los incendios acabando antes con el miedo del planeta, o por lo menos va a haber reuniones y dietas para ello.

El fuego se ha llevado pueblos enteros, como perdices vivas en la boca de perros perdiceros, y Sánchez lo que quiere es fundar un comité, como para el centenario de un campanario. Los comités ya sabemos que son la manera atareada y tumultuosa de no hacer nada, que yo diría que es justo lo que quiere hacer Sánchez otra vez, nada. Sánchez ha visto que los apocalipsis ya se lo hacen todo, o sea que le traen una inevitabilidad o una excusa universales que vuelven innecesario e inútil el esfuerzo. Y lo que no le solucionan los apocalipsis se lo pueden solucionar los demás partidos o las demás administraciones, que es a lo que él llama cogobernanza, diálogo o pacto. En cualquier caso, se trata de no tener responsabilidades, que Sánchez gobierna el país como si solo mirara un escaparate de Lego.

Sánchez de nuevo diluye los problemas en el planeta, esa gran sopa aguada; en los demás, que ya sabemos que conspiran contra él por progresista y por guapo; y en el tiempo, que si no lo cura todo al menos lo hace olvidar"

Sánchez de nuevo diluye los problemas en el planeta, esa gran sopa aguada; en los demás, que ya sabemos que conspiran contra él por progresista y por guapo; y en el tiempo, que si no lo cura todo al menos lo hace olvidar (el milagro en el que confía Sánchez no es tanto su resurrección sino nuestro olvido). Pero todo no puede estar en los cielos, desde donde las constelaciones nos asaetean, ni en los otros, que sabotean a Sánchez (difícil de sabotear, de todas formas, cuando no hay acción de gobierno sino desvío de responsabilidades). Todo no puede ser el cambio climático, lo mismo los incendios, las inundaciones o los tabardillos, igual que todo no puede ser la conspiración y la fachosfera. Sánchez no puede estar ahí sólo para leer el parte meteorológico o contemplar el salvapantallas y quejarse de que lo ha mirado un tuerto o lo ha maldecido una feriante, aunque sea eso lo que parece que le ha pasado a Sánchez.

Todo no puede estar tan lejos de Sánchez, las responsabilidades no pueden ser siempre universales ni estar siempre tan repartidas, hasta que a él sólo le quede llamarnos a formar, como para la guardería o el orfeón, más para rezar o cantar que para pensar o hacer. Ni siquiera el cambio climático nos excusa de haber abandonado los campos y los montes, de que nadie los cuide ni los limpie porque nadie queda por allí, salvo los guardabosques y las cabras que ya están igual de funcionarizados e institucionalizados, con cédula y hasta sueldo públicos. No es sólo que el gasto en prevención de incendios haya bajado, sino que ese concepto del campo como si fuera un acuario de delfines o un refugio de mascotas, sostenido, controlado y alimentado a mano por frikis tan naturistas como antinaturales, es un desastre. Sólo hay que preguntarles a los lugareños a los que se les quema la vida como un pañuelo maragato.

Un gran pacto, un gran compromiso, un gran aplazamiento, una gran distracción, es lo que pide Sánchez, que sólo piensa en ganar tiempo mientras le arden los pulmones. Apagar los montes parece ahora que depende de celebrar unas olimpiadas o de llevar un español a la luna, que tiene un poco de divertimento institucional y social y un poco de profecía con estafa. Pero, ya digo, a Sánchez creo que no le impresionaron demasiado los incendios, que se sintió incluso refrescado en ese fuego más tibio y benigno que el que lo rodea a él, el que está quemando la Moncloa como si fuera de vinilo, tóxica y espectacularmente. Ese pacto sólo se le puede ocurrir a alguien sin ninguna prisa ni interés, que la cosa tardaría como una sobremesa entre españoles, y seguramente para al final no llegar a ningún acuerdo, que en eso consisten nuestras sobremesas. Ese pacto, por supuesto, no es una solución para los incendios, para el campo, para la gente ni para el planeta, sólo para él. Ya tiene relato con el que apagar las propias llamas, que a don Teflón la casa le arde como un abanico, las cejas como arbotantes y los ojos como piedras.

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