Viernes 19 de septiembre. En sus ediciones digitales, tres periódicos de gran difusión llevan en sus aperturas un tema con titulares muy parecidos. El País: 'Trump emplea el asesinato de Charlie Kirk para silenciar a los medios críticos'. La Vanguardia: 'Trump aprovecha el caso Kirk para estrangular la libre expresión'. ElDiario.es: 'Trump amenaza la libertad de expresión en EEUU con su acoso a las voces críticas'.
En esos tres medios, ni siquiera la guerra en Gaza competía en jerarquía informativa con la preocupación por el peligro de la libertad de expresión en... Estados Unidos.
Entiendo que The New York Times abriera su edición el mismo día con una información sobre el escándalo de la cancelación del humorista Jimmy Kimmel. Entre otras cosas, porque el presidente de EEUU ha demandado al diario neoyorquino por difamación y le reclama 15.000 millones de dólares. Lo que me descoloca es que tres de los diarios españoles más leídos salgan al rescate de la libertad de expresión en Estados Unidos y hayan convertido a Kimmel en un personaje digno de sus primeras páginas. Pero ¿qué audiencia tenía en España su programa? Aquí estábamos midiendo la pugna entre Motos y Broncano y a lo mejor resulta que había más gente viendo el show de la ABC Jimmy Kimmel Live.
Recurriré a la cita del escritor y periodista británico G.K. Chesterton: "El periodismo consiste esencialmente en contar que Lord Jones ha muerto a gente que no sabía que Lord Jones estaba vivo". A la que añadiré que, para no quedar mal, algunos mientan afirmando que le conocían.
Esta coincidencia llama más la atención si tenemos en cuenta que el gran debate, al menos en otros medios y tertulias de radio de este día, era la metedura de pata del Ministerio de Igualdad con las pulseras antimaltratadores. ¡El escándalo que habría significado para esos mismos medios si el fallo de las pulseras se hubiese producido con un gobierno conservador!
Los medios no sólo reflejan la actualidad, sino que la conforman. La coincidencia en las portadas de esos diarios no se debe a que sus directores hayan pactado sus primeras páginas (aunque en Cataluña eso ha ocurrido en alguna ocasión), ni tampoco a que el Gobierno les haya dado alguna indicación. No. Es más sencillo que todo eso, pero a la vez más preocupante. Las portadas de los medios cada vez se alejan más de las preocupaciones de los ciudadanos y responden más a presupuestos ideológicos o políticos. Trump se ha convertido para los medios autocalificados de "progresistas" en un icono del mal. No vamos aquí a defender a Trump, que es, probablemente, el peor presidente que ha tenido Estados Unidos, pero la gente normal cuando se levanta por la mañana no se pregunta: "¿Qué habrá hecho hoy el hijo de puta de Trump?".
No sabemos el efecto para los gazatíes de la campaña del Gobierno sobre el "genocidio" en Gaza. Lo que sí sabemos es que le ha ganado por goleada el relato al PP
Nos quejamos de los políticos, con razón, por su sectarismo. Las sesiones de control en el Congreso se han convertido en un reality en el que los políticos compiten a ver quién dice la frase hiriente más ingeniosa o el insulto más mordaz. Los hay que se han especializado en trasladar sus improperios a las redes, como es el caso del ministro leñero Oscar Puente. Pero la mayoría de las tertulias de radio y televisión reproducen el mismo esquema: el periodista no es un profesional que analiza los hechos, sino un argumentador a favor o en contra del Gobierno.
RTVE siempre ha sido un ente pro gubernamental. Estuviera quien estuviera al frente del gobierno. Hubo un tiempo en el que un director general quiso cambiar las cosas y hacer que la televisión pública se pareciera un poco a la británica BBC, pero nadie le tomó en serio. Sin embargo, durante el mandato de Pedro Sánchez se ha producido un cambio cualitativo, a peor. Nunca había habido tantas tertulias conducidas por personas tan identificadas con el gobierno como ahora. TVE es un ejemplo de manipulación política sin parangón en los países de nuestro entorno.
El sectarismo, en fin, está instalado en la sociedad, desde el palacio de La Moncloa hasta el último bar de Puente de Vallecas.
En este ecosistema, la política profesional consiste en "ganar el relato" (¿recuerdan la frase del fiscal general García Ortiz?). La maestría en esa pelea por el relato consiste en saber cambiar la conversación pública cuando el tema del que se habla no me interesa o me perjudica. En ese arte, Sánchez y su equipo no tienen rival.
Lo que ha ocurrido con el "genocidio" en Gaza es un ejemplo para enmarcar. No había siquiera un borrador de decreto cuando el presidente compareció en la escalinata del palacio presidencial para pronunciar esa palabra y para anunciar, en consecuencia, un decreto de embargo de armas a Israel. Ese mismo día, ya con el asunto en todos los medios, le preguntaron a algún dirigente del PP que no supo muy bien lo que decir. El PP había caído en la trampa.
Diez días después de la declaración institucional de Sánchez, Núñez Feijóo habló en la sesión de control de "masacre". ¡Cuánto le hubiera valido al PP esa palabra si se hubiera pronunciado justo después de que el presidente hubiera lanzado su campaña! El "genocidio" se convirtió durante días en un fetiche: si no se defendía que lo que estaba haciendo el ejército israelí en Gaza era un genocidio es que se estaba a favor de Netanyahu. Mientras, día tras día, la televisión nos mostraba imágenes del éxodo, de los bombardeos, de los niños heridos o muertos. La campaña a favor de Palestina se convirtió en bandera de la izquierda, como lo fue en su día el ¡No a la guerra!, mientras la derecha o defendía a Israel, o se trastabillaba con argumentos contradictorios.
Si el líder lanza un mensaje, los demás le siguen sin dudar. En el Gobierno ningún ministro titubeó cuando tuvo que definirse públicamente sobre lo que estaba pasando en la ciudad de Gaza. "¡Genocidio!". Mientras que en el PP cada uno ha ido por su lado: nada tiene que ver lo que dice la presidenta de la Junta de Extremadura con lo que dice el ex presidente Aznar.
El pasado jueves, en Espejo Público, el ministro Oscar López le dijo a Susanna Griso que si Feijóo no desautorizaba a Aznar (he aquí la perla: "Si Israel perdiese lo que está haciendo, tendríamos un problema en el mundo occidental") es que compartía su apoyo a Israel contra el pueblo palestino. Es la prueba evidente de que el Gobierno no quiere que el PP se sume a la condena de la crisis humanitaria en Gaza, sino que su objetivo con esta campaña es situar a Feijóo en el mismo bando que Trump y Netanyahu. En el lado incorrecto de la historia.
Te puede interesar