Pedro Almodóvar ha salido con un polo de Prada de mil pavos, con toda su pelotilla de gloria y algodón (el polo y él), para defender a los gazatíes y pedirle al Gobierno que rompa toda relación con Israel. Nuestra España de mirilla y mal de ojo ya lo está criticando, por supuesto, pero la verdad es que yo entiendo perfectamente a nuestro genial cineasta. A mí me parece que la flor de la progresía es un poco como la realeza, que se viste sin darle importancia a lo que viste ni a lo que cuesta lo que viste, y no sólo porque la mayoría de las veces les aparece mágicamente en esos vestidores suyos con aire de carroza mágica. Es, sobre todo, porque las marcas, los precios, no corresponden al mundo simbólico y literario en el que viven ellos. Un rey se puede vestir de purísima y oro, o de vaquero de Balmoral, o de muñeco de tarta, o incluso con bermudas, según el protocolo o el tiempo, y quizá vestirse para la regata o para la dana salga más caro que vestirse para el cóctel. Lo importante es su aparición y sus palabras simbólicas y alegóricas, la literatura de su presencia. Además, Almodóvar, en realidad, iba con polo de pelotillas, como si fuera Mujica.
Uno entiende a Almodóvar, que no es un hipócrita sino un símbolo, poderoso y flotante en su mandorla pelotillosa como en un tapiz del Prado. El ser simbólico, literario, no puede ser consciente del dinero que tiene en el banco o que lleva encima, de lo que le ha costado la camisa hawaiana, el zapato de abuela o la casa decorada como aquel mambotaxi de Mujeres al borde de un ataque de nervios. Los seres espirituales, simplemente, están en otro plano, han sustituido las convenciones por auténtica moral y por eso incluso pueden llevar el lujo como un pordiosero que ha robado la ropa. El verdadero lujo no es presumir del dinero, sino que el dinero se haya borrado de la mente, y eso se puede conseguir a través de pobreza y ascética o a través de la mera despreocupación por el propio lujo. Los ricos de derechas no lo han conseguido ni de una manera ni de otra, llevan el lujo como el estandarte de una cofradía, mientras que los ricos de izquierdas llevan el lujo como un hatillo de pobre. Además, los de derechas no tienen más mensaje que su lujo, mientras que los de izquierdas son todo mensaje sobre el lujo, como un amorcillo redorado con trompeta y filacteria.
Los progres pueden ser ricos, aunque sean ricos con pelotilla, ricos con pantufla, ricos con camiseta, ricos con porrito de clase, que es como la conciencia de clase, algo que no se pierde ni con los millones. Claro que pueden, faltaría más. Pero no sólo eso: es importante que sean ricos. O al menos famosos, que no tiene por qué ser lo mismo. A veces la fama tiene el mugriento inconveniente del dinero, que es algo que yo creo que los progres aceptan como mal menor, como castigo o al menos como prueba moral o intelectual (ese cosquilleo de duda que les puede entrar votando a una izquierda que asegura que todo se arreglaría quitándoles el dinero a los ricos y dándoselo a los pobres). Pero con la fama (o el dinero, en el peor de los casos) uno puede salir en la tele, en las redes sociales, en las alfombras de Hollywood junto a superhéroes, mutantes y elfos, y ser escuchado en su autoridad de famoso, que a mí me parece un enigma, porque suponerle autoridad intelectual o moral a un actor es como suponérsela a un futbolista. Pero ganarse la posición es ganarse el púlpito.
Yo creo que Almodóvar, como el rey que se pone la corbata o la reina que se pone las botas de agua, ni siquiera piensa en lo que lleva ni en lo que cuesta, sino en su misión
Una vez que uno es rico y afortunado es cuando puede predicar a los pobres y sobre los pobres, a los desgraciados y sobre las desgracias. Es un poco la idea cristiana que tenían los papas antiguos, ricos y gordos, con gota de asados y hernia inguinal de vicio. O sea, que el mensaje de los menesterosos necesita, paradójicamente, riqueza y poder. Pero es una idea válida, práctica, que si no la Iglesia no hubiera salido de las catacumbas ni de los harapos. Y es una idea cómoda, porque te permite vivir exactamente igual que los impíos o los malvados pero con el Cielo ganado. O sea que Almodóvar es casi un apóstol, con su arpillera de Prada. En realidad, para la flor de la progresía los actos no importan, sólo la fe. Me doy cuenta de que esta idea, tan protestante, ya era católica antes. Quizá los protestantes sólo sustituyeron el lujo del oro ceremonial católico por otro lujo, el lujo del avaro o el lujo del estreñido. El caso es que nuestros progres son como una religión que está entre el papado californiano y la pelotilla puritana, como hemos visto con Almodóvar.
Yo creo que Almodóvar, como el rey que se pone la corbata o la reina que se pone las botas de agua, ni siquiera piensa en lo que lleva ni en lo que cuesta, sino en su misión. Ellos, o sea Almodóvar y otros muchos, tienen una misión, no sólo fondo de armario, no sólo dinero en el banco o dinero en los harapos (tener dinero en los harapos es lo que los hace verdaderamente ricos, pero también santos y gloriosos). Los progres ricos se pierden la oportunidad de predicar con el ejemplo, pero predicar con el ejemplo quizá está sobrevalorado, sobre todo para esta gente que es tan teórica, tan escolástica. La palabra es más cómoda, como una batamanta. Otros predicaron con el ejemplo y sólo les servía para justificar con sus pelotillas todos sus otros vicios o crímenes. Es lo que pasa con la santidad, que no sólo es dura sino contradictoria.
Almodóvar ni siquiera pensó que salir a predicar con el polo de Prada, caro y feo como un sueldo de la Jesi, podría representar una contradicción o una inconveniencia para su mensaje espiritual, moral, universal, simbólico y literario. Pero ya digo que la contradicción la lleva siempre puesta el santo, como el cilicio. Almodóvar es rico de marca pero pobre de corazón, ese corazón que le quema por encima del polo hasta que no se ve la marca, sólo su dolor. A lo mejor el polo se lo han regalado, o no se ha puesto las gafas de abuela y entre los ovillos de su casa no ha visto si era polo de Prada o camiseta del Pryca. A lo mejor él, que es un genio, ya sólo atiende a las jaquequitas y al ego de los genios. Pero el caso es que no se da cuenta de sus lujos y por ese menosprecio del lujo sabemos que Almodóvar está ya más allá, donde los reyes verdaderos o falsos o los santos verdaderos o falsos.
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