García Ortiz es como el cura con enagüillas del sanchismo, un agente milagrero que no renuncia a la domesticidad. La Fiscalía, ¿de quién depende? Pues ya está. Por eso el fiscal general es una especie de cura abotijado o ensortijado que está todo el día entre el dogma sanchista y la plancha celestial de las togas, casi más una monja asistente o una criadita francesa que un cura o un fiscal. García Ortiz, que es como el tuno compostelano de Sánchez, viejoven, cargante, docto e indocto, yo creo, de todas formas, que ha perdido mucho interés últimamente. Quiero decir que ahora que conocemos la fontanería y la chistorrería que hay alrededor de Sánchez, este cura haciendo mandados de cura o de criada, notitas de cura o de criada, nos parece casi una ridiculez. Ya ven que Leire Díez, militante del montón con pinta de señora del padrón, tenía licencia para limpiar y extorsionar. Pero García Ortiz, un alto cargo gótico, se nos ha quedado soso y como desaprovechado, que parece que lo van a juzgar en un colegio de señoritas cuando al principio iba como de tuno negro del sanchismo.
Empieza el juicio a García Ortiz, que es un escándalo como un juicio a un cura y es un escándalo, sobre todo, porque aún parece increíble. Ningún fiscal general había llegado nunca al banquillo, cosa tan inaudita y estrambótica que el legislador no previó tal posibilidad, así que no se le ocurrió dejar dicho qué debía hacerse ni cómo solventar las incongruencias que conlleva: sin ir más lejos, que ejerza la acusación un subordinado del acusado. A mí me parece que lo que no previó el legislador fue el sanchismo, claro. Hasta hace poco, a este fiscal general, un señor con cintas y cadenones, con capas y tocados, apenas le faltaba añadirle al outfit un hacha o un lanzallamas para ser como el esbirro perfecto de la Gotham sanchista, oscura y membranosa. Ahora es como una comodita muy adornada para guardar sólo ese papelito sobre el novio de Ayuso, que ahora miro el nombre. García Ortiz, armado como de abrecartas o sacacorchos, con su cosa de sumiller del sanchismo, es nada al lado de la fontanera con licencia para matar.
Lo que más me pasma no es que se reclame la presunción de inocencia, que es normal, sino la presunción de estupidez
García Ortiz ya va a un juicio como pasado de moda, con él mismo pasado de moda, como si fuera Paco Porras. Él era lo más puro y vistoso que teníamos del sanchismo, un fiscal general que ya no trabaja para el Estado sino para el señorito, y al que le pueden mandar limpiar la plata de la Moncloa, o sacar la basura de la Moncloa, o, presuntamente, cometer un delito. Pero ahora, ya digo, es como un botones viejo, como un mozo de cuerda de cuando los mozos de cuerda parecían alféreces o fiscales. Desde que el organigrama de la banda del Peugeot se ha ido desvelando (eso tenía que ser como un mapa de carreteras antiguo en el salpicadero, imposible de obviar, imposible que Sánchez no se diera cuenta), y, sobre todo, desde que conocimos a Leire Díez, una agente mortífera encubierta no en la oficina del padrón sino en Ferraz, lo de García Ortiz no sólo es mucho menos impresionante sino mucho menos extraño.
Cuando se está extorsionando o sobornando a policías o fiscales, cuando, según las palabras de Pérez Dolset en la denuncia del fiscal Stampa, Sánchez había dado la orden de “limpiar sin límite, caiga quien caiga” las esferas policiales y judiciales, eso de filtrar correítos ya sólo parece algo de empollón. Pero, además, parece algo obvio. La fontanera no sólo le ha quitado a García Ortiz la capa o el hacha, sino que ha añadido a los indicios de delito (los indicios llevan al juicio, las pruebas se presentan en el juicio) esta inmediata y tremenda reflexión: cómo van a tener reparos en filtrar un simple email cuando están haciendo todo lo que están haciendo. De todo el caso García Ortiz, o Begoña Gómez, o Ábalos, o Koldo, o Cerdán, o hermanísimo; de todo el caso Sánchez, en realidad, lo que más me pasma no es que se reclame la presunción de inocencia, que es normal, sino la presunción de estupidez. Todo lo que estamos viendo y oyendo encaja perfectamente en el nacimiento, la estructura, la evolución, las jerarquías y los modos del sanchismo, que se nos está mostrando como un ejército sin límites y sin escrúpulos. Lo raro, lo increíble, sería cualquier otra explicación.
García Ortiz tendría que ser un tuno despistado, y Leire tendría que trabajar en el padrón, y Ábalos tendría que ser feminista y culturista, y a Cerdán tendrían que haberle copiado la voz con IA, y Sánchez tendría que ser el más tonto de los listos además del más mentiroso y voluble de los socialdemócratas, y las chistorras tendrían que ser chistorras, y España no tendría que ser España, todo esto más la conspiración casi universal de policías, jueces, tribunales y periodistas (incluidos extranjeros), para que lo que parece que es al final no sea. También serviría que nos hubiéramos vuelto gilipollas, o miserables, que tampoco es descartable.
Ya no es el más importante, pero el juicio a García Ortiz empieza ahora. Saldrá lo que tenga que salir y luego seguirán bastantes más hasta que llegue el juicio del ciudadano, si todavía existe tal cosa. Lo alucinante es que aún nos quieren vender la explicación del lawfare y la conspiración cuando estamos viendo la exhibición de una mafia de horteras que no necesitan más explicación que ellos mismos. Sánchez confía en nuestra estupidez y en nuestro sectarismo, que no es mala apuesta, y también en el milagro de sus curas y fontaneros, todos con lanzallamas y botas de agua. Yo creo que se le olvida que si aquí gustan a veces los sinvergüenzas es justo porque sabemos reconocerlos. Y tampoco nos gustan tanto, ni tanto tiempo.
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