Sánchez está haciendo ahora vídeos de adolescente con pústulas o de jubilado con hortensias. Visita la radio pública con camisetucha, alabando el indie que escuchan, en realidad, los cuarentones de la precariedad, y recomendando libros que no ha leído como desde un sillón de Emmanuelle o una mecedora de Rosa León (la referencia es tan lejana y kitsch como eso de hacer culturetismo de bibliotecaria virgen). Después, se pone a celebrar sus dos años de legislatura muerta o agónica como desde un jardín de sanatorio. Sánchez, el hombre de la máscara, se había sentado delante de un jardín que no sé si pretendía ser curativo, medicinal, tranquilizador para sus males de nervios o para los del españolito, un jardín un poco infantil en su terapia y su selvosidad, como una selva de Henri Rousseau (más culturetismo kitsch). Pero yo diría que el jardín, como la misma España, sólo parecía violentado por su presencia, como por un bulldozer. Este país que crece más que nadie, este Gobierno que trabaja por lo que le preocupa realmente a la gente, todo lo que salía en su vídeo, como en una teletienda de fertilizantes, lo niega lo que vemos y lo que sabemos. El jardín entero de su vídeo o de España parecía que le iba a atacar, en defensa propia, como una planta carnívora.
Los vídeos, el jardín, sus libros que se abren con flores en relieve y pensamientos planos, la música vulgar del que intenta ir de guay, el querer dirigirse a una juventud que no conoce, a la que causan cringe los intentos de Bolaños y Óscar Puente de resultar molones (el carrozón molón que espanta a todos), o el querer dirigirse a una madurez indistinguible de la adolescencia, zangolotina e infantilizada, como la que se cita en lo de Broncano, cuarentones con pelos, zapatones y latiguillos de Lamine Yamal… Todo esto me parece un esfuerzo desesperado de Sánchez, el hombre de la máscara, por tomar un breve hálito de vida en cualquier cosa que parezca tener vida. Le sirve el papel pintado, un jardín de hule, la juventud inverosímil y pasada, como de la tuna (Radio 3 es más carroza que Radio Clásica, e incluso que decir “carroza”), le sirve pegarse a Rosalía como si se posara sobre un nenúfar o, simplemente, le sirve acercarse a la juventud en el ritual, en el lenguaje o en los iconos, aunque sea siniestramente, como el que sólo está pensando en bañarse en su sangre. Sánchez no entiende la juventud, ni le importa la juventud, como no entiende la política ni le importa la política. Él sólo se mimetiza, por eso en el vídeo era como un insecto palo en una maceta de nuestra ventana.
Sánchez, asomado a la ventana de nuestra casa con manos de bicho palo y ojos de camaleón, nos decía que estos dos años de supervivencia y jadeos habían sido dos años de “avance, compromiso y políticas útiles”, dos años “defendiendo lo que de verdad importa”. Lo que de verdad importa, por lo visto, debe de ser él. Porque perder la mayoría en el Congreso, no poder aprobar leyes, no tener presupuesto, estar sometido al chantaje de unos y de otros (o peor, no tener ni la posibilidad de someterse al chantaje porque no le creen ni los que lo exprimen), ir pudriéndose por dentro por las humedades del búnker, querer convertir todo el Estado en su botín y vivir o morir cada día pendiente de qué miembros de su familia, de su camarilla o de su partido se sientan ante los jueces; todo eso, en fin, seguramente es anecdótico. Como lo son las cifras macroeconómicas que saca, un poco así como soviéticamente, en porcentajes aturdidores y cantidades inconmensurables, como de grano, para que hasta los pobres se deleiten y se alimenten con su riqueza teórica.
Después de negarlo todo y negarse a sí mismo, Sánchez, aunque sobreviva, nunca podrá negar que lo único importante, desde el principio, fue sólo él
La verdad es que cuando nos habla de crecimiento desde la oquedad de sus ojos, a Sánchez se le olvida lo de siempre, que si crecemos más es porque venimos de más abajo, que crecemos como el desnutrido que va recuperando peso. Se le olvida la inflación, que nos hace mirar los tomates como rubíes y la estufa como si fuera un deportivo, se le olvida la deuda, que con los niveles actuales tardaríamos casi medio siglo en pagar, el empleo precario, el paro (el juvenil, sobre todo) y los índices de riesgo de pobreza. Se le olvida que todo lo que dice sobre la vivienda se vaporiza con sus palabras ante nuestros ojos, y se le olvida que no nos funcionan los trenes ni nos funciona el Estado porque todo se queda en pagar la propaganda, la colonización institucional o social, la fontanería basta e impúdica y ese negocio carnicero entre la mordida, el muslamen y la chistorra que nació de ese Peugeot como de una furgonetilla de bragas anchas y calcetines gordos. Igual que se le olvida que la política exterior no es sino su interés particular y su propaganda doméstica que usan banderas con alfanjes y calaveras extranjeros. La verdad es que ni Europa ni Estados Unidos cuentan ya con nosotros, que somos más de Marruecos, Venezuela o China, donde salen, casualmente, servidumbres y negocios que suenan a tráfico de carne de gato.
Sánchez, en la pantalla como en nuestra ventana, parece pedirnos alpiste, agua, migajones, como un gorrioncillo. Sobrevivir un invierno más, respirar siquiera un día más, que es lo que se oye en el vídeo sobre todo, su intento de respirar por encima de la respiración planetaria del jardín, de la verdad o de la democracia, su intento antinatural de respirar como un tren de Óscar Puente o una rosa de plástico. A Sánchez se le olvida todo lo que dijo, todo lo que prometió, todo en lo que creía (nunca creyó en nada, salvo en lo importante, o sea él), se le olvida todo lo que pasa y todo lo que pasó, ante sus narices y ante sus garbeos. Pero es normal que se olvide todo cuando uno sólo intenta respirar. Casi se le olvida que ya no gobierna, que sólo sobrevive, que es lo que importa.
Sánchez ya no sabe muy bien si hablarnos como un killer o como un mosqueperro, como el césar de la socialdemocracia o un youtuber de muffins, depende de con qué crea él que puede respirar en cada momento. Ahí vemos ahora a Sánchez, el hombre de la máscara, en sus vídeos, en sus entrevistas, en sus reels, como pegado a nuestra ventana, con manos de ventosa y bocanada infinita e insuficiente. Detrás, la naturaleza (la realidad, sin más), que nunca es mero decorado, está ya ahí, pasando lentamente de difuminarlo a devorarlo. Después de negarlo todo y negarse a sí mismo, Sánchez, aunque sobreviva, nunca podrá negar que lo único importante, desde el principio, fue sólo él. Sólo esperamos que la democracia, como el jardín, sobreviva ante el bulldozer.
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