“Ánimo, Alberto”, le contestó sin más Sánchez a Feijóo. La verdad es que Sánchez está mucho mejor después de las transfusiones de plasma y, sobre todo, de las transfusiones de encuestas, que tienen algo de transfusiones de mentira, como de lacasitos, para escolares con amigdalitis o desahuciados infantiloides. Sánchez está mejor, claro, si eso es estar mejor. Quiero decir que las encuestas eran inventadas y que el plasma provenía como del tráfico de órganos, o sea de sangre de las guerras, sangre de los dioses, sangre de los niños, sangre de las madres y hasta sangre de los delfines, sangre de todo lo que sangran ahora el mundo o la Moncloa. Además, sus muchas manos derechas siguen entre el trullo y La traviata, y su corte, su partido y su familia siguen haciendo cola ante los tribunales como para la ITV. Sánchez está mejor, si eso es estar mejor. O sea, más o menos como después de haber pasado por la Buchinger, como cuando Carmen Sevilla pasaba por la Buchinger a tomar purgas o aguas y nadie sabía si de verdad salía mejor, o peor, o igual, porque con ella ya no podía hacer mucho ni la Buchinger ni la magia negra.
Pedro Sánchez está mejor, o al menos él se cree que está mejor. Está mejor como Madonna se cree que está mejor, inflada como un salvavidas de patito, con los labios con alergia al aire como al marisco, y un moño japonés que es más bien un moño egipcio de faraona sepultada en arenisca. Pero se ve ella mejor, Madonna, y seguro que su séquito se lo dice mucho y hasta la aplaude con manos palmípedas, como aplaude María Jesús Montero a Sánchez. Igual que se ve mejor, sin duda, Jorge Javier Vázquez, después de ponerse por cara una máscara ritual, o una máscara de atracador, una máscara en todo caso. Seguro que él se ve más atractivo y atracativo, más joven y más lozano, como la lozana andaluza con nueva lozanía de loza, y se lo dirán sus amigos asintiendo con cara de sorber, como asienten algunos ante las mentiras, por ejemplo Félix Bolaños. Ya se sabe que el estrellato suele envejecer mal, sin dignidad ni espejo, pero esto es nada comparado con cómo envejecen en la Moncloa y, sobre todo, cómo está envejeciendo Sánchez, entre Baby Jane y Monchito.
Pedro Sánchez está mejor, y quizá no se ha vuelto tanto una abuela de los 40 Principales, de Hollywood o del destape como una abuela sin más
Lo digo porque Sánchez ya se anima animando a los demás, como esas abuelas con cataratas, tacataca y delantalillo durante la radiografía o durante la verbena, esa radiografía de la calavera o esa verbena descalcificante que a lo mejor son ahora para Sánchez las sesiones de control. Las mejorías y las desmejorías de Sánchez, esa “mala salud de hierro” que decía Sabina, otro inmortal, son un achaque en sí mismo, casi el peor de los síntomas. Ese “te veo mejor” que te dicen y que sólo evidencia la inevitabilidad de que mañana, o pasado como mucho, te verás peor. En medicina se llama “lucidez terminal” a esa súbita mejoría mental o incluso física antes de la muerte. Ahora que, ya digo, las muchas manos derechas de Sánchez, las muchas manos quemadas por Sánchez y, en realidad, todo el sanchismo, están entre el calabozo y La traviata, me acuerdo de que es justo eso, la lucidez terminal, lo que experimenta Violetta Valéry en la ópera. Y hasta Tristán, por cierto. Y es que Sánchez sigue siendo esa dama de las camelias de la política y ese guapote no sabemos si heroico, enamorado, envenenado, traidor o sinceramente bobo.
Lo que vemos de Sánchez ya está entre colgar el sombrero y el aria con puñal (morir con un crescendo es muy operístico). O esto le parece a uno, que no ha visto nunca a un esqueleto recuperarse ni a un tenor verista sobrevivir (ni siquiera los que no morían, que lo suyo tampoco era vida). Sánchez sobrevive con chutes e implantología, aunque no tanto una implantología silícica ni política sino psicológica. Sánchez hace mucho que no hace política, porque no le dejan y porque no le hace falta, y ya sólo hace psicología. Hace psicología de masas ordenando encuestas que son sueños con él en carroza, como una drag, y hace psicología de acosador hablando a Feijóo como un matón le habla a su gafotas, con risa de quitarle el dónut, esa risa con migas y mocos, y aplauso de toda la cuadrilla. Aunque, la verdad, con tanto implante y tanta química, en una de estas risas le puede estallar una teta o se le puede quedar el labio en la oreja, como si fuera Mr. Potato.
Sánchez está mejor, todavía no hace política, que no creo que pueda hacerla nunca más, como Madonna no podría volver a ser like a virgin, pero hace bromas, un poco de hospital y un poco de cementerio, que es lo que suele ocurrir a esas alturas de la vida o de la política. Alguna guerra más, alguna encuesta más, la esperanza de Vox, que es como la caballería chatarrera y trotona que siempre viene a salvarlo, más la satisfacción de pensar que desmoraliza a Feijóo (ahí va a fracasar siempre, porque yo creo que Feijóo no es humano, ni siente ni padece)… Con eso va a ir tirando Sánchez lo que dure, mientras se le mueren las rosas socialistas en el jarrón y el electorado en la sala de espera, y hasta se le mueren los amigos de infarto, de mesón o de puta. Pero sí, le dirán que lo ven mejor, y le aplaudirán los ministros, y el partido, y TVE que ya es un circo de pulgas, y todos los que viven del sanchismo como de una funeraria familiar.
Parece que está mucho mejor Sánchez, aunque si estuviera bien de verdad se atrevería a volver a jugar a la petanca por las calles y hasta convocaría elecciones, en vez de estar chinchando a las monjas, que es lo que parece que hace cuando chincha a Feijóo. “Ánimo, Alberto”, le contestó sin más Sánchez, para enseguida volver a sentarse o a tumbarse a la bartola en el escaño que, de repente, parecía una mecedora llena de migas de galleta o quizá una cama salada, blanca de muerte como de luna, de tísico musical o teatral. Ánimo, Pedro, que lo mismo no es la lucidez terminal sino que la magia de Iván Redondo, de la Buchinger o de la sangre ha funcionado.
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