El presidente del Gobierno ha hecho una declaración institucional desde Moncloa a las nueve de la mañana. El motivo: "Aprobar nuevas medidas contra el genocidio en Gaza".

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Las declaraciones institucionales, a las que el presidente ya nos tiene acostumbrados, tienen para él la ventaja de que los periodistas no pueden hacer preguntas, se convierten en meros transmisores del mensaje.

Hay que añadir para contextualizar la comparecencia que el Gobierno tenía previsto aprobar este martes en Consejo de Ministros un paquete de medidas para condenar las acciones del ejercito israelí en el territorio ocupado. También, que desde Sumar se le había pedido a Pedro Sánchez la semana pasada que se prohibiera la exportación de armas a Israel.

Sánchez ha decidido colgarse la medalla de las medidas punitivas contra Israel, tras un fin de semana en el que se han producido grandes manifestaciones en Londres y en Bruselas contra la ocupación, antes de que Yolanda Díaz le robara el protagonismo.

Entre las medidas anunciadas destaca que España dejará de exportar armas a Israel (me imagino que Netanyahu no podrá dormir esta noche ante este golpe a las capacidades defensivas de Israel). Pero lo más importante es que el presidente ha calificado por primera vez lo que está ocurriendo en Gaza como "genocidio". Para respaldar su aseveración se ha apoyado en un informe de una relatora de la ONU. No son los relatores de la ONU gente de fiar precisamente. Sólo hay que recordar lo que decían sobre nuestro país no hace mucho tiempo.

Para Sánchez, pues, Israel es un estado que practica el genocidio, algo que hizo la Alemania nazi en tiempos de Hitler con el pueblo judío. Esto es una barbaridad, pero al Gobierno no le importa sobrepasar cualquier límite con tal de dar gusto a los grupos que le apoyan desde la izquierda más antisemita.

Sánchez califica por primera vez de "genocidio" lo que está ocurriendo en Gaza y anuncia medidas cuyo impacto "será limitado"

El ambiente para hacer esa declaración infame se ha ido creando poco a poco. La movilización contra el equipo israelí que participa en la Vuelta Ciclista a España (Israel-Premier Tech) ha sido la piedra de toque. Mientras que en el País Vasco, el frente propalestino lo comandaba un ex dirigente de ETA, el ministro Albares animaba el pasado lunes desde Onda Cero a ese mismo equipo a abandonar la carrera. Es decir que, desde el mismo Gobierno, se ha legitimado la acción de los boicoteadores, uno de los cuales provocó la caída del corredor Javi Romo este domingo. Previamente, desde Barcelona, Ada Colau, tocada con una kufiya, se apuntaba a la llamada Flotilla de la Libertad, en la que también navega la activista climática sueca Greta Thunberg. Ninguna de las dos le hace ascos a una buena fotografía.

Acosado por la activación de los escándalos de corrupción que afectan al Gobierno, Sánchez ha optado por introducir en la agenda política nacional el drama de Gaza por una cuestión de puro oportunismo político. El problema es que las decisiones en política exterior tienen consecuencias. Nada más producirse la declaración del presidente, el ministro de Exteriores israelí, Gideon Saar, ha calificado al Gobierno español de "corrupto" y "antisemita", además de anunciar la prohibición de visitar Israel a Yolanda Díaz y a la ministra de Juventud Sira Rego. Con lo que ha escalado la crisis, aunque, al mismo tiempo, ha hecho felices a las dos representantes de Sumar, que ya pueden presumir de ser víctimas en primera persona por defender al pueblo palestino.

A renglón seguido, Albares ha llamado a consultas a la embajadora de España en Tel Aviv, Ana Salomón. Por ahora, las relaciones diplomáticas no se han roto.

En su declaración, Sánchez no se hace muchas ilusiones sobre lo que puede lograr España con las medidas de represalia. "El impacto de estas medidas será limitado", reconoció, para añadir: "España no tiene bombas nucleares. Nosotros solos no podemos detener la ofensiva israelí". Esto, además de una obviedad, es una tontería. Reino Unido y Francia tienen bombas nucleares y no parece que estén teniendo mucho éxito a la hora de convencer a Netanyahu de que pare ya de bombardear a la población civil de Gaza.

Decíamos hace unos días en esta columna que España, por culpa de Sánchez, cada vez pinta menos en política internacional. No sólo porque Estados Unidos considere que el presidente español es un cantamañanas, sino porque nuestros socios europeos desconfían de unas políticas que están siempre determinadas por el postureo con la vista puesta en debates internos.

Una vez más, Sánchez ha repetido el mantra -absurdo, por otro lado- de que, a pesar de la futilidad de las medidas acordadas, los ciudadanos tienen que saber "que España está en el lado correcto de la historia".

Al mismo tiempo que el presidente nos anunciaba su ofensiva contra Israel, un ataque terrorista mataba a seis personas en Jerusalén, una de ellas el español Yaakov Pinto.

La organización terrorista Hamas no condenó el atentado, pero se apresuró a celebrar las medidas anunciadas por Sánchez: "Representan un paso político y moral significativo en el marco de los esfuerzos internacionales para detener el genocidio". Si es al lado de Hamas, yo no quiero estar en el lado correcto de la historia.

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