Mientras el rey Juan Carlos, emérito y pretérito, sigue entre las playas de oro molido y el cuché del morbo, a la reina Sofía le va a imponer su hijo el Toisón de Oro, que parece, más que un collar caballeresco o una joya eclesial, una bufandita para los corazones monárquicos. Doña Sofía ha seguido siendo reina, monarquía, algo que implica ser a veces mueble, jarrón, espejo, muñeca o sopera, y estar en la vida un poco como en chaflán, siempre en el mismo sitio y siempre tiesa, como un soldado en su garita, aunque sea una garita con pata de león, como esas mesas con pata de león. Estas son cosas que los reyes tienen asumidas, salvo los que se creen todavía reyes godos o reyes de billar y maja, que algo así le pasa a don Juan Carlos. Don Juan Carlos sigue creyendo que él nos trajo la democracia como si nos hubiera traído una yegua de su yeguada, y que ese gran trabajo histórico o agropecuario de traernos esa democracia torda y con divisa le autorizaba, precisa y paradójicamente, a comportarse como un rey de faisán y pernada. Doña Sofía, sin embargo, ha sido reina tradicional y constitucional, ha sido madre y embajadora en su chaflán, y ha ido a sus conciertos y a sus beneficencias alegre o tristemente, sin que se lo notáramos. La monarquía a lo mejor es que no se te note nada, cosa que nunca le pasó al emérito.
Es la primera vez que se va a condecorar con el Toisón a una reina consorte, y yo creo que es un poco premiar esa parte de la monarquía sin pasamanería colgona, sin corona cabezona, sin globo crucífero, sin heroísmo ecuestre (todo eso se le subió enseguida a la cabeza a don Juan Carlos, que yo creo que llegó a pensar que llevaba encima una custodia toledana o una canasta de Carmen Miranda). A veces, incluso, mientras el rey o la reina legítimos andan por ahí cristianizando colonias o cristianizando vedetes, bautizando armadas o bautizando prójimas, lo que queda de la monarquía es el consorte, más real, más auténtico, más constitucional, más cercano que los reyes campechanos que andan persiguiendo pastorcillas por el campo. Este Toisón, por cierto, lo ve uno como una cosa burguesa y a la vez campestre, con sus oros abuñuelados, con su vellocino colgando como una bellota, con su carnero de señor que va con el carnero a la espalda. Eso me ha hecho pensar que los reyes, estén donde estén, deben saber estar, que su oficio es más estar que ser, en el campo y en las galas, y algunos, ya pasado el 23-F, apenas se ponían galas en Nochebuena y en el Pilar para irse enseguida al pajar. Doña Sofía era la que siempre estaba donde tenía que estar, sin dejar de ser reina se pusiera o se quitara los anillos.
Doña Sofía a mí siempre me pareció dulce y triste como una bailarina, que ser bailarina no está lejos de ser reina, la verdad. Fue educada en esa disciplina o en esa esclavitud del ballet eterno de las dinastías europeas, que a mí me parece una tortura para los pies, para la cintura, para la cabeza eternamente enmoñada y para el hambre eternamente engañada. La monarquía es la apariencia de que lo antinatural, lo doloroso y lo pesado es natural, feliz y grácil. Es un teatro muchas veces ridículo que sólo se salva si llega a ser pedagógico. Y no me refiero a la pedagogía del sufrimiento, esa crueldad judeocristiana, sino a la pedagogía de lo común, de la democracia, de la ley, del Estado de cuya “unidad y continuidad” es símbolo el rey (no por ser el Estado sagrado o intocable sino un pacto que no se debe romper gratuita y arbitrariamente). Bueno, esto si los reyes saben hablar de todo eso, no sólo de jamón y cabareteras, y comportarse de acuerdo a eso, no sólo de acuerdo a su real gana.
Doña Sofía, en ese incómodo chaflán o en ese incómodo tutú, muchos dirán que fue la mujer sumisa de un sistema que imponía sumisión. Yo no creo que haya más sumisión en la monarquía que en cualquier matrimonio, salvo en lo que establecen las leyes por las funciones de Jefe del Estado. Lo que sí supongo que hubo en doña Sofía es sentido del deber por encima del las ganas que podría haber tenido de salir huyendo o salir con los pelos tiesos en mitad del ballet o en mitad del matrimonio, que lo podría haber hecho, por otra parte. Ni siquiera la monarquía puede impedir eso, que ya conocemos muchos casos de espantada en familias reales más repolludas y engoladas que la nuestra. De todas formas, ahí ha quedado ella, como la persona verdaderamente fuerte a la que aún le vemos la corona sobre el peinado mientras que al emérito quizá sólo le vemos en la cabeza la nécora o el calzoncillo. Sí resulta curiosa la aparente mala relación con la reina Letizia, que yo no sé si es choque generacional, choque morganático o simplemente choque de dos mujeres fuertes entre hombres que combinan la autoridad con los encajes y los borlones.
Doña Sofía era la que siempre estaba donde tenía que estar, sin dejar de ser reina se pusiera o se quitara los anillos
Felipe VI le va a imponer a la reina Sofía el Toisón de Oro, que ya digo que en ella va a quedar, como nunca, como una bufandita. Y se lo va a imponer ante la ausencia majestuosa, marmórea y donjuanista de don Juan Carlos, como si hubieran arrancado de una glorieta o del Tenorio su estatua ecuestre. Este collarón pasando del rey a su madre la reina, y ante la presencia / ausencia freudiana del padre, a mí me parece un salto sobre don Juan Carlos mayor que el de don Juan Carlos sobre su padre don Juan. Habría mucho que hablar sobre si don Juan Carlos nos trajo la democracia por ser él o sólo por el poder de la mitología monárquica, si hubiera servido cualquier otro que no se hubiera proclamado rey absoluto o se hubiera dedicado a cazar patos. Quizá siempre fue más importante lo que se movía en la cabeza despejada y abulense de Adolfo Suárez, y en la de algunos otros tipos de gafa gorda que ya sabían que no podíamos volver ni a Mola ni a Fernando VII, ni siquiera a Joselito, en la Europa de 1975.
Mientras don Juan Carlos, convertido él mismo en vedete con marabúes de vieja gloria, arremete contra su hijo por no agradecerle la gracia de traernos la libertad en vez de traernos un venado, la reina Sofía va a recibir el Toisón de Oro como después de estar esperando toda la vida y toda la historia. Es casi como si el rey Felipe excomulgara a su padre de la monarquía del siglo XXI, que él se ha dado cuenta de que no puede ser la real gana ni el pecho de lata, sino ese chaflancito o esa garita donde ha estado su madre, sin moverse, sin quejarse, sin que se le notara nada, ni el cansancio ni el dolor ni la larga guardia. La monarquía a lo mejor es que no se te note nada, cosa que nunca le pasó al emérito ni le pasa ya, la verdad, a casi nadie.
Te puede interesar
1 Comentarios
Normas ›Para comentar necesitas registrarte a El Independiente. El registro es gratuito y te permitirá comentar en los artículos de El Independiente y recibir por email el boletin diario con las noticias más detacadas.
Regístrate para comentar Ya me he registradoLo más visto
hace 4 segundos
Pero que bobo es ese periodista, Mon Dieu