Yolanda Díaz a veces se olvida de que está en el Gobierno, se cree que sigue en su pueblo con su comunismo de katiuska, hablando desde un cajón de pescado. La vicepresidenta ha criticado el ERE de Telefónica, tirando de dogma, de librito rojo, de neoliberalismo neoclásico, de sarpullido del Ibex, sin recordar que es Sánchez el que quita y pone sus presidentes de paño, igual que quita y pone fiscales de parafina. Telefónica sigue siendo un poco el empresón franquista que era antes, con su edificio en la Gran Vía como una caja fuerte o una comodita antiguas, obispales, nacionalcatólicas o nacionalpolíticas. Claro que ya no es franquista sino sanchista, como casi todo en España ahora mismo. Por voluntad de Sánchez se fue Álvarez-Pallete, que tenía algo de banquero de Mary Poppins, y está ahí el señor Murtra, con su cosa de viajante de telas catalán. O a ver para qué se creen ustedes que sirve tener ahí a la SEPI y a accionistas y directivos de la cuerda, o sea de los que se dan cuerda con el reloj de la Moncloa, que uno imagina decorado con delfines luisinos. Pero a Yolanda se le olvida dónde está, o ya no quiere saber donde está, así que sale contra el capitalismo de siempre, de su juventud o de su pueblo, sin ser consciente de que ese capitalismo ahora, como casi todo, es de Sánchez.
Telefónica va a despedir a más de 6.000 trabajadores, que en un empresón nacionalpolítico es algo así como una tragedia nacional y generacional, como si despidieran otra vez a los ascensoristas y serenos de la Gran Vía, esa brillante marinería en seco que tenía Madrid. Lo que le pide el cuerpo a Yolanda es protestar por eso y casi hacerlo con bufanda y trenca, como ante los grises de Franco. Claro que Yolanda se ha topado con el capitalismo de Sánchez, que es como la democracia de Sánchez, un simple negocio suyo. Así que hay un barullo, unas contradicciones y unas coreografías como muy Facu y muy Preu en la propia mesa del Consejo de ministros y en las ruedas de prensa de después, en las que Pilar Alegría termina siempre despeinada entre las preguntas de unos y las respuestas de otros, como la bibliotecaria pillada entre dos fuegos estudiantiles o entre dos caballos policiales. Yo creo que en el fondo Yolanda sabe, como sabe todo el mundo, que el sanchismo es un fraude, sólo que sigue por conveniencia, por inercia o por morriña histórica o literaria.
Yolanda sigue jugando a ser Yolanda, esa lechera de cuento de la lechera, esa Blancanieves con manga de Blancanieves, cómica o absurda dentro de un sanchismo en el que no hay ideología, sólo puro poder, pura fuerza y pura supervivencia. Aunque yo creo que ya el juego no es el mismo. Yolanda aún quería ser la que empujaba a Sánchez hacia el progreso de su supuesto Gobierno de progreso, y hacia la izquierda de su supuesto Gobierno de izquierda, que en realidad sólo son tapaderas. Yo solía decir que Yolanda era la última creyente del sanchismo, pero me parece que ya va siendo imposible creer, como olvidar. Otra cosa es taparse los ojos con la bufanda colegial, universitaria, sindicalista, partidista, navideña o indigente, hasta no darse cuenta de que Sánchez maneja Telefónica como una centralita de las de antes, con interruptor de perilla y cable trenzado, o de que Sánchez pretende manejar España como un cacique. Y ni siquiera un cacique de izquierdas, de los que le gustaban a Yolanda en su juventud (Chávez era su “libertador”, su héroe de carpetilla, como uno de los Backstreet Boys).
Yolanda sabe, como sabe todo el mundo, que el sanchismo es un fraude, sólo que sigue por conveniencia, por inercia o por morriña histórica o literaria
Incluso Yolanda se nos va volver cínica, como una Blancanieves cínica que se carga el cuento, la inocencia y toda la juventud, la inocencia o la tontería de la juventud. Yolanda ya no será diferente a Pablo Iglesias, y a lo mejor hasta monta una cantina como hizo el príncipe de la nueva izquierda, sólo para hacer de cantinero de Cuba o algo así. Se le olvida a Yolanda que Telefónica no es del señor del Monopoly, ni de la fachosfera mefistofélica, sino de Sánchez o de la cuerda de Sánchez, y hasta de la cuerda de Begoña, a la que le hacía programas como bordados en Borland C (un favor con tacto de antigualla). Murtra viene con la motosierra, lo que son las cosas, y no con la rosa, ni la reducción de la jornada laboral, ni la conciliación, ni el sobaco amanecido en lila como una alegoría republicana. Yo no sé si era la idea de Sánchez, que a lo mejor no piensa tanto en la rentabilidad de dar la NBA como en que Telefónica y Prisa puedan volver a otros tiempos y otras relaciones. A lo mejor ni siquiera es la idea de Murtra, que ya era de Álvarez-Pallete pero no tuvo tanto descaro o voluntad. O quizá Murtra no sabe manejar bien estos empresones de hormigón de la Gran Vía que son como cordilleras de España, sólo manejables por gigantes o semidioses. Sea lo que sea, Yolanda no puede hacer más que disimular, en esto y en lo que venga.
Yolanda sigue teniendo que salir en las ruedas de prensa, a las que ella se asoma como una pastorcilla de guiñol y Pilar Alegría se asoma como el payaso de Stephen King. Yolanda tiene que seguir intentando que la izquierda parezca izquierda, el Gobierno parezca gobierno y ella parezca todavía ella. Es lo que han ido haciendo siempre ella y Sánchez, aunque ya seguramente Yolanda no confía igual en el presidente, ni en sus propias fuerzas, ni en su pálido encanto. Yolanda finge, o aún cree, o al menos olvida, que en todo caso es indistinguible e irrelevante. Puede que ella haya cambiado y Sánchez se haya descubierto, puede que el capitalismo sea de Sánchez y los caballos cojoneros del autoritarismo también. Pero las palabras aún siguen siendo palabras, los dogmas siguen siendo dogmas, los empresarios siguen siendo explotadores, y hasta los jueces siguen siendo esos buitres hechos de pasamanería que ha puesto la derecha para que la justicia no la haga el pueblo con garrota o con aguja de tejer. Así que Yolanda, con sus katiuskas encharcadas por dentro como los ojos o la garganta, se sube a la caja de pescado. En realidad ella va a sonar igual, se haya corrompido, haya olvidado o haya escarmentado.
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