El viernes 31 de octubre de 1975, unidades acorazadas y regimientos del ejército marroquí se internaban en territorio saharaui para ocupar las localidades de Echedeiria, Hauza y Farsía que España había abandonado. Era un viernes negro en el que el incipiente Ejército de Liberación Popular Saharaui (ELPS) se enfrentaba, solo, al invasor marroquí; mientras el mundo estaba pendiente del avance de La Marcha Verde que estaba traspasando la frontera por poniente (en dirección a Tah), y la bandera de España seguía ondeando, aun, en la capital del Sahara Español.
Los saharauis la llamarían La Marcha Negra, que es el color que realmente la define
La Marcha Verde fue denominada, inicialmente, por su ideólogo y promotor –Henry Kissinger– La Marcha Blanca. Hasan II le cambió el nombre para adornarla con el color del islam. Los saharauis la llamarían La Marcha Negra, que es el color que realmente la define. El 31 de octubre de 2025, cincuenta años después, en otro viernes, esta vez de decepción y desengaño, la comunidad internacional ha subordinado los principios recogidos en la Carta de Naciones Unidas a los intereses espurios –y mezquinos– de unos pocos, en un vano y obstinado intento de coartar los anhelos de libertad de un pueblo que lleva medio siglo luchando por su legítimo derecho (como cualquier otro) a existir.
En este viernes frustrante, el Consejo de Seguridad adoptó la resolución 2797/2025 sobre el Sahara Occidental. Una resolución ambigua e incongruente en la que, de manera sibilina e insidiosa (en un raro y sorprendente encaje de bolillos) se pretende equiparar –o sustituir– y, en todo caso, tratar de ligar el derecho inalienable a la libre determinación del pueblo del Sahara, a un proceso de autonomía en el seno de una potencia (Marruecos) que ocupó a sangre y fuego el territorio saharaui cuando estaba a punto de ser descolonizado por España; como si un proceso autonómico, en este contexto, fuera inclusivo del derecho de autodeterminación, cuando, a todas luces, no solamente no lo es, sino que es totalmente lesivo y excluyente.
Una resolución ambigua e incongruente en la que, de manera sibilina e insidiosa, se pretende equiparar el derecho inalienable a la libre determinación del pueblo del Sahara a un proceso de autonomía
La libre determinación de los pueblos es un principio fundamental del derecho internacional público que, además de ser inalienable y generar obligaciones erga omnes (respecto de todos) para los Estados; tiene rango de norma ius cogens, o sea, es un precepto de derecho imperativo que no admite ni la exclusión ni la modificación de su contenido, y cualquier acto que sea contrario al mismo es declarado nulo de pleno derecho. Conscientes de esto, y ante la imposibilidad de diluir un principio fundamental del derecho internacional en un ilusorio proceso autonómico (igual que no se puede diluir el aceite en el agua); los impulsores de la resolución 2797/2025, en un proceder sesgado y claramente parcial, han optado por mezclar ambos conceptos (autodeterminación; autonomía) en una “resolución frankenstein” que, lejos de perseguir una solución justa y duradera al asunto del Sahara, lo aboca irremediablemente a un status quo indefinido que limita el margen para una solución política y allana el camino a una escalada militar, que devolverá la guerra actual que se libra en el desierto, a las míticas batallas que doblegaron a Hasan II en los años ochenta.
Esta resolución se promovió con la finalidad de subvertir el proceso de descolonización de la última colonia de África (antaño provincia 53 del Estado español); en un postrer intento de alentar la ocupación de un territorio que el régimen alauí –en 50 años– no ha logrado afianzar, a pesar de cercar las zonas ocupadas con un muro (alambrado y sembrado con minas de todo tipo) de 2720 Km de longitud, en el que se atrincheran más de 100.000 soldados, sometidos –a día de hoy– a los bombardeos diarios del ELPS. No alterará en lo más mínimo, ni la consideración ni la condición de los actores (un régimen invasor y un pueblo soberano que defiende su territorio); y no tendrá ninguna repercusión tangible en el tablero de las arenas del Sahara, más allá del mero efecto propagandístico fake que el régimen majzení (desesperado y asediado por las revueltas sociales) celebra como victoria. Así es el reino del otro lado del estrecho.
Se sustenta y vive de la propaganda, y en eso –¡únicamente en eso!– se sustancia su fortaleza y sus argumentos para ocupar el Sahara. De hecho, el mismo viernes por la noche, tras hacerse pública la resolución, Mohamed VI (normalmente alérgico a las apariciones en público) se apresuró a pronunciar un discurso –previamente grabado– en el que interpretó el pronunciamiento del Consejo de Seguridad como un éxito sin precedentes que, prácticamente, daba por concluido el dossier del Sahara. Mientras él balbuceaba –con la respiración entrecortada– su quimérica alocución, una lluvia de proyectiles caía sobre las posiciones de las FAR en los sectores de Mahbes, Hausa y Guelta; y la bandera de la RASD seguía ocupando su lugar en la sede de la Unión Africana, junto al resto de las insignias de los países del continente. La historia se repite y el régimen marroquí –en su persistente negación de esta– sigue tropezando con la misma piedra. La reacción de Mohamed VI a la resolución 2797/2025 es una réplica exacta de la actitud que mostró su padre (Hasan II) el 16 de octubre de 1975 cuando el Tribunal Internacional de Justicia (TIJ) emitió su histórico dictamen concluyente (que confirmaba la inexistencia de lazos jurídicos de soberanía territorial entre el territorio del Sahara Occidental y el reino de Marruecos o el conjunto mauritano); que, dicho sea de paso, echa por tierra todo lo que hoy, a bombo y platillo, está festejando Mohamed VI; al igual que ha pulverizado desde entonces, todos los intentos de la Corona alauí de falsear la historia y la geografía política.

A las seis y media de la tarde de aquel día (cinco décadas atrás) Hasan II, tergiversando el dictamen del TIJ, se dirigió a su pueblo y, después de declarar que la Corte Internacional le “había dado la razón”, proclamó la Marcha Negra. Concentró en la frontera a 350.000 de sus súbditos para coaccionar a España y obligarla a abandonar el Sahara, dejando inconclusa la descolonización de un territorio que Madrid había administrado a lo largo de más de noventa años. EE.UU. –cerebro pensante de la operación– se encargó del diseño y organización de la marabunta, y las tiranías árabes del Golfo se ocuparon de la logística que requería la turba. España claudicó y rubricó, junto con Marruecos y Mauritania, el acuerdo de Madrid; que troceaba el Sahara Español entre estos dos países; y Hasan II prometió que, en una semana, tomaría el té en El Aaiún. Todo estaba bien planificado y nada podía salir mal.
Muy pronto, los inmensos recursos naturales que atesora este pedazo de desierto arrebatado a España, amortizarán la enorme inversión –militar– efectuada por las potencias implicadas. Sin embargo, todos (EE.UU., Francia, las tiranías árabes del Golfo, España, Marruecos y Mauritania) cegados por el poder y la soberbia algunos, y acobardados otros; habían cometido un fatal error de cálculo: subestimar a los saharauis dando por sentado que el Sahara no tenía dueño (igual que hizo el Consejo de Seguridad al adoptar la “resolución frankenstein” 2797/2025). Así comenzó una cruenta guerra en la que las potencias occidentales y las dictaduras de Oriente Próximo –sin escatimar en medios– proporcionaban todo lo necesario, y Marruecos y Mauritania aportaban los muertos; y cuyo devenir, contra todo pronóstico, decidirían los beduinos del Sahara que todos habían ninguneado. De nada le sirvió a Marruecos la ingente y variada cantidad de armamento estadounidense (aviones de combate, helicópteros, vehículos blindados de todo tipo, misiles…); y tampoco resolvieron nada los cazabombarderos supersónicos SEPECAT Jaguar que despegaban de la base militar francesa (Campamento Geille) de Dakar para auxiliar al ejército de Moktar uld Daddah. Este sería derrocado (en el verano de 1978) por sus propios soldados, que se vieron involucrados en una inmoral aventura anexionista que, además de enfrentarlos a un pueblo hermano, resultó ser un auténtico desastre que arruinó el país y se saldó con cuantiosas pérdidas humanas y materiales; conllevando a la capitulación de Mauritania el 5 de agosto del mismo año. A partir de este momento, el ELPS, que había cerrado la gran ofensiva Chahid Luali con la rendición de Mauritania; lanza dos grandes ofensivas (Houari Boumedien y Magbreb Árabe) concebidas específicamente para destruir la potencia de fuego de las columnas de las FAR e impedir su despliegue en el territorio. Es el comienzo del tormento de Hasan II. Ya no tendrá ninguna noche de paz. Las noticias que llegan del frente a Palacio son comparables a gritos de SOS, informando, constantemente, de unidades de las FAR aniquiladas y de aviones y helicópteros de combate derribados. A finales de los ochenta, la situación se torna insostenible y Hasan II da por perdida una guerra cuyo coste es ya inasumible. Apela a la ONU en busca de un alto el fuego que le permita recuperar el aliento. Se accede a su petición y el Consejo de Seguridad aprueba por unanimidad (el 27 de junio de 1990) un “Plan de Arreglo”, encaminado a alcanzar dos objetivos principales: 1-Lograr un alto el fuego entre las dos partes en guerra (el Reino de Marruecos y el Frente Polisario). 2-Llevar a cabo un referéndum mediante el cual el pueblo del Sahara Occidental pueda ejercer su derecho a la libre determinación. El 6 de septiembre de 1991 –después de 16 años de guerra encarnizada– entra en vigor el alto el fuego.
El resto de la historia es conocido: La MINURSO culminó (en noviembre de 1991) la revisión y actualización del censo elaborado por las autoridades españolas en 1974 que, acorde a lo pactado por las partes (Marruecos y Frente Polisario) y ratificado por el CSNU, conformaría el cuerpo electoral del referéndum previsto. La independencia del Sahara era inminente. Para impedir este justo y feliz desenlace, Hasan II (con la aquiescencia del CSNU) sobornó a Javier Pérez de Cuéllar (secretario general de la ONU) y este, ¡en contra de lo pactado!, e invalidando el trabajo realizado por la MINURSO, dispuso que la lista de votantes debía ser ampliada (para favorecer a Marruecos). Acto seguido, impuso su criterio improcedente a una ingenua y débil Delegación saharaui que no estaba a la altura de la trascendencia de lo que estaba en juego, al no plantarse y rechazar de plano algo que contravenía lo que habían firmado. Lo que iba a ser un triunfo indiscutible de la ONU, se convirtió, de la noche a la mañana, en un fracaso categórico; y La MINURSO pasó a ser una misión zombi que Marruecos maneja a su antojo. Por si esto fuera poco, gracias al veto de Francia en el CSNU, es la única misión en el mundo que no contempla en su mandato la protección de los derechos humanos.
Silenciada la voz de las armas, el pueblo saharaui, traicionado y engañado por todos, cayó en el olvido de una tregua que duró 29 años. Hasan II murió en el octavo año de la tregua, sin ver realizado su sueño de someter el Sahara al cabo de una semana y tomar el té en El Aaiún, como había vaticinado en su discurso aquella lejana tarde del 16 de octubre de 1975. De la misma manera, el discurso de Mohamed VI la noche del 31 de octubre de 2025, por mucho revuelo que haya levantado en los medios afines al Majzen, no cambiará nada y tampoco supondrá ninguna novedad, ni en el frente, ni en el estatus jurídico del Sahara Occidental.
El objetivo, entre líneas, de la resolución 2797/2025 ya lo sabemos pero ¿Cómo se gestó y en qué se concreta su contenido? Fue patrocinada por los mismos que orquestaron la Marcha Negra. De no ser por ellos, no estriamos hablando hoy de cincuenta años de ocupación militar: EE.UU., de la que el Sahara no espera nada, y mucho menos con Donald Trump al frente de la Casa Blanca; Francia, aliado incondicional de la dictadura alauí, cuyo presidente (Emmanuel Macron) financia proyectos delictivos en los territorios ocupados y es un cómplice declarado de Mohamed VI; y los Emiratos Árabes Unidos, con Mohamed bin Zayed (Shaitan al Arab o Satán de los árabes) a la cabeza, que es más sionista que los propios judíos, de modo que citándolo a él se está citando a Benjamín Netanyahu. Trump, en su actual mandato se vanagloria de haber “resuelto” siete guerras y piensa firmemente que es merecedor del Premio Nobel de la paz. Como nadie se atreve a contradecirle, acabó por creérselo del todo. La cruda realidad es que Donald Trump es, simplemente, el Pepe Gotera de la geopolítica, cuya mera intervención en cualquier conflicto basta para que se agrave o se enquiste definitivamente. Dentro de esta dinámica, impelido por sus socios –arriba mencionados– se le ocurrió añadir una guerra más a las ya “resueltas”, y esbozó un borrador de propuesta en el que planteaba que la solución al tema del Sahara se reduce a dos puntos: uno, desechar el derecho de autodeterminación del pueblo saharaui y suplirlo por una autonomía marroquí; y dos, la MINURSO (de cuyo cometido solo queda el acrónimo) debía ser desmantelada en tres meses.
El borrador de la propuesta fue presentado al Consejo de Seguridad en la primera quincena de octubre. Los socios de Trump y los grupos de presión que los secundan, se desempeñaron a fondo en unas negociaciones maratonianas que se prolongaron durante más de dos semanas. La redacción inicial del borrador sufrió al menos tres modificaciones, y la votación que estaba prevista para el jueves 30, fue aplazada para el día siguiente. Finalmente, habida cuenta de las posturas divergentes de algunos miembros del Consejo (Rusia, China, Pakistan) y las reservas de otros; y balanceándose entre guardar las apariencias, denotar cierto equilibrio para con las partes (Marruecos, Frente Polisario) y permitirle a Trump seguir soñando con el Nobel de la Paz; el Consejo de Seguridad, adoptó una nebulosa resolución cóctel que, básicamente, se resume en lo siguiente: –Prorroga un año (hasta el 31 de octubre de 2026) el mandato de la MINURSO, como ha venido haciendo hasta ahora. –Alude al derecho del pueblo saharaui a la autodeterminación, sin hacer mucho énfasis en ello y sin reflejar suficientemente la doctrina de la ONU sobre la descolonización. – “Toma nota” del apoyo expresado a la propuesta marroquí de autonomía.
Los socios de Trump y los grupos de presión que los secundan, se desempeñaron a fondo en unas negociaciones maratonianas que se prolongaron durante más de dos semanas
Es preciso aclarar que la resolución 2797/2025 se enmarca en el capítulo VI de la Carta de las Naciones Unidas (que trata del arreglo pacífico de controversias), lo que significa que no es vinculante, es decir, no es de obligado cumplimiento para las partes.
Cuando Mohamed VI, imbuido por Mohamed bin Zayed, se vendió –en diciembre de 2020– sumándose a los acuerdos de Abraham, creyó que la adhesión de Trump (en el ocaso de su primer mandato) a sus postulados de ocupación le garantizaba la conquista del Sahara. Joe Biden, que ocupó su lugar, prefirió nadar entre dos aguas y no se hizo cargo del compromiso contraído por Trump. Cuando este volvió a la Casa Blanca, Mohamed VI no tardó en reclamarle la vieja deuda y depositó todas sus esperanzas en ese “pagaré”. Estaba seguro que era la solución definitiva a esta interminable pesadilla que le legó su padre. No se dio cuenta que lo habían timado. Es tan iluso que no se percató de que una cosa es la postura unilateral de un país y otra bien distinta es el marco de las Naciones Unidas, que se rige por la legalidad internacional. El derecho internacional público es un río impetuoso y la única forma de cruzarlo es a través de un puente. Y ese puente, en este caso, es el derecho inalienable de los pueblos a la libre determinación. Trump, Sánchez y Macron apoyaron a Mohamed VI –en todo– e incluso lo acompañaron hasta la misma orilla del río, pero allí se quedaron, porque más no pueden hacer. Análogamente, el Consejo de Seguridad, a su pesar, sabía que sin ese puente es imposible franquear el río. Por eso, para consolar a Mohamed VI, en la resolución 2797/2025 (a modo de pasarela de papel que no sirve ni para sortear el charco formado en una cuneta) “tomó nota” de la disparatada propuesta marroquí de autonomía.
Abderrahman Buhaia es intérprete y educador saharaui
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