Un dolor profundo en el corazón. Palestina duele, hace mucho. Este verano, un titular de prensa me alcanza como un dardo envenenado: aproximadamente 14.000 bebés morirán de hambre en Gaza.

Y yo, que acabo de recibir a mi nieta a la vida, me pregunto, ¿cuál es mi lugar en este desastre? Al sostenerla en brazos y sentir su calor, su piel suave, el latido de su corazón sobre el mío… En esos instantes, la atrocidad de la situación se hace, si cabe, más densa, más profunda. Me conmueve especialmente. Como profesora, como mujer, como madre, como abuela, ¿qué hacer ante tanto dolor? Me pregunto cómo será mirar a tu bebé viendo tu propio cuerpo débil, extenuado, sin capacidad de fabricar leche, todo tu mundo destruido; como será mirar a tu hijo, a tu hija, conociendo tu incapacidad para salvar su vida, porque la tuya se está extinguiendo.

Como profesora, como mujer, como madre, como abuela, ¿qué hacer ante tanto dolor?

Con ese dolor, me uno a las Marchas por Gaza de la Educación con Palestina y camino por tierras del Vinalopó Mitjà, a la vez que otras compañeras transitan por diferentes territorios peninsulares: Palencia, Valladolid, León, Castelló, Madrid… y lo hacen mientras miles de personas han llegado a Egipto e intentan caminar hasta Rafah, para reclamar que se abra el corredor humanitario de ayuda a Gaza. Cada paso, cada gota de sudor, nos une como humanidad y se convierte en una muestra de apoyo a Gaza y al pueblo palestino.

Pero siguen las malas noticias, cada vez peores. Más de 18.000 niños y niñas han sido asesinados en Gaza. En muchos lugares del planeta sus nombres son leídos en público. Un pequeño homenaje que, lamentablemente, no puede devolverles la vida arrebatada.

Entonces, en pleno verano, alguien sugiere que no se puede empezar el curso escolar con normalidad. Y me digo a mí misma, ¡claro! Nada de lo que está pasando es normal. Así que, sin pensarlo dos veces, nos arremangamos en medio del calor para generar la “Marea Palestina. La educación contra el genocidio”. Esta marea se está convirtiendo en un tsunami que canaliza malestares. ¡Somos cada vez más las personas que no podemos apagar las noticias y seguir viviendo como si nada estuviera pasando! Un tsunami cargado de emoción, de solidaridad, de apoyo, de determinación. No vamos a parar hasta que el Estado español haga sus deberes: embargo de armas a Israel y ruptura de relaciones diplomáticas.

Soy profesora de Biología, educar para conocer, amar y vivir una vida digna para todas las personas, para todos los seres, es objetivo prioritario de la educación. Porque, sin vida, ¿qué nos queda?

He hecho y hago política cada vez que me despierto, respiro y camino

Y sí, lo digo en voz alta y con orgullo, he hecho y hago política cada vez que me despierto, respiro y camino. Cada vez que miro los ojos de mis alumnas y alumnos y decido hablar de lo que ocurre en el mundo que vivimos. Cada vez que hago de altavoz y defiendo los derechos humanos y la justicia en mi pequeño mundo que es el aula.

Por todo esto me he unido a la Marea Palestina, porque creo que juntas tenemos más fuerza, porque quiero dejar de ser yo para ser “nosotras, las personas, todas juntas”, las que podemos cambiar las cosas.

Por ello, en clase se pasa lista y nos acordamos de los niños y niñas gazatís que ya no están aquí. Organizaremos actos públicos donde sus nombres serán leídos con emoción y tristeza. Además, manifestaremos nuestra postura sin miedo -ya son 180 centros educativos los que han suscrito nuestro manifiesto-. Y, por último, nos juntaremos y encerraremos en lugares públicos para manifestar cada vez más fuerte, que no queremos un mundo que consiente el genocidio televisado de todo un pueblo.

Gracias a la Marea Palestina puedo caminar mi dolor sintiéndome acompañada. Es poco, y a la vez, es todo. Y por eso, seguiremos caminando y generando mareas, tsunamis, lo que haga falta, para recuperar nuestra humanidad, todas juntas.


Pepa Gisbert Aguilar es profesora de Secundaria e integrante de “Marea Palestina. La educación contra el genocidio”